SINOPSIS
Una amiga le confiesa, a través de una carta, un acontecimiento personal.
UNA CARA CON UNA CONFESIÓN ATEMPORAL
“El silencio es el ruido más fuerte,
quizás el más fuerte de los ruidos”
(Miles Davis)
Estimada Laura:
En estos momentos que te envío esta carta, al escribirla,decidí por enésima vez agotar y enfrentar la verdad, aquella que siempre callé por la estupidez de la vergüenza y la frivolidad de las apariencias.
Laura, te confieso en adelante, la sinceridad sobre la mentira forjada ante nuestros amigos, que creían que la pareja con quien me uní y que yo llamaba Mi Amado, era perfecta. Hoy necesito confesarte que, a poco tiempo, mi matrimonio se volvió una farsa.
Al reflexionar de cómo finalizó aquel “amor”, que empezó de adolescentes, de universitarios, que, en nuestros reencuentros, me cantaba canciones y me obsequiaba rosas, no puedo explicar cómo esas melodías se volvieron ajenas ante las sorpresas desagradables que se asomaban y que ponían en riesgo el futuro de nuestro matrimonio, por un comportamiento desconsiderado, desleal, inconsecuente y agresivo por parte de Mi Amado, en casi seis meses, después de las nupcias.
Ese proceder, después de tanto soporte, con promesas de rectificar que nunca cumplió, hizo que una noche, como dice el poema de Miguel Ángel Buesa “mi voz callada y cansada se fue quedando dormida y calló sobre mi vida una lluvia delgada y fría y ya no te pregunté más amor si me querías”. ¿Para qué preguntárselo entonces? Si los hechos, querida Laura, demostraban la infidelidad consuetudinaria y lo más reprochable: socialmente notoria, que me arrastró un largo tiempo de apocamiento. Acompañada, su conducta, además, con un desprecio en palabras y gestos, con demostración de fría crueldad, tirando todo a su paso y un sinfín de amenazas, hasta de muerte, ante el reclamo de verlo llegar con las camisas profanadas de lápiz labial y con podredumbre de fragancia extraña. Con vil maltrato y descarada actuación, sobrellevé, solo que para aquella época aún no estaban prescritos los preceptos legales que tipifican el maltrato verbal, físico y psicológico contra la mujer, cuyo resultado para mi Amado hubiese sido otro. Por esta y por otras razones, siempre he pensado que la suerte fue su mejor compañera cuando coexistía conmigo, no sé de otras féminas, que, al igual a mí experiencia, jamás alcanzaron la justicia, porque te repito, no se denunciaban lo que actualmente señalan como abusos por vergüenza o miedo, ni estaban tan bien tipificados y determinados hoy como delitos contra la mujer, es decir, a esos que llaman contra la violencia de género.
Por lo que deduzco, que siempre hubo muchas víctimas y que quedaron en la cifra negra de las estadísticas por los delitos no denunciados. Ahora a ese depredador, que vivió conmigo, se le denomina “agresor” o “femicida”, en caso de que te quiten la vida.
Laura, si no salgo tan de prisa, aquella mañana, cuando me disparó y no me alcanzó el trayecto de la bala, cuando me amenazó al hablarle sobre el divorcio, y les mentí a ustedes, diciéndoles que se le había accionado el revolver “accidentalmente”, la suerte hubiese sido otra, yo, posiblemente, estuviese identificada en una apartada y enmontada lápida y él recluido en un centro penitenciario, pagando su condena.
Evocar esa etapa de mi vida, Laura, aún me produce dolor, no me deshonra confesarlo, no fue el motivo de que me dejara de amar mi Amado, ¿o acaso alguna vez me amó? ¡no! todo tiene un final. El daño central fue su traición y la decepción, que, al descubrirle los hechos, afirmaba que no eran ciertos. Nunca enfrentó acontecimientos ni consecuencias. Se atrevió inclusive a injuriarme: para él yo sufría de” celopatía,” que todo lo “imaginaba”, que era una “desquiciada”. Por ironía, todo lo me imputaba que me “imaginaba” resultó verdad. MI Amado fue un vidente, un experto en premonición. Y yo, me volví un ser mágico, pero de cuentos de terror, que lo adivinaba todo, pero lo que “veía” era feo y real: sus vulgares acciones de agresión física y psicológica y por añadidura, la infidelidad, que para cualquier hombre son actuaciones ordinarias y toscas, remotamente estaba el caballero de ayer de elegante porte y del cual estuve infinitamente enamorada.
Comprendí entonces, gracias a un especialista, que su actuación reflejaba el mundo de la infancia, pero por alguna razón, dijo el experto, era el origen de su acción. Recapacito sobre los por qué, ya tengo respuesta, tema que ya no me interesa abordar.
Yo al final, Laura, como vorágine en el siniestro, logré alcanzar la paz y rescaté mi imagen de mujer mancillada para dar paso a una de perfil definitivo, respetable y reivindicado, elementos que no los negocio hoy, ni los arriesgo por nada ni por nadie.
Hablar de ello, me hace bien, no siento resentimiento ni amargura. Descubro que me he curado, pero aún hay tristeza, por el tiempo invertido, por las horas sin sueño, por las noches en espera, por la angustia y el temor vivido, que hizo mella en mi salud, por los años amando y perdonando ¡que tonta fui Laura! Si las mujeres reconocieran los desenlaces de un sufrimiento, lo apartarían de inmediato, con la decisión certera de dejar atrás lo que te hace daño.
Después de esa adversa experiencia, tomé la decisión de ser feliz, comprendí el significado de cómo se afianza esa elección y empecé a “clasificar” a personas y sus acciones, y las que catalogo apropiadas en mis relaciones les abro la oportunidad a una buena y sana amistad. Ese ordenamiento la guardo como un tesoro y arrojo a la “papelera” lo contrario. No acepto personas tóxicas a mí alrededor, sin atropellarlas ni ofenderlas, solo me aparto y así he subsistido en mi zona de confort: ¡¡¡estar y sentirme feliz!!!
Escribir esta carta, es una forma de hacer catarsis y sanear, “limpiar” mi “disco duro”. Me ha dejado un caudal de experiencias. Tengo un “novio” que menciono libertad y una compañera que llamo soledad.
Laura hasta la próxima, gracias por “escucharme” y por favor, muestrales a los amigos esta carta, espero disculpen mi silencio y mi postura falsa de un “matrimonio feliz”.
Atentamente.
Tú amiga, Elena.
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