SINOPSIS
Reflexión en relación al racismo.
Un día, en la población donde residía se atiborró de personas de otras regiones del país y de diferentes latitudes en busca de trabajo, motivado al boom petrolero y como la explotación del petróleo aún no estaba nacionalizada, sus operaciones las efectuaba la empresa estadounidense Creole Petroleum Corporation y después todo cambió…unos decían que, para bien, otros decían que para mal. Los más radicales decían que” el petróleo era el excremento del diablo”.
Así las cosas, empezó el reclutamiento de los trabajadores para la perforación de los pozos petroleros y con ello, el poblado se transformó, pasó a llamarse “campos petroleros”, divididos de conformidad a los tipos de labores que desempeñaban el obrero o el administrativo, por ejemplo: a los primeros se les asignaban viviendas en determinadas parcelas y a los segundos, en otras, nunca juntos. A los “jefes” y a los llamados “nómina mayor” (la de los salarios superiores a los obreros) estaban destinados a otras residencias, que lo denominaban “el campo de los gringos”. Igual acontecía con los maestros de educación, sus casas estaban situadas en otras calles. Las asignadas a los obreros, por lo general, estaban ubicadas en las áreas más apartadas de los campos o en zonas destinada para los de “nómina menor”, que también así eran diferenciadas.
En aquel entonces, no se hablada de desigualdad. Sabíamos que estábamos divididos, pero no percibíamos la intención de la distinción, ni las consecuencias futuras. Había un ”club social”, que funcionaba ciertos días para el disfrute de los obreros y otros para los “mensuales”, al staff de empleados, le correspondía los fines de semana. Sus pobladores no se daban cuenta, ni se percataban, que en esa comunidad había llegado la división de estratos sociales.
Y por supuesto, había una escuela para la educación primaria, porque la secundaria estaba establecida en otros campos.
Lo que narro a continuación, sucedió en la sección “A” del quinto grado de la educación primaria o básica, en un centro educativo de los llamados “privados”, pertenecientes a la mencionada empresa petrolera, exclusiva para el estudio de los hijos de sus obreros y empleados, por lo que la mayoría de los niños y niñas, oscilaban entre el promedio de 10 a 11 años.
Una mañana, recuerdo que fue un día lluvioso, el color gris del cielo lo podía vislumbrar a través de una ventana, que colindaba para el jardín del patio del colegio, donde nos recreábamos en la hora de receso. De pronto la maestra interrumpió la clase, para presentar a una nueva alumna, diciéndonos que procedía de una isla del caribe, y que su padre, recién fue trasferido de otra filial petrolera a la de la localidad, por lo que su familia se residenciaría en uno de los campos de la comunidad.
Dexa, como así se llamaba, era de estatura alta, más de lo normal, delgada y de cabello corto, cortísimo, rizado, adornado con un lazo de color blanco sobre su cabeza. Tenía una mirada brillante con ojos de color negro.
Observé que todos mirábamos a la nueva alumna, unos con vista curiosa, otros volteaban la cara y de inmediato reían. Intuí que eran más gestos de burla que de simpatía. Sobre lo que acontecía, la maestra no hizo ningún comentario. Dexa se mostrada tímida, retraída y desde el primer momento, se dispuso a ocupar el último pupitre de la última fila. Ese día no hubo recreo, la lluvia no lo permitió, por lo que forzosamente todos nos quedamos en el interior del aula y de vez en cuando, yo miraba a la niña, esperando que alguien se aproximara a ella, para hacer lo mismo y así ofrecerle la bienvenida. Lo que no ocurrió, en los próximos tres sucesivos días. En los recesos se sentaba en una banca en los jardines del plantel y observaba que nadie se le acercaba
En el cuarto día y en pleno receso, decidí ir a su encuentro, me le acerqué y le dije: “Hola, quiero hablarte”. Ella con ojos abiertos y sorprendida, me respondió con tono tenue, pero entendible: “si tú quieres”. Hablaba español, pero con dialecto papiamento, lenguaje de las Islas Neerlandesas. Desde ese momento, nos amigamos y la empatía surgió mutuamente.
Después de ocupar el puesto en la primera fila del aula, me mudé a la última para hacerle compañía a mi nueva amiga, pero, mientras forjaba esa amistad, las otras niñas y niños me apartaron del grupo, con actitudes hostiles y amenazantes. Fue como un “castigo” por haberle “hablado” a Dexa. A ella nunca le dirigieron la palabra y a mí en forma simultánea me dejaron de tratar. Ahora éramos dos sin amigos y hasta nos ganamos un sobrenombre, que al principio no lo entendí, nos llamaban las” café con leche”.
Fue Dexa, que me aclaró el significado del apodo, diciéndome:” tú eres la leche y yo el café, todo es mí culpa, es por el color de mi piel”. No comprendía, a mí me rechazaban por ser amiga de Dexa y a ella por el tono de su piel. Para la época no se mencionaba el concepto de racismo y menos el de xenofobia, pero no por eso, dejó de existir. Ya existía y ni los maestros lo advertían
Así se inició también el acoso escolar, lo que ahora llaman “bullying”, y de a poco, hoy es un gran mal. En el colegio nadie frenó a esa manada de niños que nos perseguían y nos tiraban piedras en la salida de clases, con improperios alusivos al color de piel de mi amiga y a mí por ser su amiga. Asustadas y llorosas, cada una llegábamos a nuestros hogares. Mi mamá y mis hermanas mayores decían que eran “cosas de niños”, por lo que no era importante. Reconocí mucho tiempo después, que esa posición de continuar con la amistad de Dexa, pese al rechazo del grupo, fue mi despertar hacia un sentimiento de solidaridad al prójimo.
Dexa a los pocos meses dejó de asistir al colegio. No pudo sobrellevar la importunación que sufría. Yo pude culminar mis estudios.
Después, noté, que al igual, que en el colegio, ciertos miembros de familias mostraban ese mismo enfoque de rechazo contra el color de la piel de Dexa. La vecina, les decía a sus tres hijas adolescentes: “muchachitas no se vayan a enamorar de jóvenes con la piel…porque hay que mejorar la raza”.
Esas reminiscencias las traigo a colación en estos días, leyendo las declaraciones de la cantante Rosalía, cuando manifiesta: “nunca entenderé porque permitimos el racismo”, en alusión a la muerte del ciudadano estadounidense George Floyd, en manos de un policía de dicha nación.
Quizás esa sea la misma reflexión de aquellas dos niñas, cuando no entendían del por qué sobre las razones del desprecio, del rechazo. Nadie detuvo, nadie censuró el comportamiento de los niños que acosaban, no hubo reproche de esa actitud, ni por las autoridades del plantel. Todo mal se extiende, cuando es permitido.
El racismo, ese sentimiento que segrega, excluye, por color de piel, de raza, etnicidad y nacionalidad, se remonta a tiempos pasados, desde la Antigüedad, en la Edad Media, en la cultura grecolatina, hoy en pleno siglo XXI está en su efervescencia, porque mientras haya desigualdades habrá discriminación. Poco se ha logrado en erradicarlo, por muchas declaraciones a favor de los derechos humanos y leyes que protegen, siempre surge la posición antagónica, esa que carcome, que pone al relieve la cara de una parte de la sociedad enferma de odio y violencia, porque no todos fueron educados para convivir con criterios de igualdad ni para el reconocimiento de los derechos de otros, sin distinción de raza, género, credo, condición social, ni género, que están en las palabras de las normas jurídicas, justificando forzosamente, el llamado Estado de Derecho y el de la supuesta justicia social, pero todo es un desafío cuando de cumplirlas se trata.
Ese relato no es un cuento, es la narrativa de un hecho real. Soy Ana, la única amiga de Dexa en ese plantel escolar.
Ana Sabrina Pirela Paz
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