15 jul 2025

CUENTO: RECORRIENDO EL CAMINO

 






Había amanecido claro, después de unos días oscuros, lánguidos y húmedos por tanta lluvia, parecía que los grifos del cielo se hubiesen abiertos para el final de la humanidad. Fue cuando observé una tenue luz de sol, que se filtró a través del ventanal de la sala de la biblioteca, entonces decidí interrumpir mi escritura sobre un cuento infantil que no lograba culminar, no sé por qué razón mi musa de forma inmediata se detuvo, fue como si mi mente se apagara súbitamente y no pude avanzar en una letra más.  Así que me coloqué   encima un impermeable negro, ese que siempre está colgado en el perchero de madera, justo en la pared de la entrada de la casa, el que heredé de mi abuela.

Empiezo por decirles que me llamo Gabriela María Colmenares Ruiz y hoy siento una energía vivificante, como nunca he experimentado, que enerva mi existir. Salgo entusiasmada y feliz, me impulsa una alegría fresca, posiblemente motivada a la recién claridad y a mis ganas internas de reencontrarme con la gente, con el paisaje natural y respirar el aire vacacional de agosto, aunque la atmosfera tiene aroma de lluvia, la luz solar nos ayuda entibiando r mi rostro.  Les cuento, que soy una mujer, lo medianamente adulta para saber lo que deseo, moderadamente joven para seguir aspirando y lo grandemente niña para continuar soñando en este espacio maravilloso de días perfectos, algunos  extraños ,  con   dificultades y  otros  con nefastos imprevistos,  accidentados. Pero, esa es la vida…nacemos, experimentamos, vivimos y morimos.

En cada paso por la ladera, angosta y larga, voy dejando mis   huellas marcadas en la tierra y no puedo evitar ensuciar mis botas   altas y negras arruinadas por el lodazal, no obstante, continuó…Un impulso me aliena, lo llevo conmigo, recorro mi vista y busco en dirección la calle principal.

Allí todo sigue igual, recién abrieron los comercios: el expendio de víveres, la tienda artesanal, la panadería y el único hostal que se localiza. Más allá, después del puentecito, que cruza el pequeño riachuelo, se divisa   la iglesia de piedras, la que dicen que tiene cuatrocientos años levantada. Nunca he entrado, pero cuando atravieso el puente y me detengo en su frontal, que en este mismo momento lo estoy haciendo, siento que antes estuve allí, que entré en sus espacios una sola vez, pero, por alguna razón, no recuerdo cuándo ni por qué. Es lo único que atino recordar.

Bordeo la placita, centro de todo el poblado, siempre me ha extrañado que en ella no se levanta la esfinge de un héroe, sino la de un santo que no conozco su nombre. Transitan coches por la calle estrecha, saludo agitando la mano derecha y nadie me responde la señal…Las personas van extasiadas dentro de sus vehículos, unos escuchando música, otros pensativos, exhortos, lo cierto es que nadie me observa, no me determinan…Empiezo a creer que me he vuelto invisible, ¡qué ideas las mías!, imaginarme invisible, con esas ganas irremediablemente que siento de vivir.

Ahora camino en sentido recto, reflexiono y creo recordar, que anteriormente, también anduve por este paraje largo, muy largo.  Quizás correteando detrás de las mariposas o viendo como los niños levantaban   papagayos, los que en otras latitudes llaman “cometas”. Siguen circulando los automóviles, vuelvo a saludar y nada… > ¡Como o si no me conocieran ¡¿será que tanta lluvia los hizo olvidar?>

Continúo caminando, atrás quedaron negocios, viviendas y demás inmuebles…Ahora mi vista se enmarca en una montaña que se torna poca elevada, pero es el efecto de la lejanía. Hago un alto a mi marcha, en el punto donde finaliza el incipiente asfaltado, ahora es una trilla, donde arbustos de diferentes tamaños, de cada lado la delimitan…Como un arrebato interno, tengo la sensación de llegar a un destino, que desconozco y que me impacienta, como una corriente densa de aire que no me deja parar…me empuja a proseguir…Cada paso que doy, aunque pesado, la percepción es que debo llegar, alcanzar. Atisbo que la trilla se ha amplificado, ya no está tan reducida…Escucho el sonido de las carretas de un carruaje que se aproxima a gran velocidad. El ruido cada vez es más ensordecedor. Se acerca y entusiasmado grito:

- ¡En hora buena, cochero ¡- Saludo al hombre que tira el caballo y tampoco me responde.> Definitivamente… no me ve.> Mientras que un dolor intenso recorre mis piernas, al tropezar con el armazón de hierro de sus ruedas, eso creo…siento un golpe que como una descarga eléctrica me tumba… un impulso repentino me levanta. Sacudo mis ropas, con el ruedo de mis faldas limpio mis botas y decido avanzar.

Si, sigo con mi ímpetu de querer arribar a dónde no sé …Como si me estuviera aguardando una meta   mí último rumbo. Ya cansada, agotada por tanto anda, pero, la brisa mañanera y la luz del tenue sol me permiten divisar un gran portal, es alto y ancho, de estructura de madera.

-< ¡Oh, posiblemente sea la puerta de un camposanto! < Pensé.

Llegué a la entrada. Efectivamente, aquí me encuentro en una necrópolis. No puedo decir que sea pequeño ni grande, pero > ¿qué hago aquí?> ¿Qué fuerza me invitan a adentrarme en este lugar? ¿Por qué interrumpí mi cuento, ese que aún no le consigo conclusión y acabo aquí, como si me hubiesen ofrecido una tarjeta de invitación para un agasajo final?

Entré y como sonámbula, otra fuerza repentina   ajena a mi cuerpo me toma de la mano derecha, es fuerte, resistente. Me conduce hacia un lado apartado, casi al final del camposanto y hace que me detenga frente a   una lápida blanca, extremadamente blanca.

 Me inclino, se me humedecen mis enaguas por el fangal que dejó la persistente lluvia, solo observo   una cruz de ornamento de hierro labrado y de reducido tamaño, frente a una lápida de mármol de vetas blancas, en cuya incrustación se lee: “Aquí yace la niña Gabriela María, de ocho años, nuestra Gaby. Finada el 16-08-1925, en un fatídico accidente. Las ruedas de una calesa cegaron su temprana vida. Con amor Vicente y Josefina, sus padres”

 

 

 

 

 

 

 

 

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