“Se equivocan quienes piensan que Santa Claus entra por la chimenea, porque en realidad, él entra a través del corazón” (Paúl M. Ell)
Fue en al año 1998, cuando las
autoridades de un colegio de preescolar, kindergarten, que así eran mencionados
, precisaban de un “Santa”, en virtud de que la persona que siempre asumía dicha responsabilidad, en asistir
a las fiestas programadas para navidad y
despedir el año escolar, estaba con quebrantos de salud y como transcurrían los días, andaban en busca
de un joven de la comunidad, que pudiera hacer las veces del célebre personaje para
la entrega de los regalos, ya
depositados en el centro educativo por los padres, con las etiquetas que
identificaban el nombre cada uno de los alumnos. Solo faltaban cuatro días para
el evento, sin haber podido encontrar un sustituto.
Haciendo esa exploración, fue
cuando una mañana, Pedro Antonio, amigo del vecindario y colaborador del
colegio, se presentó en la residencia de Martín Ramón, un joven de dieciocho
años, conocido en la zona por su jovialidad y popularidad.
¡Hola, Martín ¡¿vos cómo
estáis? …Mirá, necesitamos un Santa para el viernes a las 10:00 am. para
alegrar la fiesta del ´preescolar de la urbanización. “El Chicho”, que siempre nos
acompaña, sigue enfermo con las dolencias en la columna. ¿Vos no queréis ir a
“echarnos una mano”?
¡Vos lo que estáis es loco Pedrito
¡¿Cómo crees tú que me vista de Santa? como es que no me habéis reparado.
Hermano, fíjate bien, yo no tengo las características de “El Chicho”. Él es
blanco, alto, un poco pasado de peso, pero con ojos azules y con todas sus
actitudes, le va al dedillo la figura de Santa. Mírame bien. Yo tengo la piel oscurita,
no tengo cabellos ni ojos claros…. Hermano, te equivocaste de puerta, porque no
creo que yo “calce” semejante personaje. Lo único en que coincidimos, es que ambos
tenemos el abdomen un poco abultado, eso es lo único…. Así, que andate por otra
vereda, a ver si consigue a otro “Santa”.
Pedro Antonio, decepcionado por la respuesta de Martín, escuchó
tranquilamente la excusa, sin decir palabras, pero cuando se disponía a marcharse,
hizo su aparición, Mercedes, madre de Martín, quien había escuchado silenciosamente,
la charla de ambos jóvenes:
“Hijo, por qué no reconsideras tu posición. Es el colegio donde estudia
tú hermanita. ¿Cómo la vas a privar, al igual que a todos los niños, de recibir
los regalos tal y como es la tradición? No creo que esa sea tú respuesta
definitiva. Un buen maquillaje, con una apropiada peluca, barbas y anteojos,
darán apariencia de todo un Santa. Además, vas a llevar guantes y la barba te
cubrirá todo el rostro. Nadie notará el color de tú piel. Toma en cuenta, que se
trata de la festividad infantil de la escuela, donde estudian la mayoría de los
hijos e hijas de las urbanizaciones aledañas.” Concluyó la madre.
“Bueno mamá viéndolo de esa forma… podría hacer el intento, pero tengo
dudas. Los chicos de hoy no son como los de antes, ahora son de muchas
travesuras y toman iniciativas propias, no le puedes dar
la idea porque la desarrollan. Imagínate lo que sucedería, si por casualidad,
no me les parezco al Santa, al que ellos están acostumbrados a ver.” Respondió el hijo con tono reflexivo.
“¡Listo¡¡esto no sucederá, te tomo la palabra Martín. Más luego regreso
y te hago entrega del vestuario y lo que haya que comprar para ocultar
detalles, lo haremos. Yo mismo te vengo a buscar el viernes a las 9:00 am,
porque voy a hacer de “duende”, en la camioneta tengo el disfraz, ya con la
bolsa repleta con los regalos más livianos. Los de mayor peso están debajo del
árbol que armaron en el patio de la escuela y tú te sentarás en el trono que ya
lo tienen acondicionado las maestras”.
Con esas palabras y lleno de alegría se despidió Pedro Antonio, quien pensaba
que no se había equivocado en seleccionar a Martín, a quien le reconocían sus
cualidades de ser un gran amigo
solidario en todo trance.
Convenido, de esa forma, llegó el viernes…Yamila, la otra hermana de
Martín, lo ayudó a maquillarse, simulando su cabellera negra con una malla de
color blanco y encima, la frondosa peluca del mismo color y la barba que le cubría
la totalidad del cuello. Lentes, gorro, guantes
blancos y botas altas negras, con el conocido atuendo rojo y blanco, al joven
Martín, solo le faltaba exclamar, el conocido ¡Ho, Ho, Ho ¡del legendario
personaje.
Pero, por mucho que se miraba al espejo, Martín no lograba “entrar” en
su improvisado rol. Temía que un percance pudiera arruinar las celebraciones.
Se imaginaba que un simple movimiento o caída del gorro, arriesgaría en revelar
lo artificial de su representación, lo que podría malograr el feliz momento de
los pequeños, que con ansías e ilusión aguardaban por su encuentro.
A la hora, señalada, el “duende” Pedro, correctamente vestido, lo
recibió en una camioneta Toyota Hilux, color negro, de cabina simple, que en su
parte de carga, estaba dispuesta una gran poltrona sobre la cual se sentó Santa
Claus, con su mochila cargada de regalos, saludando al salir a los transeúntes
que lo observaban tras el paso del vehículo.
Así llegó, Santa… feliz y complacido de regalarme a los niños,
fantasías y contento en el agasajo escolar navideño. …Lo esperaban una gran cantidad de alumnos,
todos apostados, unos afuera, otros en el patio, bajo la supervisión de
maestros y demás personal asistente, quienes
le ofrecían la bienvenida al hombre tradicional
vestido de rojo, con aplausos y
regocijos, esperando, ordenaran la fila para la entrega de los anhelados regalos.
¡Que viva Santa ¡, ¡Que viva Santa¡¡ Santa ya llegó!!! Gritaban los niños, con algarabías y risas sonoras,
contagiando el ambiente de diversión…
Santa descendió del vehículo, anunciando el ¡Ho, Ho, Ho ¡ ¡ Ho, Ho, Ho ¡
repetidamente. Encima de su hombro, colgaba
la bolsa repleta de obsequios y con la mano derecha, saludaba a los
asistentes. El duende Pedro, lo
segundaba en cada paso que avanzaba.
En la entrada de la puerta del
patio, se aglomeraron un gran grupo de niños, esperando tener contacto con el
recién llegado. Precisamente, por esa
situación, casi incontrolable, por la emoción de los chicos, Santa fue impulsado,
cayendo al piso y en ese fortuito instante, se le saltó la peluca, permitiendo
ver parte del color de su piel y del cabello. Sintió un dolor agudo en su
pierna derecha, que le dificultaba caminar, pero aun así, pudo levantarse y retomar su
desempeño.
¡Ese no es Santa, ese es un falso Santa¡,
empezaron a quejarse, los niños, que habían
presenciado de cerca la infortunada caída.
Con una rápida maniobra, el duende le acomodó otra vez, la postiza cabellera
en la adolorida cabeza de Santa, con el propósito de continuar, lo que ha bien
le habían encomendado, pero el vocerío se trasmitía entre los chiquillos:
¡Ese no es Santa, ese es un
falso Santa ¡
Era tan el descontrol, que una maestra tomó el micrófono y llamó al
orden a los pequeños y adultos presentes y apresuró la programación,
decidiendo, que los regalos serían repartidos brevemente…
Santa ya sentado en su trono y frente a él, en fila desfilaban los niños, recibiendo cada uno
el obsequio…Cuando pensó que ya la labor culminaría sin otro percance, un grupo
de niños se le aproximó y bruscamente le tocaron el abdomen y al unísono,
empezaron a gritar de nuevo:
¡Ese no es Santa!! ¡Ese es un falso Santa, tiene una almohada de
barriga!
Santa intranquilo, ante tales manifestaciones, desconcertado por la
habilidad y ocurrencia de los chicos, apuraba la actividad y descuidando la
imitación de la voz del personaje, dirigiéndose a Pedrito, expresó:
“Mirá “duende”,¡ vámonos ya¡ date prisa con los regalos y finalizamos esto, antes de
que me saquen de aquí esos infernales diablillos, que me está doliendo un mundo el pie.”
Pero, otra voz, muy próxima, vibró en el preciso momento:
¡Es verdad, es un Santa falso ¡ ¡ Andreína ese es mi hermano
Martín¡
El falso Santa, no se había percatado, que la niña
que esperaba en la fila, inmediatamente, por la entrega de su regalo y quien lo
había escuchado fidedignamente, identificando su tono de voz, era
su hermanita Bruna, de apenas seis años de edad y detrás de ella, su prima Andreína con los
mismos años.
Al oír eso los demás niños, empezaron a aproximarse en masa, realizando
movimientos de empuje, logrando hacer caer de nuevo a Santa y éstos encima de
su humanidad, como si se tratara de una jugada en un campo de futbol americano,
…Un caos total: niños tirados en el piso, regalos aplastados, juguetes
desparramados por los aires, docentes corriendo e impresionados por el
acontecimiento, buscando proteger al alumnado y organizar nuevamente el sitio.
Lo que, para los niños, el Falso Santa, fue como un juego de
entretenimiento, para el joven Martín resultó una tragedia: golpeado y con el pie
derecho fracturado.
Hoy en día, ya adulto, inclusive, con nietos, “Santa” evoca esa fecha y
comenta con su característico humor, que después de esa experiencia, nunca más
se representó la idea de volverse a disfrazar de Santa. Opina que la suspicacia
de las nuevas generaciones deja en insignificancia, la sagacidad de las anteriores
descendencias.
“Nunca más volví a hacer
de Santa”. Así lo dice.
Ana Sabrina Pirela Paz
(dic. 2021)
Ana, excelente publicación, te felicito
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