SINOPSIS
Otra historia que refleja la sociocultura del ayer, en espacios, donde jamás ha debido acontecer, ni un solo intento, pero fue común y silenciados, como era la manera, de actuar y pensar de otrora.
EL PELIGRO VIAJA EN EL TRANSPORTE ESCOLAR...
Abierta la matricula del segundo año de secundaria, en las políticas administrativas de aquel colegio, hubo un cambio radical: el régimen de enseñanza, dejó de ser exclusivo para chicas y fue extendido para el género masculino. Total, suficiente edificación inutilizada había, y con más aulas abiertas para niños y niñas cursando la primaria, daban vida a esos espacios.
La institución fue transformada, en su totalidad, los tiempos así le exigían. Manuelita Alterio, seguía siendo la propietaria y fundadora, pero, quien dirigía era el Licenciado Oscar Gómez, reconocido profesional de la zona, proveniente de un “coloso” de la educación, como lo fue el Liceo Raúl Cuenca de Ciudad Ojeda. Un señor alto, de pocos cabellos, de sonrisa amplia y semblante carismático, era el nuevo rostro representativo del plantel.
Otras de las transformaciones importantes, fue que se empezaron a ofrecer cursos de idiomas, para el personal y familiares de los contratados por las empresas petroleras, provenientes de E.E.U.U, Curazao y Bonaire, entre otros, quienes requerían aprender nuestro idioma. Por ello la presencia de niños, jóvenes y adultos, en cursos especiales: sabatinos, matutinos y vespertino, en clases de castellano y gramática.
Con esa evolución, algunas hermanas religiosas, se retiraron en los claustros de su congregación y otras, transferidas a centros educativos de la región. Y así debió ser, por cuanto la nueva modalidad, de educación “mixta”, exigía un personal docente bajo otro perfil y competencias.
A la secundaria, llegaron nuevos compañeros y otras permanecimos. Mirna continúo, Priscila se nos fue a Caracas, la capital del país y yo, decidí, quedarme. Al principio, se nos hizo extraño fraternizar con los jóvenes, pero nos fuimos acostumbrando, sin incomodarnos.
Por esas modificaciones, administrativas y operativas, la dirección, tuvo que adquirir dos unidades de autobuses, para cubrir la ruta de transporte de los alumnos residenciados en las diferentes regiones del municipio, aunado a ello, la plantilla de estudiantes había acrecentado. Por lo que tuvieron que programar horarios de salidas de dichas unidades, conjuntamente, con alumnos de primaria y secundaria, porque algunos coincidían, estar domiciliados en las distintas urbanizaciones privadas de los “campos petroleros” (Mene grande, Campo Rojo, Tía Juana, La Salina, Mene Grande, Zulima, Tamare, donde cada empresa (Creole, Shell, Chevron, Exxon, entre otras) tenía su propio núcleo habitacional. Por ejemplo, a los efectos de ser más ilustrativa, como mi progenitor, era empleado de la Creole, mi hogar estaba en “Campo Rojo”, zona perteneciente a la comunidad de la referida empresa petrolera.
El primer recorrido era llegar a la capital del municipio, Ciudad Ojeda, y después hacíamos el trayecto para Lagunillas, donde estaban ubicados, casi todas las urbanizaciones privadas de los “campos petroleros”: Campo Rojo, Zulima, La Salina, Mene Grande. En dicho viaje, no me acompañaba Mirna, porque Tamare, zona donde residía, conjuntamente con El Prado y Tía Juana, estaba destinada a los empleados de Chevron, por lo cual, era pasajera de la segunda unidad autobusera, que cubría el itinerario de dichos asentamientos petroleros.
En el bus, no me apegué al compañerismo ni al amiguismo, me mantenía callada o leyendo, o de vez en cuando, mirando el paisaje, que no era tan atrayente: balancines, pozos petroleros, unidades de maquinarias de perforación, tuberías de cualquier tamaña y diámetro, bordeando la vía, estaciones de servicios de combustible, matorrales y una ancha carretera…y larga, con un penetrante olor a asfalto.
A nosotros nos acompañaba una docente de primaria, encargada de la disciplina, quien se quedaba en un poblado, antes de llegar a los “campos”. Después de allí, cada quien asumía su propio comportamiento. Al bajarse la maestra del bus, la conducta de algunos jóvenes y niños, se transfiguraba para dar rienda suelta a sus impulsos de travesuras, peleas, combate de luchas, gritos, …El chofer, pese a que llamaba la atención, carecía de autoridad y difícilmente, se le obedecía. Los ya “mayorcitas” del segundo año de secundaria, en ocasiones, interveníamos, llamando al orden y así de una manera natural y espontánea, fuimos adquiriendo cierto respeto en el grupo.
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Con los fines de aprender el idioma, inscribieron a Lissoleth, una niña de 8 años, residente de campo Zulima, alojamiento de trabajadores provenientes de E.E.U.U. Era hija de una pareja, que recién habían llegado de Texas. Si bien, entendía algo de nuestra lengua, carecía del conocimiento de la gramática y dificultad en la pronunciación, lo que no le restaba, poderse “comunicar” con los demás. Era una niña graciosa, risueña, que se la pasaba cantando melodías en su lenguaje. Hermosa, con ojos verdes mar, cabellera rubia y abundante, con mirada de niña feliz. ¡Toda una muñeca! decíamos y le reconocíamos sus atributos, al punto, que la elegimos reina, en las fiestas carnestolendas, representándonos en la comunidad de los demás centros educativos del área, ganando el reinado, para orgullo nuestro y desde entonces, la llamamos : Lissoleth I. Corrí con la suerte, de que ella, empezó a juntarse conmigo de vuelta a mi casa…Era mi amiguita de viaje.
Aconteció, que Gumersindo, el chofer, que para el estudiantado era como un “padre”, se enfermó. Ese hombre que soportaba el desorden, la mala conducta y que jamás puso queja alguna contra el alumnado, “Gumersindo, queremos comprar helados”, Gumersindo estacionaba el bus y comprábamos helados. “Gumersindo se me quedó el libro”, Gumersindo se regresaba y el alumno buscaba el libro.” Gumersindo quiero ir al baño”, Gumersindo se detenía ante un baño público y el que fuese hacía su necesidad. Complaciente, paciente y generoso, así era la personalidad de aquel caballero, con 56 años de edad, moreno, robusto y de mirada dulce y buena, quien nos aconsejaba siempre: “muchachitas pórtense bien, sino papá Dios las va a castigar”. “Dios castiga sin palo y sin piedras” y por tanta aconseja, lo empezamos a llamar: “Padre Gumersindo”.
Por su suspensión médica, fue sustituido, por otro conductor, como de 30 años aproximadamente, recomendado por Judith, secretaria del colegio, y supuesta novia del recién llegado. Se llamaba Richard Pérez, tez blanca, cabellos y ojos claros -castaños, sin llegar a ser rubio, de porte elegante y bien hablado. Por su apariencia y buen vestir, parecía otro docente más del colegio.
Así empezó Richard a suplir la ausencia del Padre Gumersindo…Se mostraba tranquilo, reservado, pero huraño, siempre encarado. A cualquier llamado, de compra o de insinuación del algún requerimiento de los alumnos, inmediatamente, señalaba “Eso no me está permitido” “No estoy autorizado”. De lo que interpretábamos, que el Sr. Richard era “cero” condescendiente.
Un día y otros más, el mencionado chofer, no entraba al campo donde tenía mi residencia, sino que se dirigía hacia las demás urbanizaciones, dejándome de última, después de hacer todo el recorrido.
“Sr Richard se pasó de largo… No entró a Campo Rojo.” Le advertía.
“Al regreso la dejo… se me olvidó”. Respondía.
Inadvertencia, distracción, que me disgustaba, porque lo que uno deseaba era llegar rápido a su hogar por comida caliente, un baño y hacer las tareas asignadas para el día siguiente.
Esa misma situación, se mantuvo, al punto de sentirme más temerosa, que incómoda, porque percibía que el Sr. Richard me observaba por el espejo, fijamente, como buscando en mí una reacción. No me miraba, como lo hacía un profesor o un compañero de clases…No, esa mirada era distinta. Después la interpreté y la califiqué de sádica…de mirada “poseída por los demonios”, como nos los hacía ver, Sor Alicia en sus pláticas:” el hombre, cuando toma licor se le mete el diablo en el cuerpo y de él, brotan acciones sucias y pecaminosas, se vuelve sádico…Niñas no se acerquen a hombres borrachos, aunque sean sus propios padres”.
¡Huy! ¡Huy! En coro le respondíamos nosotras.
Detuvo el bus en una estación de servicio.
“Voy al baño y compro refrescos…Niña… ¿quieres una pepsi cola?
“No, gracias. No tomo refrescos”.
Llegó con dos refrescos, uno tomándoselo y el otro ofreciéndomelo.
“No vayas a recibir ni a beber nada, que te ofrezcan personas extrañas”. Ese consejo dicho por mi madre, que recitaba como una oración, me llegaba siempre a la mente, como avisos publicitarios de luces de neón.
“No, gracias, no tomo refresco”
“Que niña más engreída… ¿no te han dicho que eres hermosa? Se sentó a mi lado y empezó a tocarme los bucles y la cara. Sí, mis rizos, que mi madre me los hacía con tanta abnegación.
“¡Quítese de mi lado! ¡no me toque ¡
! Déjeme tranquila ¡Lléveme a mi casa! Enfurecida le increpaba.
¡Auxilio, auxilio! Empecé a dar gritos.
¡Cállese niña malcriada!
¿Y qué diablos le estoy haciendo? ¡Solo le ofrecí un refresco…! Niña engreída, mal educada.”
Cuando empecé a gritar, auxilio, colocó la unidad autobusera en movimiento y velozmente me dejó en mi domicilio.
La malicia ya estaba apoderada en mí. Al otro día se lo dije al Licenciado Gómez.
“El señor Richard se detuvo en una estación de servicios, compró refrescos, me ofreció uno, dije que no, me tocó mis bucles…Me dejó de última, otra vez. No me gusta cómo me mira.”
¿Cómo es eso que la dejó de última, otra vez? Hablaré con él , regrese a clases.”
“Me tocó los bucles…Profe Gómez”. Le insistía.
“Pirela … ¿y qué hay de malo, en que te haya tocado los bucles? ¿no se te pueden tocar? ¿ qué tienen tús bucles? Eso respondió.
Lo sentí como un regaño y no dije más nada. Al aula llegué con un sentimiento de decepción, “no me entiende”. Pensé.
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¡Pirela! ven acá, !acércate. !
Me aproximé al grupo de compañeras que estaban sentadas en el cafetín.
“¿No te has fijado, en la mirada del nuevo chofer?” Preguntó Gloria.
“Fíjate en el recreo, se sienta en el jardín y simula ver el periódico, que tiene un hueco, y a través de él, se pone a mirarnos. Es un “viejo verde”, “viejo sucio”. A ti te mira la cara y a mí el busto.”
“Huy¡¡ qué asco ¡¿Se lo decimos a Gómez?”. Intervino Lucinda.
“¡Vamos¡¡vamos a acusarlo”. Concluyó Gloria.
“Profe, venimos a decirle que al nuevo chofer…nos mira feo…No nos gusta cómo nos mira. Le hace un hueco al periódico y nos mira por allí” Dijo Gloria.
“¿Cómo es eso, de mirar “feo”? Cada quien mira como quiera y ¡váyanse¡Salgan de la oficina, disfruten el recreo y dejan de estarse metiendo con la gente. Estoy muy ocupado, para escuchar esas tonterías”.
Otra reprimenda más. Corriendo salimos de la Dirección.
Algo tuvo que haberle referido Gómez, porque nunca más, me volvió a dejar de última o quizás, intuyó, que yo no era la candidata, que él podía intimidar y someter para sus perversos instintos.
De último, se quedaba Fellipo, un italianito como de seis años y de penúltima, Lissoleth I, ese era el final del recorrido.
Empezamos a notar que Lissoleth I, quien regularmente asistía a clase, por días se ausentaba, por lo menos dos o tres veces a la semana. Y cuando acudía, ya no mostraba el rostro risueño, no cantaba y casi nunca hablaba, algo inusual en la niña.
Como su comportamiento era extraño, Mirna y yo la abordamos.
“Estás enferma, que te sucede, ¿por qué estás faltando? Le pregunté.
“No, no tengo nada, no estoy enferma, es que tengo mucho miedo.”
“Por qué cuéntanos, nosotras no vamos a decírselo a nadie. Dinos. “Manifestó Mirna.
“Es que el señor del bus, siempre me deja de última y me da caramelos, me compra chupetas, cuando me las entrega me toca la cara y pasa sus manos por mis piernas, eso me da miedo” Nos confesó sollozando.
“¿Se lo dijiste a tú mamá?” Otra interrogante.
“No”. Respondió.
Animamos, consolamos y aconsejamos a nuestra reina. La tranquilizamos. Pero, Mirna y yo teníamos un plan, solo que Lissoleth, también debía guardar silencio. En vano era decírselo a Gómez, quien no nos prestaba atención, porque lo que le decíamos o insinuábamos, eran “tonterías”.
Decidimos, que, en los próximos días, y sin que nadie lo notara, escondernos debajo del cojín del último asiento del autobús, el final, el que llamaban “la cocina”, no tenía ventanas laterales, por ello el apodo. Allí el calor era insoportable, era lineal movible y hueco, si se levantaba, servía para depósito de maletas, cuando íbamos de paseos, pero en los días regulares, estaba totalmente vacío. Éramos de contextura delgada, “flacas”, motivo que encontraban los varones para inventarnos sobrenombres, lo que no nos hacía gracia, solo que, en nuestra presencia, no se atrevían a mencionarlos. El de Mirna era “espagueti parado” y el mío “escoba con cerebro”. Allí arrinconaditas, debajo de dicho asiento, nos colocamos, padeciendo de la temperatura en toda la marcha, la pesadez y el movimiento de los cuerpos de los niños que se sentaron encima de él, pero el propósito era: desenmascarar al manoseador.
Precisamente, sí como lo esperábamos, sucedió. El chofer, de pronto detuvo el bus. Le preguntó a Lissoleth, si deseaba un refresco.
“No, no quiero nada”. Respondió la niña, con voz temblorosa y dialecto inconfundible.
Mirna y yo, mientras el canalla se dirigía a comprar refrescos, salimos del escondite y nos colocamos, detrás del espaldar del puesto siguiente, como eran altos, no permitía observar nuestra presencia.
Escuchábamos a Lissoleth gimiendo…con una voz queda:
¡Déjeme no me toque! ¡Déjeme!...
El malvado la tenía aprisionada, abrazada, tocándole la carita y las manos puestas sobre su falda de uniforme escolar…No nos pudimos contener, mi amiga y yo, saltamos como gacelas y sorprendimos al sinvergüenza, que no salía de su asombro:
“¡De dónde demonio salieron ustedes ¡”
Yo le daba con un palo grueso y Mirna carterazos, con piedras adentro. Pero eso no era todo… de lo que disponíamos…
Lissoleth se levantó, corrió, pudo salir del bus y ya afuera empezó a gritar:
¡Help¡¡ help ¡Y nadie que nos auxiliara…
Nos habíamos “armado”, yo con un destornillador y Mirna, con una “llave de tubo” que habíamos encontrado en una pequeña caja de herramientas, debajo del asiento. Así como dos heroínas, nos enfrentamos al manoseador. El tipo me tiró de los cabellos y me tumbó al piso, yo lo punzaba y le daba puntapiés, a Mirna la empujó fuertemente, pero ella se le abalanzaba y le daba con el instrumento, nos amenazaba con darnos golpes, pero, nunca lo hizo… Éramos más ágiles que él y no teníamos miedo. Él sí, ya estaba descubierto. Pudo habernos hecho el daño que quiso, pero no se atrevió…El miedo lo paralizó.
“Manoseador, manoseador, manoseador, eso lo sabrá el director.”
“Manoseador, manoseador, manoseador, eso lo sabrá el director.”
Con esa arenga huimos. Logramos salir del bus, entre puntapiés, carterazos, puyazos
Esas fueron nuestras defensas…
Tomamos de la mano a la niña y nos lanzamos a correr por todo el hombrillo de la carretera…
Y mientras nos alejábamos, observamos que el bus seguía estacionado, frente a la estación de servicio… Los transeúntes solo miraban. A lo mejor pensaban, que éramos unas niñas “engreídas, malcriadas y mal educadas”.
Llegamos a una parada de taxis, Mirna se fue a su domicilio y yo, acompañé a Lissoleth I hasta el suyo.
Al otro día hubo un ausentismo escolar, el Sr Richard no hizo su recorrido. Yo no lo esperé. Mamá me ordenó no subir más al bus y desde entonces, empezó hacerme el transporte la mamá de una de las vecinas.
Decírselo al director… ¿para qué? Teníamos otra estrategia: contárselo a su novia, Judith, la secretaria del colegio. A quien le referimos, desde el primer intento con mi persona; sobre los efectos que las miradas de Richard le causaban a las demás niñas y de los manoseos que le efectúo a Lissoleth I… La reacción, de Judith fue ponerse a llorar…no entendíamos por qué de tanto llanto. Las reflexiones, a través de los años, me permitió concluir, que el motivo fue la decepción, el desencanto, a lo mejor el canalla fue su primer novio…
Fue ella misma, la que le pidió al director, que despidiera a Richard y así fue…Estábamos sin transporte…cada representante fue solucionando, hasta que se reincorporó nuevamente el Padre Gumersindo, a sus labores…
Sabido esto, por el Profesor Gómez, sucedió, que un buen día, me entregó una insignia de “Disciplina”, que él mismo, me la colocó en el lado izquierdo de mi blusa, encomendándome la tarea, del “orden “dentro del bus, después que la maestra encargada, llegara a su domicilio. Tarea, que si bien, no me gustaba, porque me gané la antipatía de muchos, me sentía gozar de plena confianza entre las autoridades académicas del plantel y además, hacía la veces de cuidadora, de los más chicos, por los excesos de los más mayorcitos, en peleas, discusiones, que se formaban casi siempre y pendiente siempre, de cualquiera mirada o acto que ultrajara el pudor de las niñas y adolescentes, sin olvidar a los niños, porque ya mamá me había advertido, que estuviera atenta, porque a ellos, también le hacían “maldades”.
En esa temporada, aprendimos nuevos epítetos, que iban a enriquecer no solo el vocabulario de los años pueriles, sino acrecentar la malicia con un interés desmesurado, para detectar la intención de los demás…Así se escuchaban en los pasillos o corredores de las aulas: “viejo libidinoso”,” viejo sádico” ….
Hasta ese año estuve cursando estudios en ese colegio…Me matricularon en el Instituto ABC de Lagunillas, allí me gradué de bachiller, con mención Humanidades. Hubo otras tentativas de abuso, pero ya sabía cómo defenderme, había perdido el candor de la ingenuidad. …Conocí la maldad, los instintos perversos y sobre los riesgos…Aprendí a vivir prevenida, creía saberlo todo… ¡¡Sorpresa¡¡ no fue así…En la etapa de adulta, la vida me ofreció, ilustrarme sobre otros abusos, diferentes, de mayor fatalidad y con inminente amenaza de que se consumaran: yo vivía con el agresor...
Ana Sabrina Pirela Paz
(marzo 2021)
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