SINOPSIS
Breve cuento de sentirse acompañado de un fantasma
LA NOCHE QUE DORMÍ CON UN FANTASMA
PARTE I
En mi casa me visitó un Espíritu. Fue una tarde de esas, de cielo grises y con lluvia sin escampar, llegó sin invitación, se observaba cansado y empapado de tanto caminar, saltando charcos, alcantarillas correntías. Se filtró por la puerta principal y tal como dueño se alojó, y en el momento no pude desalojarlo, ni expulsarlo, ni mucho menos intentar a la fuerza de asar su brazo o mano, para cortésmente, conminarlo a salir.
Fueron los tiempos de tristeza, de sensación de abandono y como quería alejarme de toda esa asfixiante depresión, ya no intenté más “sacarlo” de mi espacio, porque al final me hacía compañía. Lo dejé tranquilo. Impávido quedó cuando una vez le dije:” Ganaste, instálate, ya no más lucha, empieza a conocer cada rincón de la casa, paredes, áreas habitaciones y por favor, quédate en el cuarto de servicio, pero sin molestarme”.
Así fue como empezamos a convivir el Espíritu y yo, y sin darme cuenta, en tiempo corto, se tornó casi como mi presencia, donde estaba yo estaba él. Me seguía a mi trabajo, se metía entre la gente por las calles y avenidas, quiso una vez sentarse en mi mesa, escurrirse por mi cuarto, hasta que al ponerle límites deambulaba por los espacios sin parar, se hizo insoportablemente activo, al límite de negociar con él sus movimientos: “cero interferencias” le dije,” si quieres andar conmigo, ponte atrás, yo iré adelante”. Y así fue como se apaciguaron las compañías, los paseos, compras y visitas: yo adelante, él atrás.
La ventaja de convivir con un espíritu es que las demás personas no lo ven, pero en oportunidades, las de cualidades sensibles, pueden por lo general “sentirlo” o “verlo”. Así aconteció como mi amigo, el Dr. Humberto Ocando, un hombre letrado y de amplios conocimientos intelectuales, analizando un escrito jurídico, una mañana desayunando en la cocina, sin inmutarse, me miró fijamente y dijo: “allí en la sala está sentada una sombra en el sofá, parece mujer”. No le respondí, hice no escucharlo y continuamos la plática, pero se fue con ánimo sereno y reflexivo, como sacando conclusiones de lo que había “visto”.
Aconteció otra vez, Silvia Mancilla, una amiga entrañable, a la que veo de vez en cuando, se le ocurrió pasar de vuelta por mi residencia, entró, tomó café y entre conversaciones para “ponernos al día”, de repente expresó al despedirse: “Me voy. Siento que no estamos solas, hay una tercera persona aquí”. Quedó esperando una reacción de mi parte, pero igual, tampoco le respondí, solo le dije: “siempre serás bienvenida”. Nunca volvió. Entonces empecé a cuestionarme... ¿de qué servía o qué beneficio tenía en mantener un espíritu conviviendo conmigo, cuando hasta los amigos se alejaban? No regresaban.
Sucedió entonces que, en una noche, salí a deleitarme con el resplandor de la luna llena, observando por el balcón de la sala, las estrellas, constelaciones y todos los destellos que palpitan en el firmamento oscuro y al mirar por el lado sur, vi un rostro traslucido que abarcaba parte de mi visión, casi, gigante. ¡Un ser mitológico pensé, o un genio que se le aparecía a esta mortal.
Pero, al instante, se fue encogiendo y descendió y se colocó frente a mí, y allí, en este preciso momento, determiné que no estaba en presencia de ningún ser legendario ni fabuloso, solo era él: ¡Mi huésped! Sí, el Espíritu deambulador que yo misma le había permitido alojarse en mi casa y ahora sentía que no se trataba de un huésped, ni de un ocupante temporario, era un invasor de mi privacidad y espacio. Nos miramos fijamente, acercó su rostro y como de manera de disculpa, porque sintió que me había atemorizado, me besó suavemente la mejilla izquierda y sentí que el Espíritu poseía unos labios calurosos, no fríos, que no tenía la boca helada como se creía tenían los espectros. Al contrario, hasta su acercamiento tenía matices de tibieza, no de frialdad.
Se colocó frente a mí, su mirada con la mía, que penetraba hasta el infinito de mi visión, pude sentirlo, como esperando una pregunta, le dije: ¿Cuándo te vas?, esa interrogante me “salió”, de sopetón, como si la hubiese tenido aguantándomela por días en la garganta y allí en ese preciso momento la sacaba, como un vómito veloz.
Me respondió: “me voy cuando tú lo quieras. Así como entré mediante tu permiso, me retiro cuando tú lo decidas”. Avergonzada con semejante respuesta, bajé la mirada y me retiré, dejando a secas y entre palabras casi silentes unas: “buenas noches” …
Entré a mi habitación, me desvestí lentamente. Indudablemente la respuesta del Espíritu me dejó consternada. Jamás pensé que su estadía era hasta mi decisión final, siempre me imaginé que se había apoderado de mis espacios, por eso de estar siempre a mi lado, al acecho, como un guardaespaldas sin ser invitado, lo que ya se me hacía insoportable.
Me tiré en la cama, cansada, dispuesta adormir plácidamente, agobiada por el ajetreo del trabajo, que casi siempre era asfixiante. Ya casi dormida, sentí de repente que otro “cuerpo” estaba acomodado en el lado derecho de mi cama. Yo duermo en el izquierdo, incorporándome sorpresivamente, observé que allí, precisamente, en el lado derecho estaba el Espíritu, que cómodamente yacía, casi dormido…despertándolo le dije: “debes salir de mi aposento”. Antes, al llegar yo le había dispuesto su propia habitación, que seguía siendo la misma, la que estaba en planta baja, adyacente a la cocina, la utilizada para el servicio, allí debía quedarse y si no tenía sueño que se quedara en la sala o en el jardín, que suficiente espacio existía para que él se regodeara por las noches.
Igual me miró, como antes, con mirada fija y penetrante y me dijo: “necesito compañía, aunque sea por hoy, no te voy a molestar, solo deseo dormir y sentir un cuerpo cercano, extraño el mío, el que me robaron, el que me arrebataron, el que necesito ahora para continuar viviendo. Necesito volver al mundo tangible, no deseo estar en la oscuridad ni seguir siendo un fantasma, que, aunque no tenga cuerpo, tengo alma, permíteme por esta noche recordar cómo se siente un cuerpo, aunque sea ajeno, pero estar cerca de él”
Sus palabras me conmovieron, al descubrir, que algún episodio trágico marcó su existencia, por eso que le arrebataron o le robaron su cuerpo. Permití entonces que se quedara a mi lado y pude notar que se sonrió, sonrisa que interpreté como un “gracias”. Se quedó dormido tranquilamente. Nunca le había preguntado quién era, ni de dónde venía, ni cómo se llamaba, ni qué sexo tenía. Solo lo dejé entrar ese día y desde entonces allí deambulaba por todos los rincones, cuartos, pasillos, salía por puertas, ventana, techos y hasta se escurría por los desagües. Así de imprevisto era.
Una noche, de éstas que uno no espera, porque acostumbrada a estar sola, no esperas a nadie, mi huésped decidió partir: “me voy” me dijo, y salió como alma asustada, con una velocidad estrepitosa. Tan estridente que se me habían olvidado los sonidos de los ruidos. Entonces, entendí, en ese mismo momento la diferencia de ”no sentirse” sola y de “estar” sola. Por primera vez, en tanto tiempo, el sentimiento que estaba experimentando, me advertía que definitivamente, en ese mismo instante, “quedaba sola”.
Extrañé su “presencia” entre la paredes, techos, pisos y jardines. Y hasta me hizo falta, la forma de acercarse a mí, como escrutándome o interrogándome para adivinar o precisar el ánimo, que podría acompañarme al levantarme. Se había ido en víspera de la navidad, tampoco recordó la fecha de mi cumpleaños, porque de lo contrario, por esos días, le habría dicho, que esperara las festividades. Así, de pronto, me veía y sentía que ahora sí vivía completamente sola, sin testigos y sin interrupciones ajenas.
Casi y si se quiere, con un matiz de ingenuidad, lo esperé a veces, en esos momentos que uno anhela hablar, con borbotones de palabras, que las tienes entre la garganta e inundan tu boca, pero no salen, porque nadie las va a escuchar. Aunque en ocasiones, hablaba con las paredes, las lámparas y la alfombras, esta vez deseaba el regreso del Espectro para volverme a sentir en “compañía”.
Por un tiempo así, fue transcurriendo los días, horas y minutos, esperando verlo llegar. Hasta me imaginaba que a lo mejor andaba cerca, deambulando, experimentando otras experiencias en el mundo tangible, que pudiera estar “viviendo” con otra persona, quizás más amable que yo y que a lo mejor, se sentía cómodo donde fuese que se encontrara.
Vivir con la espera de su regreso, podría pensarse que no es racional. Pues sí, créanlo o no, a mí se me hizo tan real, con el raciocinio normal y aspiraba verlo llegar de repente por el balcón y sentarse a mi lado, si, en la silla de estilo europeo, donde me siento a escuchar música y a meditar por las tardes.
Muchas veces me lo imaginaba llegar. Así de la misma forma en que muchas veces me acompañó y hasta se dormía, aguardando que yo terminara el último recorrido de la casa y después me seguía, se despedía en la puerta de mi habitación y él continuaba su recorrido por las calles de la ciudad. En el amanecer, lo vi yacer en el sofá de la sala y hasta sentado en la silla del desayunador, esperando que yo despertara. Así lo observé muchas veces.
En esos momentos, siempre pensé que el Espectro, tenía un alma cansada, agotada, que quería descansar y que por eso se había quedado meses en mi casa. Entre mis cavilaciones, concluí, que sentía paz y armonía en esos espacios o que un recuerdo, recóndito de su anterior vida, permitía mantenerlo allí.
Así, fue como una mañana, empecé a investigar, los antecedentes de un posible descarnado en mi propiedad. Fui a la Intendencia, revisé registros, civiles. pregunté al anterior dueño, a los vecinos, en fin, a cualquier fuente acudí en busca de mi inquietud y nada…No hubo fallecimientos, ni antecedentes de ningún tipo.
Entonces pensé que el Espíritu era un deambulante extraño a la localidad y que, por ello, andaba abatido, confundido y que, entre tanta búsqueda por su origen, no tenía arraigo en ningún lugar. Que no pertenecía a mi lugar ni a ningún otro, y que, por lo tanto, tenía esperanzas de que regresara, porque no tenía sentido de pertenencia en ninguna parte, lo que, a lo mejor, lo hacía buscar el mismo recorrido y, por ende, volver a mi compañía.
Deseé tanto su regreso, que me lo imaginaba casi todo el tiempo, de cualquier forma, pequeño, grande, gigante, como una nube que se introducía en la sala y que se expandía hasta alcanzar cuadras y más veredas en el sector.
Y hasta pensé, que podría ser una “creación” de mi mente, que me había imaginado el espectro y que por si las dudas, debía acudir a un médico especialista urgentemente.
Así fue, que una mañana me vi sentada al frente de un médico Psiquiatra, que me había recomendado una amiga. Al parecer, era famoso y acreditado por múltiples estudios superiores, que como prueba exhibía en cuadros con diplomas y placas que colgaban en las paredes de su consultorio, cuyo ambiente era sobrio y con alta elegancia.
Era un hombre de estatura alta, tez blanca, de porte muy varonil, que asomaba entradas y canas alrededor de su escasa cabellera, predominaba unos anteojos modernos y de reconocida marca que destacaban en su rostro. Portaba traje azul con corbata de “bacterias” multicolor. Al mirarlo pensé, que era el retrato en vivo del clásico profesional de la medicina.
Era de hablar pausado, casi metódico y de semblante tranquilo. Después de un reconocimiento clínico y algunas preguntas personales, como: “ha sentido últimamente que le falta oxigeno? ¿Estuvo expuesta a monóxido de carbono? Entre otras que no recuerdo, pero sí respondidas con un determinante “no”. Me dijo en forma concluyente: “Señora Laura, Usted cree ver un fantasma, además pernoctó en su casa, pero le afirmo, que ahora en adelante, debe saber que esa” visión está solo en su mente”.” Le recomiendo, trate de descansar más y dormir lo suficiente, el cansancio y el insomnio puede desencadenar episodios de alucinaciones, que conllevan a visiones ópticas, alterando la conciencia”.” “No se alarme, eso sucede con frecuencia en personas con un nivel de estrés importante. Tómese unas vacaciones y unas horas antes de dormir tome una pastilla de Alpram 5,00mgs y vuelva en 15 días.”
De ese consultorio salí corriendo, como alma que viera al diablo, como dice un refrán popular. Mentalmente rechacé lo que me dijo el médico, porque ni sufría de insomnio, ni estaba estresada y mucho menos propensa a “crear” en mi mente visiones.
Si existe una mujer racional y de actitud relajada esa soy yo. Así que no le di mucho crédito a las conclusiones del médico.
Regresé a mi hogar y esa tarde, me fui al cine con mi amiga Marcela. Al llegar a la casa y abrir la puerta, era aproximadamente las 9.00 pm, una energía helada recorrió mi piel, allí delante de mí, en todo el centro de la sala, estaba el Fantasma, en posición erguida, pero con aspecto cansado, me dijo: ¡regresé para quedarme! “No hay vuelta atrás”, eres la única persona que me “ve”, te percatas de mi existencia. Para los demás no existo, nadie me hace compañía, ni yo le hago a nadie. ¡soy la nada de la existencia!”. Y así se tumbó en el sofá y se quedó dormido plácidamente.
Por la mañana, al otro día, lo desperté y lo invité a un paseo. Nos fuimos a la casa en la playa “Raíces”, ubicada en un pueblo costero, a orillas del lago donde nací y en donde disfruté el verano en mis años juveniles.
Allí nos acomodamos. Era una casa pequeña, pero confortable. Afuera, con espacios amplios y ventilados. Enormes árboles de cocoteros adornaban el patio delantero que daban a la orilla del lago. Las olas se escuchaban, los pelícanos llegaron y al sol lo “sentí” más tibio, el ruido de la brisa me arrullaba al oído.
Allí nos quedamos el Fantasma y yo. No recuerdo cuánto tiempo, ni cuántas lunas pasaron. Solo sé que el Espectro, en ese pueblo seguía “invisible”. Nadie lo observó, porque ninguno ser humano que se me acercaba lo percibía, fue cuando noté, que no había desaparecido, sino que se me había metido en mí cuerpo y que yo era su apariencia.
Comprendí que me había convertido en Fantasma, porque ni los pobladores y pescadores en las riveras me divisaban, no notaban mi presencia. Me metía en sus embarcaciones, les ayudé a tejer sus redes, hasta desembarcar el producto de la pesca, los acompañaba a trabajar y ¡nada! No me veían.
Me fui acostumbrando a la invisibilidad de mi cuerpo. Ya no más apariencias de vestidos playeros, ni sombreros de veraneo, ni maquillaje contra los rayos ultravioleta y como nadie en ese poblado distinguía mi persona, decidí andar sin ropajes y todas las mañanas, muy temprano, a eso de las 5:30 am salía a pasear, con paso fuerte y decidido, caminaba toda la orilla de aquel pueblo mágico.
Así fue por los tiempos de los tiempos, hasta que no hubo más arena, ni agua, ni gente, ni más cielo, porque el sol también se esfumó a las 12:00 del mediodía de un 20 de diciembre…
Ana Sabina Pirela Paz
(culminado el 28-05-2020)
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