“El misterio de la vida no es un problema que hay
que resolver, sino una realidad que hay que experimentar.”
Frank Herbert.
Venía con las manos sudorosas, descansadas sobre
las rodillas, las palmas humedecían la falda de su vestido de corte recto con motivos
floreados. Aún no se le había apaciguado
el susto, pero, es que cruzar una frontera tan vigilada y controlada, no era
nada fácil. Los que habían vivido la experiencia, rumoraban lo traumático de su
tránsito.
Ya abordaba el vehículo, que la transportaría
a la ciudad de Santiago, Chile. No conocía el conductor, enviado por su hija,
desde la provincia de Mendoza, al oeste de Argentina y por el este, la
Cordillera de Los Andes, para que la rescatara del aeropuerto de dicha ciudad. Sandra, solo sabía del
transportista, que era un funcionario público, contactado para que la ayudara a pasar la frontera que
comparten ambos paises. A Suhail, que así es como se llama su hija, las autoridades chilenas le impidieron cruzar los límites divisorios,
una vez, que no había presentado el “permiso de salida”, requisito exigido
y decretado por sus autoridades, en las veinticuatro horas posteriores, desde la aparición en la referida nación de la variante de ómicron , el cual no había podido tramitar, por lo que no
le quedó más remedio que armar un “plan B”, después de cuatro años de
separación forzada, entre ella y su
madre, en virtud de las condiciones
políticas, sociales y económicas de su lugar de origen, Venezuela, aunada a las
restricciones sanitarias por la pandemia del covid 19.
Su llegada a Mendoza fue a las
8:30 am, proveniente de la ciudad capital de Buenos Aires, allí tuvo que
esperar seis horas y media al funcionario, quien la condujo en su vehículo
particular, después de culminar su faena. Eran las 2:30 pm, cuando se le acercó
un hombre de tez blanca, ojos claros, contextura fuerte y cabellos castaños.
“Señora, soy Juan Ignacio Sosa,
el agente que va a colaborar con usted para el pase de fronteras. Por favor
sígame”. Identificación que Sandra corroboró, observando la placa que
exhibía en la parte superior del lado izquierdo, de la camisa de color blanco, que
complementaba el uniforme de empleado público.
Sandra, que la atemorizaba más,
cruzar los límites fronterizos, que la presencia del hombre desconocido,
obedeció a sus órdenes, rogando en su fe, un buen augurio para su pronta
llegada, ya que le habían comentado, la presencia de un gran número de
controles de vigilancia policiales, referencias que no le hacían confianza para
poder llegar felizmente a su destino, pero, aun así, su sentimiento era
arriesgarse.
¿Qué podía suceder? Internamente, se preguntaba.
“Que me detengan y me regresen
a Buenos Aires, eso puede pasar”. Se respondía.
Accedieron al Paso de frontera,
mencionado como Pehuenche, vía Región de Maule, Chile. Algo tuvo que haber sucedido,
en el primer control del lado chileno, cuando el vehículo se desplazó
libremente por la concurrida vía. La mujer angustiada, migrante y sin visa chilena,
otro requisito exigido por el pais a destino a los de su nacionalidad, sentía
que la fallaban sus fuerzas. Ella con sus cincuenta y cinco años vividos, creía
haber estado realizada en lo profesional y familiar, no en lo humano, porque
para su pensar, “graduarse “como mejor ciudadana, son asignaciones que siempre estarán pendientes, pero, jamás se representó ni en imaginación, entrar
a un país en forma irregular y encima de ello, apoyada por un extraño, que, por
dinero, también violentaba su deber. Reflexionó y llegó a la conclusión, que
ambos estaban en un punto coincidente: un estado de necesidad. Él lo hacía por hacerse
de más recursos económicos, ella por afectos, reunirse con su hija y superar
todas las circunstancias adversas que en los últimos cuatro años experimentó.
Habían transcurrido menos de quince minutos
del desplazamiento automotriz, cuando la mujer le refirió al hombre:
- “No se sí es ocasionada por el
temor, la angustia, que, domina todo mi cuerpo y me confunde la mente, pero
percibo, que no viajamos solos señor Sosa. Escuché el abrir de la puerta y un sonido,
aunque silencioso, específicamente, en el asiento del copiloto. Es como si se
hubiese sentado otra persona en el coche”.
- “¿Qué dice señora, que nos
acompaña alguien más? Pues debe ser un espíritu bueno, porque el volante va
liviano y las llantas ruedan bien.” Respondió sin inmutarse, el chofer. Sandra interpretó, que el funcionario tenía la
intención de seguirle el diálogo.
- “No se atormente, el riesgo
es compartido. Si nos detienen, será por unas horas y regresamos por la misma
vía, en caso de que corramos con suerte. Si no, en días nos deportarán, si se
les ocurre abrir un procedimiento legal.” Agregó el hombre con tono seguro
y calmado.
Palabras, que surtieron
contrarios efectos a lo que pudo suponer el funcionario. Sandra sintió que de
pronto recobraba su ánimo tranquilo y empezó a observar el camino transcurrido:
una larga y pavimentada carretera, bordeada por un extenso territorio de
diversos paisajes, con predominio de relieves montañosas, ofreciéndole a
cualquier visitante, el frescor de un aire boscoso y la humedad de las precipitaciones
escasas, que marcaban cierta frecuencia.
- “Sosa, sigo intuyendo, que
no vamos solos…con nosotros va un tercer pasajero”.
“Como le dije antes, debe ser
un alma piadosa, porque el coche va ligero. Cuando son espíritus sin luz, según
lo que se dice, los que quieren molestar a los mortales, ocasionan accidentes y
hacen que ocurran cualquier percance en la vía o asustan al conductor. No creo
que lo que vos podés sentir sea negativo.” Alcanzó a decir Sosa, con un
tono de certeza.
En cada tramo del camino existían
apostados al frente de la vía, los controles viales, comandados por agentes,
que minuciosamente hacía su labor: solicitaban documentos de identidad,
registro de vehículo y demás requisitos, con las preguntas de rigor: datos filiatorios, sobre el por qué de la
permanencia en el territorio y la exigencia de la data de vacunación del covid
19, primera y segunda dosis.
Esa actividad, Sandra la divisaba
desde la ventanilla trasera del vehículo. Igual Sosa, que atento podía ver y enterarse
de todo lo que acontecía delante de la fila de coches que esperaban ser
requisados. Ese era el segundo control, después de la entrada al suelo chileno.
Pero, como cosa curiosa para el chofer no le dieron orden de “pare” y siguió
tranquilamente su recorrido.
Ambos viajeros, continuaban transitando,
deleitándose con la geografía del lugar y sin demoras.
- “Señora Sandra… ¿tomó cuenta
de lo que acaba de suceder, otra vez? Al
parecer estamos invisibles. Parece mentira, pero hemos llegado ya a dos
alcabalas y nada que nos detienen para la requisa…Es extraño, es primera vez
que me sucede. Por lo general, nunca escapo de esta revisión policial fronteriza.”
- “Fíjese Juan Ignacio, es
como si estuviéramos atravesando un mundo paralelo: nosotros los observamos a
ellos y ellos, parecen que no nos captan. Hemos pasado sin que los vigilantes
nos detecten. ¿Qué estará pasando? Se preguntó la mujer.
“No lo sé, al menos que nos ordenen
detenernos en el último control de centinela, que está a menos de cuarenta
minutos”. Agregó Sosa.
Minutos después, habló Sosa:
- “Señora Sandra, estamos acercándonos
al último control, después de allí están las oficinas de aduana de Chile, más allá
la está esperando su hija. Yo me regreso a mi puesto de trabajo inmediatamente.
El acuerdo fue acompañarla hasta el encuentro de ambas y esperar el transbordo
del otro vehículo, que las conducirá hasta Santiago”. Continuaba el chofer indicándole.
Una fila de coches, con movilización
lenta, esperando las señales respectivas de la policía vial, antecedían al
vehículo de Sosa.
“¡Qué raro Juan Ignacio, pasó
otra vez¡, es como si no se percataran de nuestra presencia. Miran la hilera de
coches y camiones, pero a nosotros no nos advierten.” Manifestó Sandra.
- “Así es señora, es como si
estuviésemos en modo imperceptible. Es sorprendente.” Concluyó Sosa, que
impresionado no le encontraba lógica a la situación.
Tal y como se lo había anunciado el
funcionario, Suhail, estaba esperando a su madre, a pocos metros de la estación del galpón de la Policía de Investigación
(P.D.I) de la república de Chile. Ambas, estrecharon sus manos y se
entrelazaron en un cálido y esperado abrazo. Lloraron, rieron y esperanzadas,
abordaron el otro vehículo rumbo a Santiago, no sin antes, despedirse de Sosa, el
gentil conductor.
¡Apúrense, váyanse¡, las
cámaras de vigilancia dejaron de funcionar en estos momentos”. Se escuchó un
agudo gritó, cuya voz provenía de los vehículos que esperaban el
respectivo control.
Obedecieron rápidamente y el
nuevo conductor tomó rumbo al “Camino al Caracol”, el único acceso
para llegar a dicha capital. A Sandra le
pareció peligroso por la estrechez de sus curvas, por donde transitan vehículos
de carga larga, transportando productos para la comercialización entre ambos
paises. Atrás dejaron, el impresionante panorama geográfico de la cordillera andina, con los
picos blancos por la nieve, en alguna de sus elevaciones, así como el monumento
del Cristo Redentor, en el paso de Uspallata y algún aviso sobre un parador o resort
establecido en la senda.
Ya en el hogar de su hija, cuya llegaba
fue en la madrugada a las 2:40 am, la mujer dichosa, daba gracias a la
Providencia por el final de su viaje, felizmente logrado, a pesar de su
peculiar travesía. Un objetivo para ella, ayer imposible, hoy realidad.
-“Mamá atiende el teléfono, la
tía Ana Julia se está llamando”. Señaló Suhail, interrumpiendo el
pensamiento de su madre.
-“¡Buenos noches hermana
querida, al fin llegaste¡ Todas las
hermanas están preocupadas, menos yo. Sabía que arribarías
salva y sana. Le pedí al alma de mamá, te acompañara en ese trayecto, para ti
dificultoso y arriesgado, pero al lado del espíritu de muestra madre, como angel
guardián, todo es posible, bueno y maravilloso. Hecho que se hace perceptible para el que lo sienta
y lo crea.”
Un halo de emociones cubrió el
cuerpo y entendimiento de Sandra, sorprendida por las palabras de su hermana, recordó
la sensación que siempre tuvo en la ruta del viaje: allí, en el puesto del copiloto,
percibió una presencia durante toda la trayectoria hasta reunirse con su hija y
la circunstancia, de “algo”, que ella ni el chofer comprendieron: nunca fueron
detectados por las autoridades de quienes tenían el control del tránsito y el
resguardo sanitario y para añadidura, las cámaras de vigilancia, en el momento
del trasbordo, por alguna causa, estaban desactivadas o dañadas.
Dicha sensación fue acompañamiento de viaje, la
que la ayudó a sentir paz, apartándola del sentimiento de peligro del recorrido,
manteniéndola en una atmósfera de reposo, que emocionalmente
la envolvió en plena y absoluta quietud.
“-¿Penetrará el hombre algún
día el misterio de las cosas ocultas? El velo de descorre ante él, a medida que
se purifica; pero para comprender ciertas cosas le son menester facultades que
no posee aún”.
Sandra reconoció, que esas
facultades, a las que aludía Allan Kardec en el “Libro de los Espíritus”,
las poseía su hermana Ana Julia, cuyas aptitudes nunca fueron comprendidas, las
que demostró desde muy joven y que, a ella, posteriormente, se le desarrolló el
don de la “visión”. Sobre lo que casi nunca hablaba temiendo respuestas
impertinentes cuyo resultado fue siempre, la mal interpretación o la
incredulidad de algunos…Prefirió llamarse al silencio y a la prudencia. Solo
ella sabía de sus presentimientos, visiones y sensaciones extrasensoriales, más
allá del juicio del ser y que esta vez,
osó compartirla con Sosa, que según lo que respondió, dio a entender que, en alguna oportunidad, le
hablaron o experimentó algún hecho, que escaparan de todo entendimiento humano.
“Hermana, responde… ¿estás allí?
La interrogaba Ana Julia, que seguía
detrás del hilo telefónico, esperando respuesta de Sandra…
Sandra proseguía reflexionando y
recordando lo que sus sentidos habían apreciado en el interior del vehículo, en
el trayecto y en el resultado del anhelado viaje.
"¡Mamá¡ mañana, regularemos tú permanencia en este país con estatus de refugiaba", le señalaba Suhail.
Ana Sabrina Pirela Paz
(febrero 2022)
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