SINOPSIS
Una historia verídica, en un pueblo, donde sus creencias religiosas, idiosincrasia y la suspicacias de unas niñas de catorce años, se conjugaron, para dar origen, a la leyenda de las Brujas de la Procesión...Espero la disfruten !
Llegó al pueblo, donde habían nacido sus padres. Eran las 10: 25 am, la dejó el chofer de la familia. Sentía en el rostro, sin clemencia los rayos del sol, pero así, era el clima del lugar: seco, atmósfera cálida todo el año y aroma de mar... Ya en el recorrido del viaje, había divisado las hileras de los cocoteros, altos, extendidas sus ramas al cielo, como implorando lluvia.
Se bajó del coche, apresurada tomó su valija, pequeña y liviana, sabía que no necesitaba mucha ropa para su estadía de tres días, debía regresar el domingo por la tarde. Observó, que en la puerta de la casa, la estaban esperando la tía Ángela y su nieta Eva, su querida prima. Abrazos y expresiones de bienvenida escuchó de ambas. Entró a la vivienda. Amaba cada uno de sus espacios, amplios, limpios y ventilados. Cruzó la sala y adyacente a ésta, un pequeño recibidor. Los muebles seguían intactos e iguales, a los que dejó su madre, estilo Luis XV, sofá y poltronas de piel beige y cojines de color marrón, de madera oscura. Todo se destacaba al contraste de la blanca pintura de las paredes, con fotos familiares, cuadros de paisajes marinos y de naturaleza muerta, acomodados de diferentes formas y ángulos. Los ventanales altos y largos, con cortinas hechas de organza, claras y livianas, permitían, colar la fragancia salubre de la brisa, moviéndose, como aleteos de garzas, que entraban y salían. Libertad, era lo que sentía al llegar al pueblo. Esa sensación de hacer y deshacer, sin cuestionamiento, sin impedimento, solo con la condición de hacerse responsable de sus actos. Posición, que siempre escuchó en boca de su padre, cuando ningún adulto la hacía acompañar en sus vacaciones. Si estaba en su poder, rebautizar el pueblo, lo denominaría: Libertad...Así lo pensaba.
Ya en su habitación, la segunda del pasillo que conduce, al patio interno, se acomodó en el sillón frente a la peinadora y giró su mirada, detallando lo que veía en ella. Un hermoso edredón de tela blanca tejida y encajes en sus puntas, cubría su cama individual, un pequeño closet, una mesa auxiliar con su silla y un solo cuadro en la pieza: una vieja imitación de “Muchacha en la Ventana”, que su padre cuando lo colgó le enfatizó: “esa muchacha no es Anna María, la hermana de Dalí, esa eres tú, reflexionando en el presente”. Con el tiempo interpretó sobre el cómo era “vivir en el presente”. El lienzo nunca más fue movido, era lo único que sentía de su pertenencia en el inmueble vacacional, heredado por sus padres. Ella siempre pensó que existen propiedades que no debían tener dueños, como las viviendas cuyos orígenes, venían de los ancestros. “Esas debían ser para todos, sin exclusividad para nadie,” lo refería cuando lo creía oportuno.
-” ¿Qué vamos hacer hoy? Interrogó con voz entusiasta, Eva.
-” Primero, vámonos a la playa y después, a la plaza. Tengo curiosidad, de quiénes vendrán de la ciudad para la fiesta de “El Patriarca”, allí, se reúnen todos para programar los actos de mañana con “la vuelta al terruño”. Yo no me perderé ese acontecimiento, prima querida”. Respondió, alegremente.
Ambas salieron alborozadas y se dirigieron a la costa...Cruzaron un gran terreno, entre arbustos pequeños de trinitarias, sembradíos de aloe vera y grandes palmeras de cocoteros, dispersos...A las orillas, apostados los botes, esperando a los pescadores para zarpar...Miró al espacio aéreo, como cosa extraña, esta vez no vio a los miles de aves desplazándose, entre techos, árboles y cielos…
- “Algo va a pasar...No hay pájaros. No bajaran bendiciones”. Dijo Ella, meditativa.
- “Deja los malos augurios…” pájaros de la mar por tierra, chubasco seguro”. Agregó Eva, persignándose.
Ella recordó, la creencia que mantenían los lugareños sobre los pájaros, en el mes de marzo: cuando revoleteaban por encima de las personas o entre la arboleda, traían la bendición del Altísimo De allí, que todo el pueblo amaba a cualquier especie plumífera. Lo contrario, conllevaba acontecimientos desafortunados.
Eran las 4:15 pm cuando venían de vuelta. A lo lejos, divisaron un grupo de mujeres en la puerta de la casa. Escucharon gritos de llantos, que provenían de su interior. Ambas se miraron, se interrogaron con sus miradas y emprendieron velozmente una corrida.
- ¿Qué habrá pasado?
- ¿Qué sucedió?
Ya en el umbral de la entrada, las mujeres les abrieron paso. Miró a su tía Ángela, que, al verlas, silenció su congoja, secándose violentamente las lágrimas con el ruedo de la falda de su vestido, gesto que percibió Ella, como si se avergonzara en demostrar su dolor.
“A Isabel María, la encontraron muerta...Dicen que su deceso, pudo haber sido hace dos días. Voy hacer las diligencias para el entierro. No se muevan, esperen que yo regrese”. Les advirtió la tía Ángela.
Dichas esas palabras, la tía Isabel salió apresurada. Un grupo de mujeres le ofrecían palabras de alientos, otras, circunspectas, la acompañaban en sus pasos…
! ¡Qué terror, murió la tía! ¡No vamos a tener fiestas! Gritaba Eva.
“Ya vimos que los pájaros no estaban revoleteando... Siempre habrá fiestas...La vida es un contraste: risas-llantos, sol-sombras, madre-padre, pobres-ricos, cielos sin pájaros, pájaros sin cielos.” Eva la escuchó detenidamente, no le extrañaba la forma de hablar de su prima. Hablaba como razonando al mismo tiempo, con voz pausada, con tono suspicaz, que hacia penetrar cada palabra, en los oídos de quien la escuchaba.
Ella recordó, que su madre le había referido, que su tía Isa seguía enferma. Sabía, que, desde hace cinco años, estaba postrada en una silla de ruedas, por una enfermedad degenerativa, que le había “consumido” sus huesos. La memorizaba como de cuarenta años, de contextura delgada, cabellos larguísimos, negros como la noche y ojos, claros, como el color del dulce de almendras. Terminada, su reflexión, fuertemente expresó:
“! ¡Vamos a casa de la tía Isabel!¡ Vámonos ya ¡antes de que regrese la tía abuela”
“Cuando lo sepa nos va a reprender” Respondió Eva.
“Yo, me hago cargo, ¡no te preocupes! Salgamos ¡“. Respondió con tono de determinación.
Ambas, a las corridas, dando saltos, atravesaron la parcela que conducía el solar de las afueras, tomaron el recorrido más corto, el de la izquierda. Ella sabía calcular distancias, “son seiscientos metros” pensaba, mientras observaba viviendas aisladas, unas imposibles de ver, porque las circundaban cercas muy altas, pero adornadas, sus patios, con árboles frutales árboles, de rosales de todas especies y colores. Otras, sin verjas, libres...sin barreras. El camino era polvoriento, pero llano.
Así, como esta última, era la casa de la tía Isabel. Cuando llegaron, la puerta de entrada, de madera maciza, estaba semi abierta, ella la empujó y entraron a prisa.
“Voy a buscar unas herramientas. El cuerpo está muy rígido, la finada tiene como cuarenta y ochos horas de habernos dejado. Ya regreso”. Dijo un hombre, bajando las escaleras, saliendo de la habitación de la tía Isabel, dirigiéndose a Julio José, su primo de dieciséis años, hijo de Ia difunta, a quien apodaban J.J.
¿Ustedes de dónde salieron? brujas embaucadoras? Con esa expresión fueron recibidas por J.J.
- “Venimos a darte el pésame, unirnos al duelo, honrar su memoria y conocer cuál fue la causa de su muerte.” Respondió Ella.
¿De qué más pudo ser?... Estaba enferma...” Acotó J.J con señales visibles de haber estado llorando muchas horas, con voz afónica y tono de disgusto. Ella notó, que su amargura, no solo era por su presencia, sino por la que estaba experimentando. Lo reparó más asustado que conmovido. “Presiento que nos estás ocultando algo, primito”. Se dijo así misma.
“-Dime… ¿quién es ese hombre, que va saliendo y que dice que va en busca de herramientas? Interrogó Ella.
- “Es Darío Beltrán, el sepulturero. Seguro que abuela le fue avisar”. Contestó Eva.
- ¿Para qué las herramientas? Volvió a interrogar, esta vez, mirando a J.J.
“Él dice, que mamá está muy rígida, que no pudo enderezar para colocarla en el ataúd. La iba a preparar, pero dijo, que así no puede”. Respondió el primo.
Ella miró alrededor, una sala amplia con ventanas que las cubrían unas cortinas de tela densa de color verde oliva, con adornos de cenefas, que le habían retirado sus muebles. Éstos se encontraban en una habitación, entre abierta, donde pudo ver el ataúd de madera oscura, que reposaba en todo en centro del cuarto.
- ¿Cuándo trajeron el ataúd? Volvió a interrogar.
- “Lo dejaron dos hombres antes de llegar el sepulturero” Manifestó J.J.
“Vamos a subir... ¿Se puede?”
“Hagan los que les dé la gana... ¿Acaso, no siempre ha sido así?” Expresó el primo, aún con desagrado.
- “Primo, entendemos tu tristeza. Pero, merecemos tú respeto”. Le Increpó Eva.
“No te hagas problema… Ha crecido, pero, sigue siendo el bebé que deshonró el honor de la familia y pisoteó las costumbres que fijaron los ancestros de este pueblo” ... Expresó Ella, mirando a la prima Eva y de reojo a J. J. Subió las escaleras, ubicadas en el fondo de la única sala que conformaba el lugar.
“Entra tú primero.... después yo”. Dijo Eva, cuando se vio frente al dintel de la puerta del cuarto, donde se suponía estaba el cadáver de la tía Isabel.
-” Prima… ¡vamos, entra ¡ La sacudió por los hombros, luego la tomó por las manos y la hizo ingresar.
En el rincón del ángulo derecho, sentada en su silla de ruedas, descansaba el cuerpo de la tía Isabel. Se imaginó que así había permanecido, desde que J.J la había encontrado en horas tempranas de la madrugada. La cabeza recostada del lado izquierdo, sus ojos almendrados cerrados, su cabellera larga, recogido con unas trenzas, los brazos caídos a cada lado, con un vestido de mezclilla de fondo blanco y flores diminutas negras y grises, sus piernas cubiertas con una manta de color violeta.
Ella se acercó al cuerpo de su tía y la comenzó a tocar, desde las trenzas espesas, hasta los pies, que cubrían unas zapatillas de raso negro.
- “Su piel está realmente endurecida, lo que llaman el rigor de la muerte”. Indicó Ella.
- “Ven Eva, tócala. La gente vive y muere. Es natural, que alguna vez tendríamos que enfrentarla”
- “No prima, no… Déjame tranquila” ...Le respondió Eva, sollozando, con expresión de terror.
- “Escúchame bien …no permitiré que a la tía Isabel le corten las piernas para que pueda yacer en el ataúd. Eso es muy cruel.” Señaló Ella.
- ¿Y qué piensas hacer? Preguntó Eva, quien se mantenía de pie, apartada, en el otro rincón de la habitación.
- “Por lo pronto, vamos a sacarla de la silla, antes que regrese el sepulturero, y la acomodaremos en su cama. Llama a J.J, para que nos ayude”.
- “J.J, tú has comprendido, ¿lo que el sepulturero le hará a tía Isabel? Interrogó Ella.
- “Él me dijo que la iba a poner derecha”.
- “Si, en la posición vertical, cortándole las piernas, para después, ser introdida en el ataúd. Dime J.J.… ¿Tú quieres eso, para tú madre?, porque yo en tú lugar, resolvería de otra forma. Eso es muy cruel.” Repitió.
-” ¿Y de qué otra forma se haría? ¡bruja arpía de mil escobas ¡Ella, desatendió las palabras de su primo, pero respondió:
-” Tengo una idea...más humana, más práctica y decorosa y sin utilizar herramientas, que supongo, sean: un serrucho, cortadora eléctrica, martillos y clavos”.
J.J no daba crédito a lo que le decía esa prima, que, para él, no era bienvenida. La asemejaba a una bruja adivinadora y profetizadora, a quien no consideraba mala gente, pero desde que sucedió el hecho que lo avergonzó hace dos años, cuando le descubrió un secreto, que solo lo sabía él y que aún, para esa fecha, desconocía de qué forma pudo haberse enterado , algo tan íntimo, tan personal… Aunado a esto, también empezó a odiar, esa manera de comportarse, genuina, de siempre buscar soluciones, nada ortodoxas, de querer hacer más de la cuenta, con ideas descabelladas, pero con una determinación en su actuación y siempre seriedad en su rostro. Una chica que demostraba tener dieciséis años, en su aspecto, pero no en lo que hablaba y hacía y que ella misma reconocía, cuando le preguntaban sobre su edad, palabras menos, palabras más, respondía: “Tengo, cuerpo de dieciséis, mente de cien y alma de mil, tengo setenta y siete mil rencarnaciones, la última es de una alquimista, filósofa y loca. Nací con el alma vieja, en un cuerpo de niña…Respuestas que le molestaban, no las comprendía, como tampoco, logró asimilar lo que su madre le dijo en una ocasión: “Tú prima no es bruja, es una muchacha noble, confiable, de ideas correctas. Ella, todo lo que inventa es para protegerse”. J. J aún no sabía de qué ni de quién se protegía…Lo que sí sabía era, que Ella conocía su secreto, su dominio recóndito, hondo, profundo, que solo sabía él y por ello, tenía la certeza de que, si no estaba poseída por un espíritu clarividente, psíquico, Ella tenía una facultad congénita, que le había venido de los genes, de sus algunos antepasados, de los que siempre mencionaba Ella.
-” ¿Qué diablos piensas hacer?” Le expresó con angustia J.J
-” Tú nada...solo nos ayudas a sacar a tía Isabel de la silla”
A la tía Isabel, se le sentía la contractura muscular, pero, para la percepción de Ella, no les sería difícil, levantarla entre los tres. Era de contextura delgada y de estatura pequeña.
- ¿Qué vamos hacer? Ella empezó a dar instrucciones. Eva sostuvo a la tía Isabel, por los hombros y cabeza, Ella la sujetó por la cintura y la acercó a su cuerpo y pudo moverle los pies, mientras que J.J le apartó de la silla de ruedas.
Ya el cuerpo con rigor mortis, permanecía en el lecho de la cama. La cabeza y los brazos extendidos sobre el colchón, las piernas, en posición de asiento, como la que llamaban cúbico dorsal, pero, boca arriba. Bajo esa perspectiva, fue que comprendió J.J lo que quiso decir el sepulturero, cuando le refirió, ir en busca de unas herramientas ...
“Has lo que tengas que hacer, pero a velocidad de un rayo. El sepulturero vendrá pronto...pero, no quiero ver nada. “Dijo J.J intentando salir del cuarto despavorido, pero, antes de hacerlo, la prima le indicó:
-” Nada de salir, necesitamos la ayuda de tres y somos los que estamos”. Lo agarró por un brazo y lo introdujo de nuevo al dormitorio.
-” Lo que les voy a indicar, no lo piensen, solo ejecuten, y listo. Si nos podemos a pensar, sé que no lo vamos a poder hacer. Voy a contar a la cuenta de tres...
-” Yo la sostendré fuertemente por los hombros, tú J.J la sujetarás por los pies con firmeza y tú Eva, te sentarás sobre las rodillas de tía, tirándote, como si se tratara de una silla”.
-” ¿Y por qué diablos yo? Refutó Eva.
-” Porque eres la que tiene mayor peso y necesitamos quebrar huesos”. Respondió Ella.
“Todos en posición...¡¡¡Rápido...¡¡¡ a la cuenta de uno, dos y tres!!!” El grito de la orden de Ella, se extendió como un eco en todo el espacio, escuchándose en forma inmediata un restallido, semejante al sonido del crujir de una gran cantidad de galletas. Esa fue la sensación de los oídos de los tres jóvenes, ante los huesos rotos, fracturados de las rodillas de la tía Isabel....
¡Has matado a mi madre, bruja arpía! Lloraba con desesperación J.J
“. Tú madre, ya estaba muerta cuando yo llegué. A nadie matan dos veces, niño tonto.” Le respondió Ella.
¿Dios qué hice? ¡Del Cielo bajaran castigos ¡pero falta la cabeza.” Acotó Eva.
-” De eso de eso me encargo yo,” respondió Ella y con un movimiento medio giratorio, certero y brusco, le enderezó la cabeza y de una vez, le arregló las trenzas a la difunta.
- “Ahora las vamos a limpiar y después la vestiremos.” Expresó Ella, pensando que su tía debía estar dentro de su féretro, elegantemente vestida y con la misma dignidad, en vida había mostrado.
.” Yo no participaré más de esto”. Salió J.J compungido, llorando desgarradamente, lo que, para Ella, era el llanto del arrepentimiento.
-” Danos las llaves del escaparate y elige la ropa que quieres le coloquemos y trae agua bien fría con hielo, que la vamos a limpiar”. Alcanzó decir, Ella.
“¡Tengan, brujas perversas¡”. Gritó J.J, lanzando las llaves, que alcanzó del bolsillo de su pantalón, exclamando:
-” ¡Vistéenla, como les dé la gana!
-” No te pierdas, malagradecido, porque después de vestirla, la vamos a meter en la urna y necesitamos que nos ayudes a transportarla. Además, aún no sabemos, que, cómo siendo su hijo y viviendo en su mismo techo, tía estuvo cuarenta y ocho horas muertas y te enteraste hoy, en horas de la mañana” . Le grito Eva, con entonación de reproche.
-” Además, primo querido… aún el pueblo no sabe…sobre tú comportamiento de hace dos años…Posiblemente, estás en las mismas andadas. Sino colaboras, lo sabrán hasta los peces.” Con voz metódica, fría y calculada, amenazó, Ella
-¡Brujas ¡ Brujas! lenguas sueltas y viperinas. Ustedes dos no tendrán cabida en el purgatorio. San Pedro tendrá que construir un lugar especial para ustedes.” Les respondía J.J
Isabel María, ya yacía en el interior del féretro. Un vestido blanco y largo de lino cubría su cuerpo, sus pies descalzos, porque Ella, había resuelto, dejarlos desnudos, argumentando: “la energía de los muertos sale por la planta de los pies y no por la cabeza, deben estar desprovista de calzado, porque de lo contrario, pueden dejar huellas y regresar el alma; igual, si se le coloco medias, corre el riesgo de resbalarse en la escalera que conducía al Cielo y podría caerse y llegar nuevamente a su casa” Ese razonamiento, no lo cría ni ella misma, puros inventos de una mente fantasiosa, pero se divertía, observando el rostro de J. J, que hacía muecas de desdén, de todo lo que comentaba. Unas veces incrédulo y otras, pendiente, buscándole la lógica de lo que Ella expresaba.
Para Ella, era un juego mental que mantenía a su primo, atento de lo que brotaba de su boca. Ella sentía, que de tanto crear historias sin final y sin sentido, de mucho repetirlas, lograba, que muchos las creyeran y estaba segura, que su primo, en algún momento, no dudaba de lo que comunicaba.
-” ¿Quién acomodó a Doña Isabel? ¿Por qué no me esperaron?” Expresó el sepulturero, cuando observó que el cuerpo de la difunta estaba en el interior de la urna, debidamente arreglado con vestimenta y todo...
-” Mi papá envío un servicio de la ciudad.” Le respondió Ella.
¿Y las jeringas y las dos botellas del formol...?
-” Aquí están...tuvieron que ser utilizadas, porque los del servicio, tuvieron un olvido.”.
-” Niños, me hubieran avisado”
“No se preocupe, aunque no hizo el servicio, mi padre le pagará las molestias causadas y hasta el costo del formaldehido…”
-” Bruja ¿quién te enseñó a inyectar formol? Le preguntó J.J acercándosele al oído.
- “Pero, ¿dónde estuviste? ¿No viste el espectro de la abuela Rosa? Siempre nos acompañó en todo este tiempo. Ella era la que me daba las instrucciones de cómo enderezar a la tía Isa, de cómo vestirla, de cuáles partes seleccionar y de cómo introducirle el formal en su cuerpo”. Le contestó Ella, mirándole los ojos y después fijó la vista, al rosario, que colgaba del cuello de su primo, desde hace dos años…
-¡Mentiras! ¡Mentiras ¡No hayas cómo engañar bruja perversa!
.” Dime Eva... ¿vistes al espectro de abuela Rosa en la habitación de tía Isa? Le preguntó Ella, con tono de ingenuidad.
-”! ¡¡Claro!! Siempre estuvo detrás de J.J.…La abuela sabía, que, si se hacía ver, J.J no nos ayudaría” …Respondió con complicidad Eva.
! ¡Malvadas brujas! algún día me vengaré hasta de sus descendencias.”.
“Silencio…empezaron a llegar los familiares”. Ordenó Ella.
Fue un día antes del 19 de marzo, cuando se estaban realizando las festividades religiosas en conmemoración de “El Patriarca de la Iglesia”, San José, Ella estaba ayudando en el cambio de la vestimenta de los santos, cuando escuchó al párroco, el padre Rosado, un inmigrante español, que se había quedado prendido de la feligresía del pueblo, que desde que se vino del interior del país, jamás quiso regresar a la ciudad. Decía que su desempeño, lo hacía mejor entre gentes sencillas, amables y fervorosas.
“Voy a entrar al confesionario, los que desean comulgar mañana hagan una fila”. Él solo no deba abasto a tantas personas fieles. El día posterior, era resguardado, solo para la misa solemne, asistida por el obispo, autoridades civiles y gubernamentales y la procesión, donde acudían una gran masa de fieles, provenientes de todos los caseríos cercanos.
“No me confieso con curas, sino con mis padres”, Se dijo para sí, Ella, recorriendo su vista por la ringlera, que calculaba unas quince personas, constituidas por jóvenes, de ambos sexos, que estaban ayudando en dicha programación. Vio a sus primos: J.J de último y a Eva, de tercera, los tres, circunstancialmente, tenían catorce años.
Ella seguía, limpiando imágenes y cambiando sus capas .Aún, le faltaba la de La Dolorosa, la de la Virgen del Carmen y la que más esperada, que hacía con solemnidad y destreza, el santo que castigaba “sin piedra ni palos”: la de “El Patriarca”, que todos les temían… Motivo por el cual, era casi obligado, como una norma, de que sus habitantes, mujeres y hombres tenían fama de ser bien portados, educados , que hacían esfuerzos de penitencias, escapando de las posibles tentaciones carnales, que por muy seductoras que fuesen, las frenaban los supuestos sanciones atribuidos al santo.
Cuarenta minutos después, observó que el padre Rosado, salió por unos momentos del confesionario, se dirigió al saloncito parroquial, se sirvió un vaso de agua y sacó de su sotana, un medicamento que se lo llevó a la boca.
¡Es el calor ¡estoy sofocado.” Expresó con queja el sacerdote.
- “Descanse, nosotros terminaremos con los arreglos.” Le sugirió Ella.
- “Dile a los que quedan, que regreso a las 4:30, para seguir confesando. Cierra la puerta, voy a quedarme un rato acá reposando.”
- “No se preocupe, padre así lo haré.”
Dicho esto, Ella cumplió con el mensaje. Solo quedaban un total de cinco muchachos, que susurraban entre sí, lo que para Ella fue un comportamiento extraño. Entre éstos, se encontraba su primo, J.J.
- “Pueden retirarse. Dentro de cuarenta y cinco minutos, el Padre Rosado, continuará confesando” Les dijo, aproximándose a los cinco jóvenes, haciéndoles, un gesto de que abandonaran la sala del confesionario. Los chicos obedecieron, menos su prima Eva, a quien Ella invitó a quedarse, para que la ayudara a desarrollar una idea, cuya ejecución, las estigmatizarían por mucho tiempo…
Ella estaba segura, que los cuarenta y cinco minutos señalados, era tiempo suficiente para llevar a cabo su plan:
Le colocó a la ventanilla del confesionario, el doblaje de uno de los mantos, el cual no permitiría que nadie viera para su interior; tomó una sotana negra que cubrió su cuerpo, se puso otro manto, que le tapó cara y cabeza y empezó a escuchar las confesiones, en especial …la de su primo J.J.
“Padre, tengo un gran pecado, estoy muy mortificado, ante usted y con mucha vergüenza, le confieso, que estoy haciendo sexo con la mujer del sacristán…Fue ella, la señora María Santa, la que llaman “Medio Mundo”, la que me invitó a los montes y debajo de un árbol de cují, me ha enseñado todo… Padre he perdido la virginidad, a tan temprana edad, he roto la costumbre del pueblo de conservarme virtuoso hasta el matrimonio, pero no he sido solo yo, somos muchos, demasiados, los que nos hemos entregado al placer. Castígueme, dígame lo que tengo qué hacer…estoy presto a pagar mi falta”.
Ella que también, tenía la habilidad, de imitar voces, carraspeando, simulando tos y el dialecto del párroco, le respondió:
“Eres un hijo del diablo, pero Dios, te indultará, por inocente…Los inocentes los premia Dios…Pero debes rezar, ciento treinta padres nuestros y doscientos cincuenta y cinco aves marías y tendrás por lo siglos de los siglos, por siempre, un rosario, que colgarás en tú cuello, días, noches, mañanas, tardes y mediodías.” Esa fue la indulgencia para J.J.
Un año después, lo volvió a ver en la procesión…
“Primo querido, saludos…” Él la apreciaba, pero no negaba, que cuando la veía, también sentía una sensación rara en todo su cuerpo…Se preguntaba… ¿es miedo o respeto?
“Sabes que he nacido con dones y gracias…Ahora, he descubierto, el arte de adivinar, estoy bendecida por los Cielos, solo con mirarte, podría vaticinar tú futuro y saber qué pecados escondes en tú corazón. Por ejemplo, en este instante, al ver tú aura y enfocarme en tus pupilas, veo que ya no eres casto…te has entregado a los placeres de la carne…Tú cuerpo, huele a tierra sucia y a flor del árbol del cují…” Dijo esto, acercándosele, su olfato a la solapa del traje de J.J.
J.J, salió corriendo del tumulto, se arrodilló en la arena y apretando el rosario, que siempre tenía en tenía su cuello gritaba escandalosamente, entre la procesión:
“! ¡Muchachos salgan de la procesión! Mi prima se volvió bruja, no la miren ¡¡ Lo sabe todo ¡
Al escucharse los gritos de J.J, la procesión fue abandonada por un gran número de jóvenes del sexo masculino y que esa noche J.J, fue internado en el dispensario de salud del pueblo, por un “ataque de nervios” …
Como se desconocía sobre cuál de sus primas se refería J.J, las personas no diferenciaban entre Ella y Eva, quedando marcadas en sus memorias como: “Las Brujas de la procesión”.
ANA SABRINA PIRELA PAZ
Julio 2021
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