SINOPSIS
Un leyenda que surgió en la hermosa ciudad de Villavicencio, de la cual tuve conocimiento a través de un espectador de los acontecimientos. Espero, la disfruten, con la magia entre lo real y lo inverosímil, pero, que encierra un aspecto moralizante.
“Esta noche amanecemos, amanecemos parrandeando,
esta noche amanecemos, amanecemos parrandeando”. (bis)
Esa era la letra de la estrofa de la canción, que Erika María, cantaba y bailaba la mañana del día viernes, mientras se probaba un vestido de color rojo, ceñido a su cuerpo, de corte sensual y al mismo tiempo, se medía pares de zapatos apilados sobre el mosaico del piso de su habitación, en busca del adecuado para su atuendo. Con un semblante de felicidad y notable excitación, tarareando la melodía, movía al compás de la música: manos, brazos, cintura, cadera y pies.
Tuvo que haber elevado su tono de voz, cuando obligó a su madre a tocarle la puerta:
-” Erika, ¿qué le sucede? Con esa algarabía va a despertar a su hermano, el pobre se acostó anoche muy tarde.”
“Hay mamá, usted no sabe...esta noche me voy de rumba. Va tocar en “Los Girasoles Club”, el grupo musical de moda,” Party Show Band” y esa farra no me la voy a perder “.
“No lo sabía...y usted… ¿con quién va?
“¿Con quién podrá ser?... con las chicas…con Lila y La Tati”. Respondió la hija.
“Erikita, ya usted es mayor de edad, pero siempre es bueno un consejo y si viene de la madre mejor. Mire usted es una mujer bien plantada, cuídese, pórtese bien, no vaya a beber de más y no vaya a bailar con desconocidos, siempre hay un diablo suelto. Fíjese lo que le pasó a Margarita, la niña quedó malograda, hasta dicen que abusaron de ella.”
“No se preocupe madre, yo me sé cuidar y si sale el diablo, como dice usted, lo saco a bailar”. Con cierta chanza, le respondió Erika María.
Carmen López, que así se llamaba la progenitora, salió del cuarto con gesto de no haberle gustado la respuesta. La conocía, sabía que su primogénita, desde que nació dio muestras de una personalidad alegre, características que le inquietó siempre, porque en la adolescencia esa chispa de alborozo se le acrecentó y ahora, como adulta, estaba convencida que su joven hija, había nacido con espíritu libre, imposible de dominar. No conocía ataduras, sin prejuicios y sin malicia, era la chica que todos querían tener como compañía en las fiestas: si no la invitaban, ella la buscaba o “armaba” su propio festejo.
Era de contextura delgada, pero con medidas voluptuosas, de estatura aproximadamente 1.75, piel morena y ojos color miel, con mirada insinuadora, que destacaban en su bello rostro, haciéndole marco, una cabellera endrina, abundante y sedosa. Así era Erika, naturalmente bella.
Como a las 20:00hrs llegaron Lila y La Tati, quienes terminaron engalanadas y maquilladas en el aposento de Erika. Ya afuera, las tres amigas, estaban en espera de Diego Enrique, un amigo cercano a la familia y a quien, las jóvenes, lo denominaban “compañero de juerga,” que, para las voces mal intencionadas del vecindario, era descaradamente utilizado por las chicas, solo por conveniencia, porque el único beneficio que les podía ofrecer, era el coche último modelo que poseía y lo otro, lo sabido por todos: estar perdidamente, enamorado de Erika María, sin que la joven le correspondía el sentimiento. Pero él, hacía caso omiso a las murmuraciones, mantenía aferrada una esperanza: “en el momento menos esperado, ocuparé el primer lugar en su corazón.” Esa era su conclusión íntima.
Llegaron a las 22: 00hs. Una larga fila de personas, mayoritariamente jóvenes, se apresuraban a entrar en el conocido local nocturno, famoso por los espectáculos artísticos que en él se programaban, con la presentación de grandes cantantes, orquestas y bandas musicales. Para las tres amigas, no hubo problema, Diego Enrique había adquirido los boletos, con suma anticipación, reservando un lugar, con su respectiva mesa, cerca de la pista de baile y del escenario, por lo que no tuvieron tropiezo alguno, a la hora de acceder al sitio.
La discoteca “Los Girasoles Club”, ubicada en la ciudad de Villavicencio, capital de Meta, Colombia, no solo tenía reconocimiento nacional, sino mundial. Estaba consideraba como una de las más distinguidas, por se plaza de grandes estrellas del canto y por tener en su decorado, el buen gusto de la elegancia y amplitud de salones, lo que la hacía imponerse, sobre las demás. Construida a tres niveles, con una atención de cuidada excelencia y una política rigorosa, sobre el derecho de admisión, que ejercían sus administradores, para el acceso a sus instalaciones.
Así las cosas, la noche era prometedora, en diversión y dicha. Por su parte, Diego Enrique, como un “hermano protector”, ponía distancia, a través de una “mirada de pocos amigos”, a los caballeros que pretendían cortejar a las tres damas, que le servían de acompañamiento.
Con gran bullicio y aplausos a granel, “Party Band Show” inició su presentación. La gran mayoría de los asistentes, se aglomeraron en la pista y de esa manera, empezó el baile. Momento en que se percibía las energías que emitían los cuerpos, en cada movimiento, surgiendo una competencia espontánea entre la multitud, sobre de quién mostraba el mejor ritmo o exhibiera, un novedoso paso.
En la mesa reservada por Diego Enrique, solo estaba Erika y él. Ella simulaba estar entretenida viendo a los demás danzar, que, para el joven, era una burda excusa, para evitar alguna sugerencia de invitación al baile, que le permitiera disfrutar, tan solo una sola pieza, siendo otra forma, de rechazar sus pretensiones.
El baile colectivo estaba en pleno éxtasis, ayudado por las luces multicolores giratorias incandescentes, que, a través de éstas, se distinguían las siluetas, que, al compás de las interpretaciones, agitaban sus cuerpos, flexibles, sudorosos, pero contentos y contagiosos.
El primer “set” se dio por finalizado. La banda musical, hizo un intermedio, para continuar la segunda parte, por lo que los bailarines, se dispusieron a hidratarse, reponiendo las bebidas y otros, salían a fumar, porque adentro les era prohibido.
Lila y La Tati, tuvieron la suerte de encontrarse con unos conocidos y ya andaban emparejadas, para continuar disfrutando de la gran velada, la que con tanta emoción habían esperado.
Erika miraba para todos los lados, sin localizar, ningún rostro familiar que le pudiera salvar la noche, porque, lo que menos deseaba era bailar con Diego Enrique. No le resultaba atractivo, sentía por él, un sentimiento de una noble amistad, pero, solo con pensar que el chico posara sus manos en su fina cintura y su brazo sobre su cuerpo, lo rechazaba mentalmente: “No quiero sentir eso, pero no está en mí”. Se decía así misma.
- “Diego …ve y busca con quien bailar, a mí me está doliendo la cabeza, no esperes por mí”. Le dijo al joven.
Diego Enrique no le respondió. Acabó la bebida que estaba ingiriendo a grandes sorbos y aligeró otra.
Faltaban pocos minutos para que el grupo orquestal, reiniciara su segundo show. En ese instante, se dejaba escuchar, una música instrumental de fondo, cuando por la puerta principal del salón, hizo entrada un joven elegantemente trajeado. Vestimenta que se destacaba por el estilo moderno en su camisa, chaqueta y pantalón, de contextura atlética y calzado, que lucía a toda vista, una marca comercial conocida. Los demás detalles se apreciaban en la medida que el caballero se acercaba al escenario. Las chicas impresionadas por la belleza física que derrochaba el recién llegado, se miraban entre sí, preguntándose:
- “¿Quién podría ser?”
- “Nadie de la ciudad… aquí todos nos conocemos y ese rostro no es de por aquí y la percha menos”.
- “Seguro que es alguien de afuera… ¡quién tendrá la fortuna de bailar con él ¡”.
Erika, al ver al flamante caballero, se levantó como un resorte y se colocó en un sitio estratégico, cerca de la barra, para despertar atención, apostando por un fortuito encuentro. Diego Enrique, la miró, pero esta vez, no enternecido de amor, sino casi enloquecido por la ira, pero respirando profundo, silenció las palabras que quería pronunciar.
“-No seas tan descarada”. Le increparon sus amigas.
“Esa es mi gran noche, ¡no sean envidiosas ¡”. Respondió Erika.
El joven no dudo en acercársele, con un gesto amable, lo que aprovechó Erika, sugiriéndole bailar. Era la primera pieza del segundo “set”, se entonaban merengues románticos; a medida que avanzaba el son, el hombre daba muestra con destreza, de ser todo un bailador, pero a la vez, poseía el arte de la seducción, solo bastaba con observar a Erika, que, en sus brazos, parecía estar flotando sobre las nubes. Sus manos en su cintura, tenían el efecto de una caricia, que posaba suavemente, inquietándola, porque al tacto, se revelada, insinuante, un acercamiento íntimo. Erika no dejaba de mirar las facciones perfectas de su pareja de baile: tez blanca, contrastaba con los ojos negrísimos y el cabello…” ¡ay su cabello ¡”, suspiraba Erika ¡recorte de estilista. ¡Una fragancia varonil emanada de su cuerpo: “¿Hugo Boos, Guerlain, Armani, Calvin Klein o Lauren?” Se preguntaba, no pudiendo adivinar el aroma del perfume que la subyugaba y que cómodamente se mantenía en el regazo del gentil forastero. Todos al mirarlos, admiraban la gracia y el donaire que activaban sus cuerpos, que, armoniosamente, se desplazaban, con una soltura, artísticamente melodiosa.
Diego Enrique, ya con una gran carga etílica en su humanidad, sostenía una explosión de furia, mostrando signos de impotencia, pero, no podía negar, que el caballero, exhibía un don para la danza y con él, el arte de la fascinación, que despertaba en Erika, que vencida, se notaba adherida a la masa muscular del incógnito hombre.
“Definitivamente la perdí”. Se dijo, apurando más licor…
Tal dominio exponía el caballero en la pista, que, por momentos, las demás parejas de baile, se apartaban para ofrecerle el debido espacio y observar toda su talento y señorío…
Terminado el segundo “set”, los asistentes se dirigieron con prisa a las salas de baños. Las señoritas a retocar su aspecto, utilizando algún cosmético, para borrar algún vestigio de sudoración o un maquillaje estropeado, porque no se resistían a malograr sus hermosas apariencias.
- “Voy al baño, ya regreso para que hablemos, no nos hemos dado tiempo en presentarnos, me llamo Erika María y vivo aquí en Villavicencio”. Se dirigió al desconocido.
- “La acompaño hasta la puerta, una dama como usted, no debe permitirse andar sin compañía”. Respondió, con una entonación marcadamente varonil.
¡Qué gentileza! Pensaba Erika María. Ella que, era “fiestera” nunca se había encontrado con un joven con semejante imagen.
“Parece una fotografía viva, salida de los modelos masculinos de la revista “Men´s Healt” ¡esto es un sueño ¡”. Se decía para su interior.
Al acercarse a las salas de lavatorio, la escoltó hasta la puerta, pero Erika María, suspicazmente, se percató, que el joven también hizo entrada, a la que identificaba para uso de los caballeros. Sus dos amigas, que la esperaban en el lavador, con evidente gozo, expresaban:
“Erika, qué éxito! ¡Te “levantaste” al galán de la noche!, Comentaba Lila.
“¡ Como deseo¡ besarlo ¡ , aunque sea la mano”. Manifestaba “La Tati”.
Erika María, ante sus amigas, se mostraba plenamente complacida. Un brillo en sus bellos ojos, daba fe de una satisfacción interna, nunca experimentada antes, con otro varón.
“Ese es diferente… ¡tiene clase ¡irresistiblemente bello¡, sus manos suaves, como el terciopelo, me tienen bailando entre tules y gasas, y sus labios casi rozan los míos …! siento estar en la gloria!”. Les refería a sus inseparable y leales compinches.
Se dio comienzo al tercer y último “set”, ya era más de media noche, muchas parejas volvieron a la pista. Erika María, parada, en la entrada que conducía al baño de los caballeros, esperaba al joven, pero, en virtud de que transcurrían los minutos y no daba señales de su presencia, decidió ver lo que acontecía. Pensando, que pudo haber tenido algún percance. Abrió la sala del baño, conformada por varios cubículos, no escuchaba ruidos ni señales de persona alguna…Situación que le extrañó, giró sus ojos a la parte baja, en busca del calzado o de algún vestigio del joven desconocido… todos estaban vacíos. Pero, en la última cabina, apartada de los demás, divisó, entre el espacio del piso y el límite de la puerta, algo extraño…. una cosa difícil de identificar…La cosa se asomaba y daba la rara impresión de parecerse a dos inmensas patas negras y peludas, con afiladas y largas pezuñas, que debían de pertenecer a una gigantesca y salvaje bestia, que sobresalían por debajo de la puerta…. Y observó algo más…. que la atormentó: la chaqueta, que minutos antes, vestía el caballero, colgada en un perchero, ubicado en la pared derecha de la referida cabina.
¿Qué sucedió aquí?
¿Qué animal es este?
¿Dónde está? ¿Dónde está? Se preguntaba.
El temor y la incertidumbre, le impedían abrir la puerta del cubículo. Un olor nauseabundo recorrió el espacio…doblándose en rodillas, Erika, pudo mirar mejor… notando, que las grandes y robustas patas, giraban pausadamente, como, en el baile, que, al cambiar su posición, dejaron ver, precisamente, al lado de las grotescas extremidades: los zapatos que calzaban el apuesto joven.
Un incontrolable pánico, invadió todo su organismo. No tenía duda, se imaginó, que el joven fue atacado y devorado por la rara bestia, hecho que para su raciocino no tenía explicación.
Un chillido, como un rugido estrepitoso, retumbó las paredes del gran salón, escuchado por todos.
Era Erika María, pidiendo ayuda.
¡Auxilio, auxilio, en el baño está una bestia!
Un tumulto de personas se acercó y confirmaron a ver visto las patas negras y peludas con pezuñas puntiagudas, propias de una fiera sanguinaria, cuyo cuerpo nunca fue observado, porque nadie se arriesgó a abrir la puerta.
Pero, otro grito, surgió en la multitud, alguien expresó:
“! ¡Ese es el diablo, mírenle las pezuñas!
Y no hubo un solo ser viviente que se quedara dentro de la Discoteca…
Erika María, al escuchar esa expresión, recordó que el olor nauseabundo que había percibido, era el mismísimo azufre …
“¡Hay Dios mío ¡el diablo “salió “y me eligió a mí.” Lloraba con desmesurado desespero.
“No Erika él no la eligió. Usted lo busco, recuerde que quien lo invitó a bailar fue usted”. Le recordó La Tati.
Al llegar a su hogar, ya su familia sabia la noticia, extendida por todo el territorio de la ciudad.
“Esas entidades están en todas partes, pero hay personas como usted que los “tienta”. Usted lo alentó y allí tiene, le” salió “y fíjese, que hasta la tocó y casi la besa…Usted a lo mejor quedó maldita, tenga cuidado, no vaya a ser, que regrese”. Le dijo su madre.
“Eso no va a pasar Doña Carmen, su hija es el mismo diablo, y los iguales, cuando se ven se juntan”. “El diablo solo tienta a aquel con quien ya cuenta”. Dijo Diego Enrique, que, con un gesto de cortesía, abandonó la residencia.
Ana Sabrina Pirela Paz
(Buenos Aires, febrero 2021)
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