SINOPSIS
Continuación del cuento anterior, en relación a la experiencia viviendo con fantasmas
LA NOCHE QUE DORMÍ CON UN FANTASMA
PARTE II
VOLVISTE COMO SI FUERAS PARTE DE MI VIDA
Ya me había desacostumbrado, cuando una tarde apareció de pronto. Venía como siempre jadeando, cansado, quizás de tanto deambular por las calles y todos los espacios, donde decidiera a entrar. Así de inoportuno es, se le han olvidado las normas elementales de educación, sin solicitar permiso para entrar, se introduce, y cuando empiezas a darte cuenta, ya él está sentado en el recibidor o frente a ti, como buscando una aceptación ante su llegada. Esta vez lo percibo más pálido que nunca. Traslúcido, quizás. Me extiende la mano en señal de saludo, se la recibo y empezamos a platicar.
¿Por dónde anduviste? - le pregunto.
-Vengo del hospital. Ya hice el recorrido diario de mi misión y la asistencia de los que hoy descarnaron. Como estaba cerca, vine a saludarte y a ofrecerte de nuevo mi agradecimiento. No todos desean conversar con un Fantasma.
- ¿Y quién va a querer platicar con un Fantasma? - Le pregunto.
_Los que descarnan necesitan asistencia y ese corto y fino lapso, de interrupción entre la vida y la muerte, nadie desea transitarlo solo. Existe un temor, que es natural. De eso me encargo, coadyuvo a la compañía, hasta que estén listos para sus retiros. En oportunidades, ese tiempo puede alargarse. Puede ser un instante, como puede ser un considerable tiempo. El que me ha llevado mayor labor, fue el de un padre, que, aunque sabía que se estaba muriendo, no deseaba dejar a sus hijas. Él pensaba que iban a quedar extremadamente solas, como en efecto fue, y nunca vi un rostro más triste, suplicándole a su Dios, que lo retuviera otro tanto, hasta que pudiera resolver una situación de dinero. Me imagino que era para proteger a las chicas. Pero, así no funciona, cuando te toca, no hay poder de dioses, de deidades, que valgan.
No deseaba, que continuara sus relatos, eran tristes y trágicos. Así, que le dije, que cambiáramos sobre el tema de la conversa, porque en la ciudad con tantas muertes, por los contagios de la pandemia, se sentía un denso ambiente de melancolía y soledad y que yo no estaba ajena a esa situación. Que en estos momentos me estaba protegiendo de cuadros depresivos. Que evitaba a toda costa, leer del tema, incluyendo los noticieros matutinos, que ahora lo que hacía era escribir a un amado imaginario, escuchar música y pintar la naturaleza.
EL Fantasma lo entendió....
Pero esta vez, no vino solo. Llegó acompañado, de la mano derecha, sostiene un espectro de estatura pequeña, aún no sé, si es niña o niño. Solo sé que es de apariencia tranquila, se mantiene casi inmóvil a su lado, me parece que la obediencia es su regla. Me sonríe, como buscando empatía y se acerca buscando abrigo. No quiero comprometer sentimientos con el nuevo visitante. Conozco al primero. Ese que se mete en el cuerpo ajeno y no deja respiro, porque hasta las funciones vitales las allana.
Se metieron por la puerta principal del edificio, cruzaron el umbral de la segunda puerta y se filtraron por la rendija del piso. Allí los encontré, reposando ambos, sentados sobre el mármol, queriendo hablar a borbotones y con prisa. No deseo seguirles el juego del escondite. Se acercan y se alejan, se esconden, quieren que uno se acostumbre a las ausencias, como si ya no fuera bastante, pensar en que no existen. No se dan por vencidos, solo juegan. Ya no tengo tiempo, se lo dedico al pensamiento, no a las apariencias. Quiero voltearles el juego.
Soy yo, la que desaparece y me alejo de la estancia y salgo a la calle, pero ellos persiguen y saben el destino, irremediablemente. Me siguen, sin acosarme, pero continúan siguiéndome. Se quedan parados en la esquina lejana o se escabullan entre las gentes, para confundirme. Creen que no soy lista. Que me van ganando en estrategias. Aún no se detienen, salen por dónde lugar, ni te lo imaginas. Están en todas partes.
Ahora, están sentados en la mesa de un café... en la esquina de Palermo en Arévalo, parecen humanos. El pequeño se volvió joven y el adulto viejo. Hay cada caso, con los Fantasmas. Ellos no aman, solo acompañan. No molestan, pero inquietan. Allá están otros, pero, no se acercan, el viejo les marca un espacio, les hace una señal como un “pare” y se alejan entre la multitud. También quieren intervenir jugando al escondite. Uno me muestra una carta, y me señala que es mía. Me la deja en el piso de la acera y el viejo, antes de que yo la retire, él se la lleva… Le hago un ademán, de que me entregue lo que es mío, pero sigue jugando a las escondidas.
Me acerco y le reclamo, seriamente, que me entregue la carta. Pero, con un movimiento rápido y brusco, la dobla, le da forma de avioncito, y antes de que mis manos la alcancen, la lanza al viento. Ya no tiene la carta. Ésta se ha remontado sobre la brisa helada y no logro ubicarla. Con el intento en retenerla, quedo devastada.
El Fantasma de la carta, me hace una señal, que interpreto, debo seguirlo, para encontrarla. Eso hago, voy apresurando el paso y ese va correteando y flotando por los aires, pero logro divisarlo. Él busca que lo alcance, se detiene y continúa. El viejo y el niño, igual me persiguen, pero de lejos. Seguro están en expectativas, esperando que me entregue la carta, para ellos arrebatarla de nuevo. Quieren jugar.
Llego a los bosques de Palermo, allí hay muchas personas, que nunca se percataron en lo que andábamos. A esos Fantasmas, solo los observo yo, y por ende, me siguen, se me “pegan”, se me adhieren. Ahora me preocupa, porque son tres: dos me han visitado y otro, forzándose en entregarme una carta. Desconozco el remitente, pero, estoy intrigada, deduzco que es de contenido importante.
Observo, que, en mi búsqueda, no ando sola. Entre los altos árboles y detrás de la ancha corteza, de uno de ellos, está un joven, que gira la mirada hacia donde se dirige la mía. Comprendí y así me lo hizo saber, con un gesto de mano, que él, también “veía” lo que mis ojos alcanzaban ver.
Interpreté que estaba en presencia de un humano que tenía mis mismas “habilidades”: ver Fantasmas o Espíritus.
El joven se me acercó con paso decidido, haciendo un ademán de complicidad por estar consciente de compartir, por lo menos visualmente, lo que nuestros ojos observábamos y seguíamos.
Me dispuse a regresar al apartamento, ese que tengo arrendado, hasta que el contrato de trabajo finalice. Los Fantasmas se habían retirado, estaban entretenidos entre el tumulto de personas. El joven se ofreció acompañarme hasta ni destino, yo acepté. Me refirió, que él había visto, cuando el tercer Fantasma no pudo conseguir la carta...” el viento la alejó con mucho distanciamiento”. Eso me dijo.
Al llegar, nos despedimos y agradecí su compañía.
No subí al ascensor, utilicé escaleras... ¡sorpresa! Allí en uno de los escalones estaba el Fantasma de la carta. Me esperaba pacientemente.
Inclinó la cabeza, en señal de reverencia y se me acercó, quedamente, mirándome a los ojos y soltó algo, unas palabras, que para mí eran inconcebibles, algo difícil de creer: “La carta te la envió tu papá, no pude recuperarla, se esfumó en el aire, la culpa la tiene el viejo, no quiere enterarte”. Eso me dijo. Dio media vuelta y corriendo se marchó.
Por supuesto no le creí. ¿Quién con raciocino, da crédito a semejante mensaje? Sino fuera porque conozco de lo juguetones, burlones y picaros que son algunos espectros, el suceso me hubiera producido mucha tristeza.
Me había mencionado a mí padre, ya fallecido y quien, en vida, me unió el sentimiento más sublime de amor, respeto, abnegación y que aún lo extraño infinitamente. El autor de mis días, ese que fue mi arquitecto de principios y valores, el hombre que me llevaba de la mano y me acercó al conocimiento, no solamente formal, sino hasta el empírico, para “protegerme de los sabios”, que con picardía me decía.
Ya me había olvidado el incidente de la carta, cuando una noche regresaron otra vez los Fantasmas: el viejo y el niño. No quise entrar en discusión y los dejé deambular por la sala y hasta les dije que se podían quedar. Total, por mucho que quisiera que se fueran, no se iban. Ellos están donde quieran pernoctar y yo no iba a desgastarme en discusiones absurdas. Ya otras veces, me encontraba en desventajas frente a ellos. Ellos se retiraban cuando lo decidían, por mucho de que los invitara a abandonar el piso.
El viejo se disculpó sobre el destino de la carta, recalcándome que la naturaleza era más fuerte que el deseo de querer él, alcanzarla. La fuerza de la ventisca había impedido tomarla. Eso me dijo y yo hice que no lo había escuchado.
Esa noche, la pasaron cantando el viejo, y el niño bailando una danza con cánticos étnicos, llena de movimientos extraños y vocablos de lenguaje desconocido. Mientras tanto, yo meditando, para eludir sus entretenimientos, entré en un profundo y tranquilo sueño.
Al levantarme, ya no estaban en el apartamento. Se habían ido. Calculé que el retiro fue antes de las 4:00.am, me desperté a las 5:00 am y ya no había ni rastros de sus andanzas.
Me dispuse hacer café, como todas las mañanas al levantarme. Me tocaron la puerta, abrí, es mi vecino, el del 2 A, quien sin antes saludarme me dice: “Vecina, ¿de dónde es esa música extraña que escuché hasta por la madrugada? Me quedé dormido percibiéndola y siento que la tengo metida en mis oídos.”
“No sé vecino, no sé de qué me habla. Yo no escuché nada y mucho menos música”. Así le respondí.
Me miró con cara de incrédulo y se marchó.
Recordé el sueño. Sí ese, que en la noche anterior me había entregado en la meditación. No tuve que hacer, mucho ejercicio mental, para que volviera a mi conciencia despierta, lo que, a través de él, me había develado mi padre y que, sin duda, fue lo que la carta me mostraba.
Siempre tuve duda sobre la existencia de los fantasmas, espectros, espíritus, como se les denominan y conocen. Siempre le preguntaba a mí papá en vida, si los fantasmas existían y él me respondía: “No creas en eso, los fantasmas no existen, están en la mente de las personas”. Crecí con esa certeza.
En el sueño, mi padre me sorprendió, se acercó lentamente y hablándome por la espalda, cerca del oído derecho, me dijo: “Hija, crea en los Fantasmas, esos sí existen y están en todas partes”.
Más conmovida que extrañada, desperté. El mensaje lo capté: Los fantasmas existen. Son tan reales, como los vivos …y están en todas partes... hasta se introducen si no le abres la puerta.
Ana Sabrina Pirela Paz
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