Quizás alguien dude de la veracidad de esta historia, yo no la pongo en duda, porque conozco de las reacciones de ira, que pueden volcarse peligrosas y sé de lo que puede acontecer cuando se atraviesa una funesta idea y prosigue un mal momento, seguro que el resultado no lo quieras ver registrado en la hoja de tú vida, como el episodio de "una mala hora".
El relato empieza así:
— No creo que usted deba tener este
revolver guardado en su domicilio — Mire, las armas
son insidiosas… ¿sabe lo que significa.?. Hay que protegerse de una mala hora.
Usted está muy vulnerable, muy herida. Déjeselo a la Providencia, tarde o
temprano se paga en la vida. Es como una tabla de inventario, existen saldos,
unos negativos otros positivos y así van cobrándose por nuestras propias
actuaciones.
—No me diga,
Comisario Hernández, que usted cree en la filosofía del karma. Pues, yo no.
Dejé de creer en todas esas mentiras que los sacerdotes y las monjas me sembraron
en la mente, como grama seca en la educación primaria. Creo en lo que soy y he decidió no
pasar más por ingenua, porque mi nobleza la han confundido. Compré el revolver,
no porque vaya a matar a nadie, no tengo instinto de asesina, es para
defenderme en legítima defensa. Si me llegase un evento imprevisto y si alguien
traspasara los límites en contra de mi humanidad, me obligarían a utilizarla. Dispararía,
de eso sí estoy convencida.
Esa era la plática, entre el comisario Pedro Hernández y
Paola Montesinos. Una mujer que había resuelto tomar clases de tiro, cuyo
instructor era el citado oficial policial, quien ofrecía entrenamiento de armas
fuera de su oficio cotidiano. Hombre respetado y reconocido, por sus
habilidades como experto en tiro deportivo en todo el
perímetro de las instalaciones del Polígono de Tiros de la localidad.
—Conozco la
psicología de mis alumnos, reconsidere señora Montesinos esto, tener el arma en
su domicilio, más cuando en éste, aún reside la persona que la ha sometido a vejámenes
ya conocidos, es riesgoso. Hágalo por usted misma.
— Gracias
Comisario, agradezco sus recomendaciones. Las tomaré en cuenta.
Paola salió de prisa del campo del complejo de entrenamiento y se
dirigió a su domicilio. No dejaba de pensar en las últimas palabras de su
instructor. Pero, una voz en su interior le indicaba que no era la hora… de
deponer armas…debía seguir entrenando y conocer las estrategias de defensa.
Bastante ofendida ya estaba para dejar que la siguieran intimidando. Ya era un
hecho y ese hecho, era: continuar.
La verdad que los sucesos, que se presentaron después,
resultaron dudosos y controversiales. Paola era de un ánimo tranquilo, meticuloso,
yo diría demasiado cerebral, para que después, por boca de muchos, la tildaran de
poseer un carácter arrebatador, casi loca, psicópata y peligrosa. No creo que Paola posea ese tipo de personalidad. Sus vecinos, cuando recuerdan el
episodio, todavía la mencionan como “la esquizofrénica del piso 2”.
—No recuerdo casi nada, señor, solo
que me encontré una tarde, terriblemente deprimida, pero esa depresión, que
creo haber sentido, provino de un gran dolor, me dejé llevar por un sentimiento
primero de tristeza, después de ira… una gran ira. Él estaba durmiendo en la
cama, largo a largo, había regresado de un supuesto viaje de negocios, del cual
había salido el miércoles para regresar un viernes, pero llegó un lunes al
mediodía, con apariencia de cansancio y un olor a alcohol etílico y de perfume
extraño, que inundó toda la sala y la habitación del dormitorio. Yo había
pasado todo el fin de semana preocupada y sin saber de su paradero, tenía casi cuatro
días sin dormir, estresada. Nadie sabía de él, ni sus amigos más cercanos ni
sus familiares.
—Ese lunes,
cuando regresó, me recosté un rato sobre el sofá de la sala, había regresado
del trabajo, ese que aún mantengo en las oficinas de la Inmobiliaria Royal y me
quedé dormida, eso pienso y siento que fue así…Fue un sueño, profundo, pero
corto. Alguien me despertó, un ser más fuerte y alto que yo, me levantó como
pluma, me indicó que fuera a buscar el revolver, el que mantengo escondido en
la gaveta donde guardo mi ropa íntima. Yo obedecí a ese ser más fuerte y lato que yo, y como autómata extraje el arma. Ese
ser más fuerte y alto que yo, me condujo hasta el cuarto. Me sugirió que tenía que acabar con la vida
de ese hombre que tenía mucho, demasiado tiempo atormentándome con sus amenazas
y maltratos. Me cree tonta, imbécil y no
soy nada de eso: ni tonta ni imbécil. Sé lo que soy. No acepta la mínima
posibilidad de nuestra separación, aunque tenga otras. Posesivo, egoísta y
agresor…El ser más fuerte y alto que yo, me condujo a la habitación, yo no
tenía voluntad…me acerqué sigilosamente, mi esposo estaba dormido y entre más me acercaba
a la cama, la ira se me acentuaba, llegué a creer que la cabeza se me reventaba
de tanto enfado. El muy descarado ni se movía, solo respiraba plácidamente.
Allí fue, cuando le abrí la boca, le metí el cañón del revolver y sujeté con fuerza
el gatillo…
—¿A quién identifica “como un ser
más fuerte y alto” que usted?
—No lo sé, no le
vi el rostro. En mis cavilaciones creo que fue un espíritu que se apoderó de mi
cuerpo y me instruyó hacer todo lo que ya he narrado. Pero, lo que me detuvo, en
forma inmediata fue el timbre del teléfono. Cuando escuché el sonido, supe que
era mi padre, él me llama entre las 17:00 y las 18:00 cuando calcula que ya regreso de mis labores. Quedé paralizada, yo misma me observé: con un revolver en mano y la mitad de éste,
dentro de la boca de un hombre dormido y ese hombre es mi esposo. Aterrorizada
grité, solté el arma, cayó en el frio piso. Él despertó, brincó de un saltó y yo
tomé el teléfono y me puso a hablar y le respondí a mi padre una pregunta:
— No te preocupes papá. No lo maté — Eso le dije.
— Y el hombre asustadísimo, ese que aún
es mi esposo, me miró y desde entonces quedó sin habla.
— Me siento confundida, no sé, si ese
ser más fuerte y alto que yo, exista, porque no le he vuelto a ver. Como
tampoco entiendo, el que no haya disparado, cuando así me lo indicaba, pero de
pronto escuché el teléfono, salí a atender, porque tenía la certidumbre que era
mi padre, en ese lapso de hora me acostumbra a llamar.
—Ahora estoy
sometida a su mudez, solo me mira con mucho temor, y mis vecinos me llaman “la
psicópata”. No me ofendo, no me molesto. Solo sé que sucedió cuando las
manos enormes del ser más fuerte y alto que yo me levantó del sofá, cuando me
quedé dormida, hizo que me dirigiera al cuarto y tomé el revolver, fue cuando oí
el teléfono. ¡Qué vergüenza! El abrió
los ojos y después enmudeció.
—¿Qué la hizo venir acá, a este cuerpo
policial?
—A denunciar lo que he hecho. Casi
mato a un hombre, el que sigue siendo mi esposo.
—Pero no hay
delito. No lo mató y según lo que cuenta, sus actos no son voluntarios y la
voluntariedad e intencionalidad, con su eficacia, es el pilar para determinar
no solo la tipología del crimen, sino su conclusión. En el caso que usted pretende denunciar, no existe una relación de causalidad
entre el hecho con el resultado.
—¿Qué debo hacer?
—¿No ha
considerado acudir a un especialista, que la ayude a descifrar lo que cuanta?
—¿En estos momentos dónde está su
esposo? —¿Y el revolver?
—No. Él sigue en el apartamento. ¿No
me ha escuchado que quedó sin habla? Ahora tengo que asistirlo. Estoy martirizada,
porque podría volver a visitarme el ser, que le he repetido varias veces, el
más fuerte y alto que yo, y me instigará a hacerlo de nuevo. Sin duda que mi marido,
no es de su agrado. Y el arma, está en el mismo lugar, como si nadie la hubiera
sacado, no sé quién la volvió a guardar allí. Tengo permiso de parte legal.
—Ese ser, que
usted menciona no regresará. Según lo que ha mostrado, en el informe de la
clínica de trastornos del sueño, usted lo que sufre es una patología por dicho
trastorno.
—Señora, váyase a
su residencia y descanse. Solo fue un sueño.
—¿Y si no fuese
un sueño? - Respondió la mujer.
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