SINOPSIS
Una historia compartida...
Fue un fin de semana, de los que llaman “puente”, es decir, cuando coinciden los días viernes o lunes, en no laborables por conmemoraciones de fechas patrias u otras decretadas de asueto. Por lo consiguiente, al unirse el sábado y el domingo, resultan tres días de” vacaciones cortas", que se aprovechan para irse de esparcimiento a localidades cercanas, como granjas, montañas o playas. En esa ocasión, el “puente”, correspondía a un viernes 24 de julio, conmemoración del natalicio del prócer Simón Bolívar, por lo que decidí irme de receso, desde el jueves por la tarde, al salir de mis labores.
Llegué a la playa privada de unos primos, llamada “Los Morales ", cuyas orillas adyacentes ya estaban repletas de vacacionistas. Allí vivía Carmen Delia Morales y sus tres hijos. Había resuelto pernoctar ese fin de semana en su hermosa casa, que aún, como casi todas las del pueblo, conservan la arquitectura de estilo colonial de influencia morisca, heredada de la España Meridional. En ellas, se observan aún, sus pórticos y ventanas de madera, pintadas de colores fuertes y brillantes, que invitan a las reminiscencias de la citada época. Pero, la vivienda de Carmen Delia, es la excepción, su edificación está revestida de color blanco, blanco tiza, por ello, los vecinos, como punto de referencia, la identifican como “la casa blanca". Se erige encima de un pequeño cerro, con altos enlozados, destacándose por su altura, sobre las demás residencias.
Posee grandes patios, uno delantero, de cara a la carretera o al “camino real”, como se le menciona; el de atrás, con vista al majestuoso mar, que, antes de llegar a la orilla, debe hacerse un recorrido recto, de aproximadamente cien metros de longitud. Desde ese punto, por la cima, se divisa, con todo su esplendor el horizonte marino, sus esplendidas y extensas playas. A los laterales, existen otros dos patios, que bordean sus paredes, derecha e izquierda, en este último, se ubican unos aljibes, ya en desuso, que se conservan en su estado original, respetando la antigua usanza.
En dichos patios, existen, sembradíos frutales y exóticas plantas de flores y una colección de helechos colgando en llamativas vasijas. Allí se pueden saborear, tomados de las ramas del propio árbol, mangos, bananas, lechosas, guayabas, guanábanas, limones, y si se mira al suelo, existen las plantaciones de patillas, maracuyá, pepinos, tomates... Y entre los espacios, como personajes esperando, ofreciendo la bienvenida: gallos cantando el kikiriki, gallinas cacareando, pájaros revoleteando cada uno con su trinar, tres perros ladrando y dos gatos maullando. Es un oasis natural, con sinfonía de sonidos, colores y sabores. Y al acercarnos a la ribera de la playa, puede sorprendernos, el señorío de las garzas blancas, el hábil pelícano pescando su “presa”, el aleteo de las gaviotas o algún atrevimiento de los revoltosos cuervos.
Allí me reencontré con dos de mis seis hermanas: Arelys y Emilva, la última mencionada, casada con uno de los hermanos Morales. El objetivo de ese paseo, fue divertirnos y descansar en esas tierras paradisiacas y tranquilas, en un entorno familiar. El jueves, en el mediodía, cuando llegamos, fue un día perfecto, feliz, rodeada de primos, sobrinos, amigos, entre chistes, anécdotas, como suelen aflorar en ese tipo de reuniones
El viernes, Carmen Delia programó el almuerzo y Arelys y yo, fuimos seleccionadas para ayudarla en la preparación del mismo. Los demás, se dirigieron a la playa, se apostaron en el terreno que está antes de llegar a la orilla, circundado por altos cocoteros y arbustos de enredadera, de la que llaman “trinitaria”. En el señalado terreno, existe una estructura, que contiene un asador, el estacionamiento para los vehículos, baños, y un salón amplio techado con mesas, sillas y una cocina amplia, de tipo rústico. Unos familiares estaban recibiendo sol, otros tomando aperitivos, charlando entre ellos, algunos reposando en hamacas, los niños jugando y los jóvenes, apartados, sentados en el muelle, escuchando música y platicando. Ese era el paisaje natural y cultural, para el momento de los acontecimientos que más adelante se exponen, que estimo importante detallarlos para mayor comprensión de los sobre los mismos.
Eran aproximadamente, como la 1:30 pm, cuando mi hermana y yo, subimos a la casa. Allí nos esperaba Carmen Delia en la cocina, quien adelantaba las ensaladas y nosotras empezamos a aderezar las carnes para el asado. En este preciso momento exhortas y ocupadas en la faena, escuchamos de pronto, unos estruendos, como en cadenas, de trotes de caballos que a fuerte galope se oían que venían a gran velocidad, con ruidos estrepitosos, provenientes del mar, y que cada vez, en término de instantes, se acercaba más hacía la dirección de donde nos encontrábamos. Salimos las tres apresuradas, para enterarnos de lo que estaba aconteciendo. Nos subimos al enlozado, y observábamos a nuestros familiares y amigos, corriendo a resguardarse en sus coches; otros se tiraban al piso; los jóvenes velozmente se alejaron de las orillas; algunos se metieron por debajo de los autos y los que pudieron, se treparon a los cocoteros, sosteniéndose de sus altos tallos. Confusión que interpretamos, que todos se estaban protegiendo, temiendo ser lesionados por el paso de los caballos...pero, lo extraño, lo sorprendente, fue que los caballos… ¡no los veíamos¡¡...Solo se escuchaba la estampida de sus galopes...con sus jinetes de voces masculinas.
Mientras tanto, aterradas, nos mirábamos como incrédulas, oíamos el correr de los caballos que entraban por los patios de la casa, atravesando el pasillo, que dividía la cocina con las salas del comedor y del recibidor. Percibiéndose tan fuerte que hasta los relinches retumban en la sala, con el jadeo del cansancio de los hombres, con voces ensordecedoras, todo tan rápido, que no atinábamos a distinguirlas. Aturdidas y atemorizadas, no nos salían palabras. Yo trataba de calmar a Carmen Delia, que desconsoladamente gritaba: ¡Dios! ¿qué es eso? ¿qué está pasando? Arelys logró llegar a una recámara y tirada en una cama, desvanecida, apoderada con una crisis de nervios, temblaba boca abajo.
De pronto, el sonido de los galopes se alejó, de la misma forma, como llegaron. Cesó el terrible ruido, quedando un raro silencio en todo el ambiente de la casa, que cubrió desde la salida hasta la orilla de la playa, cruzando el terreno. Todos sin palabras, mudos, impresionados, empezaron a llegar a la casa, con ojos abiertos por el terror, no podían articular frases, solo lloraban los niños y gritaban los jóvenes...los adultos: silencio total. Las madres tratando de calmar a los más chicos... ¡una locura colectiva!
Los presentes empezaron hacer conjeturas: que un bromista había colocado un megáfono en un auto para alejar a la concurrencia, adyacentes a otras riberas. Que quizás, eran los efectos de la insolación de algunos, sumergidos en el agua, bañándose, que creían haber escuchado el tropel de jinetes e histéricos salieron y “contagiaron” a los demás y así fue como se fue extendiendo el impacto provocado...Pero…interrumpí, y le pregunté, al de la primera teoría “¿y cómo explicas, que nosotras tres, distante de todos ustedes también escuchamos el ruido del tropel de los caballos que se sintió en todas las áreas de la casa?. ¿Quién se atreve a asustar para alejar a los bañistas, si es un poblado que vive del turismo? Por lo que dicha teoría, a mí entender no encajaba. El sonido de un megáfono, no se “introduce” en el interior de una vivienda, salvo, que alguien lo manipule y entre con el equipo. Pero, los ruidos que percibimos, fue cercano, real, tan auténtico, que los jinetes traspasaron el pasillo trasero de la casa y cruzaron el patio delantero...y los perros, en forma inmediata empezaron a ladrar, como espantándolos. Sobre la segunda hipótesis, nadie resultó insolado, que haya de producir semejante reacción.
Lo cierto del caso, es que el almuerzo no lo hubo. Casi todos los familiares impactados, justificándose por la reacción de los hijos, recogieron sus enseres personales y se fueron despidiendo, poco a poco. La primera en irse fue Arelys, pero, antes me dijo: “¡Vente conmigo hermanita! sal de esta casa embrujada, no estaré ni un minuto más ¡No quiero morir tapizada, bajo las patas de un caballo, seguro que más luego regresan y acaban con todos!”. Fue difícil tranquilizarla.
Solo permanecimos, mi hermana Emilva, Carmen Delia, sus tres hijos, una tía y yo. Emilva toda la tarde la pasó pensativa. Su esposo y sus cuñados, se retiraron y se fueron a un bar, ubicado a poca distancia. Carmen Delia se dispuso a dormir y la tía también.
Empecé mentalmente a retrotraer, cada minuto de lo acontecido, en busca de una explicación racional. Me venció el cansancio de tanto pensar... Luego, llegaron los hombres y nos dijeron, que afuera se hablaba sobre el ruido de los jinetes, que ellos no habían referido nada. Que el dueño del bar, manifestó que era el comentario de los pobladores. Me quedé dormida... y los caballos no regresaron, contrario, a lo que había vaticinado Arelys.
Revisé mi vehículo, tomé mi bolso de viaje, y a primera hora de la mañana del día sábado, me despedí y regresé a la capital del estado. En todo el recorrido, repensé sobre lo sucedido, cuyas imágenes de las personas llegaban a mi mente como cinta cinematográfica... El terror de los adultos, el rostro despavorido de los jóvenes corriendo por las orillas en busca de un escondite, el llanto de los niños, la preocupación de las madres... y yo impávida buscándole forma, visión, a lo que había escuchado. Llegué a la conclusión, y me surgió la certeza de que habíamos experimentado un fenómeno de lo que llaman “paranormal”. Conocía poco de ese tema, pero me propuse a indagar.
Al llegar, telefoneé a mi padre, quien siempre tenía una respuesta a todas mis interrogantes. Después de narrarle los hechos, me dijo: “ese es un pueblo bello, pero mítico, en él se viven experiencias de percepciones extrasensoriales, sucesos, voces, visiones, inclusive, dicen que hasta sueños que se cumplen, no parece razonable, pero suceden. Revisa los acontecimientos históricos, por la fecha patria, a ver qué investigas, en esas tierras se fraguó la idea de libertad de este estado.”
Efectivamente, habíamos llegado el jueves 23 y el sábado 24, como dije ante, se conmemora el nacimiento del prócer de la patria, Bolívar, pero recordé que también se rememora el día de la Batalla Naval de Maracaibo, que selló la emancipación de la Corona Española, independizando a la provincia de ese mismo nombre, y que hoy es la capital del segundo estado, del país: el Zulia y donde el Mariscal de Campo , Francisco Tomás Morales, capituló ante los patriotas, como así eran llamados los que se mantenían fieles a las tropas de El Libertador.
No conforme con esto, al otro día, me fui a Los Puertos de Altagracia, capital del Municipio Miranda, donde está ubicada la población visitada, con el propósito de escudriñar, con profundidad y repasar nuevamente los conocimientos históricos de la fecha. Dicho municipio es patrimonio cultural de estado, por su señorial arquitectura y odiseas independentistas que allí se registraron. Existe una mansión de estilo de la citada época, donde Bolívar estuvo, en paso a su gesta emancipadora, que, con generales, fieles a su causa, planificaron y resolvieron la batalla naval, aprobándose el tratado de capitulación de los españoles y de esa forma, terminó el poder del Mariscal de Campo, Morales. Cuentan los textos, que, para dicho logro, se libraron varios combates de hombres valientes, conterráneos de la región, que hacían cruzadas en tierra y mar, con el único objetivo de ver en libertad la provincia de Maracaibo, cuyo logro fue consumado, felizmente.
Al regreso, empecé aunar lo leído, con lo que posiblemente, ocurrió… ¿un hecho paranormal? ¿clariaudiencia, impregnaciones? ¿qué fue lo que conectó a todos los presentes, implicando conciencia, universo y todo lo existente en ese momento? Pero, éramos muchos, veinticinco personas: doce adultos, ocho jóvenes y cinco niños. En caso, de que haya sido un fenómeno psíquico, me preguntaba, ¿todos los presentes, poseíamos la habilidad de la percepción extrasensorial? Los escépticos dirán, que, por una u otra causa, estuvimos todos alterados de conciencia. Pero… ¿y los niños? Pienso que lo razonable, es que lloraban porque veían a sus padres sobresaltados… ¿Y los jóvenes, que, a las corridas huían de lo que oyeron, buscando refugio?
Me seguí, preguntando, ¿existe coincidencia con ese día, viernes 24 de julio, con el episodio de los caballos y sus jinetes, comparados con los hechos sucedidos el 24 de julio de 1823, cuando se libró la independencia de la provincia con la Batalla Naval de Maracaibo? ¿Fue en ese lugar, el último recorrido de las fuerzas patrióticas, antes de la victoria?
Existe concurrencia, sincronía, entre el apellido del realista español, Francisco Tomás Morales, ¿con el nombre de la playa “Los Morales” y el de sus propietarios? ¿Vivió, estuvo en ese terreno el realista Morales? ¿Fue en esas tierras perseguido por los hombres de Bolívar, hasta su derrota? pájaro
De lo que presenciamos, pocos hablamos, quizás porque no teníamos respuestas y cuando lo intentábamos, caíamos en discusiones estériles, en un sin sentido… Pactamos un código de silencio.
Regresé infinidades de veces a la playa de “Los Morales”. Allí viví momentos felices, yo los llamaba “mágicos”, pero, también atípicos: se escuchaban en momentos: personas arrastrando cadenas, como sujetadas a los pies; se divisaba una mujer que salía del mar y subía hasta la entrada de la casa, pero no se le observaba rostro; el pájaro alcaraván que trinaba fuertemente, que entre más se le apartaba de la rama, más afianzaba de sus patas para sujetarse, decían que anunciaba “malas o buenas noticias”….así como otros eventos.
Carmen Delia, nunca trataba sobre esas visiones y sonidos. Su silencio, me lo decía todo: aprendió a convivir con ellos. Ella sólo sonreía, y mostraba una mirada cómplice, a veces me preguntaba…” Leda… ¿estás escuchando lo mismo que yo? Ambas, nos mirábamos a los ojos y nos dábamos respuestas, sin hablar.
Mi hermana Arelys, nunca más regresó…
Ana Sabrina Pirela Paz
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