SINOPSIS
Una historia reciente, me tocó en lo personal...Aún tengo interrogantes: ¿ casualidad o causalidad? Espero que el estimado escritor Francesc Miralles, la lea y me ofrezca una respuesta. Igual espero, de otros compañeros, que a bien puedan aportar. Gracias!!
Me lo tropecé, al descuido, en una temprana mañana, entre las calles Gorriti y Honduras, venía con paso apresurado y con intención de alcanzarme.
- ¿Puedo caminar con Usted? Me preguntó.
. - “Me dirijo a Los Bosques de Palermo, voy a mi ritmo, no tengo prisa”. Le respondí.
“Yo también voy para allá...me voy con Usted, así nos hacemos compañía"
No le contesté. No venía solo, detrás de él, lo seguía un labrador, con hermoso pelaje de color chocolate, destacándose por su gran tamaño y contextura musculosa. Un bello ejemplar perruno, que se acercó olfateándome los pies y por unos instantes, me miró fijamente, yo le observé unos ojos color castaño, con mirada triste y hocico pronunciado.
“No se preocupe, él es buen comportado. No es mío, es de la encargada del edificio donde vivo, que por el verano se fue de vacaciones y me lo dejó al cuido. Así me obligo todos los días a pasearlo y aprovecho caminar, trotar, correr...”
Tampoco le refuté. Y no era que me molestaba su presencia. No, no era rechazo, simplemente que no tenía ganas de entablar conversación, solo deseaba llegar a los Bosques y tirarme debajo de un árbol y quedarme así, un buen rato. Conectarme con la naturaleza que es mi principal terapia y hacia donde me dirigía, era el lugar perfecto.
Al llegar, hice, lo que tenía en mente: extraje una manta de mi pequeño bolso y me extendí en el césped. El joven seguía cerca, ejercitándose en compañía de su amigo canino y fotografiando una colonia de aves, apostadas en las aguas del “Lago de Regatas.”
¿Me puedo sentar a su lado?
“Sí, como guste”. Dije.
Sin duda el joven, anhelaba entablar una plática y como soy una persona educada, accedí. Momento que aproveché para” explorar” al joven. Aproximadamente de 30 años, de estatura alta, piel bronceada, contextura delgada y con figura “fitness”. De rostro muy varonil, ojos color café, nariz y boca bien definida, su cabeza, cubierta con una garra deportiva, que le impedían ver plenamente su cabellera.
- “Necesito hablar… a lo mejor, más positivo, más cómodo me resulta con una desconocida. Si se lo comento a mis hermanos o amigos, se mofan de mí o me recomiendan ir a un psiquiatra. A la única que se lo referí fue a mamá y a través del teléfono, porque ella vive en Colombia, quedó sorprendida, pero solo me respondió: “hijo esas cosas pasan”.
El terapeuta, solo escucha…ayer me conecté, porque ahora todo es vía online y tampoco me ofreció su conclusión, debo esperar. ¿No se molesta si le pido, se imagina que Usted fuera un sacerdote y yo me confesaría?
“No. Puede comenzar”.
“Es que el especialista, me dijo que lo “sacara” lo que tengo adentro, con persona de confianza, ahora no tengo a nadie…Es como para que yo haga un ejercicio terapeútico.”
Sucede que hace un año, me sentía muy solo. Estaba experimentando, las fases que le pasas a los migrantes, esa sensación de separación, de destierro, de abandono y para evadirme un poco, decidí abrirme un perfil en una de las páginas de citas, y a los tres días, tuve mi primer contacto. Nos pusimos de acuerdo para conocernos el fin de semana. En el encuentro, que fue en su apartamento, no hubo atracción entre ambos, por lo que salimos a tomarnos unas cervezas y pasamos el tiempo charlando de nosotros mismo y de las familias de ambos. El también era de Bogotá, por lo que deduje, que me había seleccionado por eso, de ser compatriotas. Era un joven médico, residenciado en esta ciudad desde hace más de ochos años, proveniente de una familia de clase social alta Bogotana. Yo estoy en el área financiera y laboro para una entidad bancaria. De ese acercamiento, surgió una hermosa y respetuosa amistad. Al punto que logramos viajar juntos en diferentes oportunidades. Nos acompañábamos a eventos sociales y existía una cooperación mutua. En uno de esos viajes, en una playa de un país caribeño, yo le noté, cuando se quitó la remera y solo se quedó con el bañador, que en la parte de la espalda y en el pecho, se le observaban unas manchas oscuras, como pequeños y medianos lunares en relieve. Le pregunté cuál era el origen, que suponía debía conocer, por su profesión. Me respondió, que solo eran manchas solares, que era la consecuencia, de haberse expuesto por muchos años a los rayos ultravioleta. Oído esto, no le di mucha importancia, porque su respuesta, no solo fue al descuido, sino que él mismo, por un gesto, le quitó interés. Regresamos a la ciudad a los ocho días de haber disfrutado esa escapada vacacional, era verano y cada quien volvió a su rutina de trabajo. Aunque él se mantenía muy comprometido con sus labores y yo, por lo consiguiente, no nos dejábamos de hablar ni de ver, aunque sea a tomar un café, en cualquier establecimiento de la ciudad, o al cine, al teatro. Sinceramente, señora, era “mi pana” apreciado y querido. Pero, con el tiempo, mi amigo empezó a padecer de depresión, nunca se “encontró” en esta ciudad, pero tampoco quería regresar a nuestro país, porque prefería, estar de migrante, antes, que enterarse sus papás, de que era gay. Vivía como atormentado y se fue aislando, situación, que yo respeté. Yo también empecé, sin ni siquiera notarlo, alejarme poco a poco. Para hacerle sincera, odiaba esa manía en él, de sentirse emocionalmente caído y no aceptarse en su condición, además, en silenciar ese importante detalle a sus padres. En pocas palabras, era un prisionero de sus propias decisiones. Tuvimos como ocho meses distanciados, sin embargo, yo le enviaba mensajes de saludos, por WhatsApp y él solo me regresaba “stickers”, sin “hablarnos”. Después por otros dos meses, no me volvió a responder nunca más mis saludos, yo igual, acaté su mutismo. Posteriormente, supe, mediante un amigo en común, que él se había regresado a su país y que murió en septiembre del año pasado, o sea, hace cinco meses, por causa de un melanoma que hizo metátesis por unos ganglios… ¿Qué cómo me siento? Muy mal, al punto que estoy en terapia, porque pienso que pude haber hecho más por él…Sí, como dice la letra de la canción de Juan Gabriel…Pude irlo a visitar, a cuidarlo en su lecho, a acompañarlo en sus horas de aciago, de dolor, de tristeza. Estar con él hasta su último respiro. Me siento terriblemente egoísta y brutalmente individualista. Tengo dentro de mis emociones un sentimiento de culpa. El terapeuta me dijo, que si él, no me había procurado en esos meses, era porque había decidido transitar por esa experiencia solo, que algunas personas, desean retirarse, para que el recuerdo no se traumático para las personas de su entorno, porque desean mantener la imagen conocida y no la del amigo enfermo, acabado. Que había que despreocuparse y “soltar” esos sentimientos, porque esa fue la voluntad de él. Pero, señora… ¿cómo saber si el especialista tiene razón? Si mi amigo nunca me manifestó su voluntad. Me enteré, como le dije, por medio de otro amigo y me he preguntado, durante estos meses… ¿Por qué no me llamó? ¿por qué en esa etapa silenciosa no fui yo a su búsqueda? ¿Por qué no discerní, que algo le sucedía? Posiblemente él estaba postrado en una cama, enfermo, ya en sus días de postrimerías…y yo no estuve…”
¿Qué día del mes de septiembre murió su amigo? Le pregunté.
“El 22 de septiembre”. Respondió.
Pero, eso, señora, y disculpe si le he quitado tiempo para su regreso, no quedó allí. Acontece, que el doce de diciembre del año pasado, día sábado, hice ese mismo recorrido, que voy hacer con usted a la vuelta…Venía distraído, solo, detrás de mí, caminaba un señor con un niño como de 5 años; después de pasar la avenida Libertador, como a cuatro cuadras, de uno de esos árboles que están en todas las avenidas , cayó un pájaro de un nido y vimos que un perro lo estaba empezando a atacar, el señor me grita y me sugiere que espante el perro, que él no podía por el niño, yo me acerqué y pude quitarle de los dientes del perro al malogrado pajarito…El señor insiste que lo deje apartado de la vista de depredadores, pero yo , resolví traerme el pájaro para mí apartamento. En ese tránsito, entre tomar al animalito en mis manos y llegar a mi destino, le movía lentamente y le soplaba su cabecita, para hacerlo reaccionar. Ya en mi domicilio, lo coloqué encima de una toallita, le hice como especie de cama y ayudándome con una inyectadora, a la que le quité la aguja, empecé a darle agua y leche. Le coloqué aceite natural de aloe en la cabeza y en todo su cuerpo, con la esperanza de que el pájaro recobrara vida… Así pasaron tres días y el animal, comía, pero no se reanimaba en movimiento. Se la pasaba como durmiendo...Desde esa experiencia, estoy nadando entre dudas, desconciertos, certezas o verdades.
Señora, yo no soy católico, creo en un Dios, o en un posible Dios, porque eso me inculcaron mis padres…Acontece, que una noche, fue como una epifanía…Me imagino que usted sabe lo que es una epifanía, me quedé dormido, cansado, en el sofá, y al lado tengo una mesita, donde tenía de reposo al pájaro y esa noche soñé con mi amigo. En el sueño vi las largas y angustiosas horas de su muerte, me vi cuidándolo, protegiéndolo y también cómo se despedía, salió volando de su enfermo cuerpo, como un ave blanca, hacia el firmamento. Usted por favor, no crea que estoy trastornado. Usted se percibe como una mujer seria, sensata, por eso me he atrevido hablarle.
Señora, después de ese sueño, puse más energía y dedicación para que el pajarito, se recuperara. Estuve con él, como me observé en el sueño, lo abracé como lo hice con mi amigo. Me dio la impresión, que “algo” me empujaba hacerle el cuidado al pájaro, ese que no le hice a mi amigo, como redimirme por mi omisión de actos y apartarme de aquél joven, que nos dimos tanta amistad y cuando, quizás más me necesitó no estuve presente. Señora, el pájaro tuvo ocho días conmigo, lo auxilié, lo cuidé, lo alimenté, ¡le di cobijo…y una mañana abrió sus alitas y salió volando …! velozmente!
Me pregunto ante la situación ¿qué sucedió esa noche? ¿Me visitó mi amigo? ¿Por qué fui yo y no otra persona, que salvara el pájaro? ¿Por qué vinculo los cuidados que le ofrecía al pájaro con los que le dejé de dar a mi amigo? ¿Quién me podrá dar una respuesta, donde mis dudas, una vez por todas, queden aclaradas?”
Con estas últimas palabras, mi compañero de caminata se le quebró la voz, alcanzándole una servilleta para que secara sus lágrimas. El canino, que estaba echado sobre la grama del parque, se levantó y se le acercó y ambos se abrazaron. La cola del perro parecía un abanico en movimiento. Sentí que ese acercamiento entre el perro y el joven, para ambos, era gratificante.
Me acerqué con sigilo al animal y pude leer su nombre, grabado sobre una medalla en su collar: Bruno.
No tuve palabras para ese ser desconocido, que desprendía tanta sensibilidad, amor y fraternidad en una historia tan íntima como humana, porque yo también tenía unas sorpresivas interrogantes.
“¿Cómo darle una respuesta, si mediante su monólogo y la presencia de la mascota que pasea, se me ha abierto la posibilidad de plantearme, otra vez, la existencia de las casualidades o causalidades? Sucede joven, que mi único hermano varón, murió un 22 de septiembre, la misma fecha en que fallece su amigo y se llamó Bruno, el mismo nombre, que en su placa identifica al canino.
Podemos vernos luego, y le comentaré mi versión, solo que ahora, estoy impresionada y se me ha hecho tarde y debo regresar, pero tenga la seguridad, que, de todo lo acontecido, extraeremos una lógica y segura conclusión”. Le expresé.
El joven, volvió a llorar, pero esta vez, con cara de consternación y fijando la mirada hacía mí.
El regreso estuvo en silencio, hasta el perro venía taciturno. Nos dimos un abrazo, intercambiamos número de teléfonos y nos prometimos vernos en los próximos días.
“Señora, gracias por escucharme, no importa que no haya tenido alguna respuesta…ahora son más interrogantes… No le dije la especie del pájaro… era un zorzal.”
Ana Sabrina Pirela Paz
(febrero 2021)
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