SINOPSIS
Reflexión sobre la realidad de los adultos mayores en éstas épocas extraordinarias de pandemia.
“El amor cruel es mentira
No hay amor donde no hay piedad, qué
es el amor más elevado sino una piedad devoradora”
(Rafael Barret (1876-1910) escritor y filósofo español, con obra
literaria destacada en Uruguay, Paraguay y Argentina)
La piedad es el sentimiento del humano, que se manifiesta cuando se compadece al prójimo ante una situación de padecimiento, aflicción o de cualquier otra circunstancia, donde el otro se encuentre vulnerable por sus capacidades o condición, todo ligado al sufrimiento. Por eso sentimos compasión al que está en situación de calle, independientemente de las causas, igual, a la infancia abandonada, por mencionar solo dos ejemplos. De allí nuestro comportamiento de ofrecer alimentos al necesitado o de ofrecer nuestra ayuda en centros voluntariados, de la misma forma, por referir dos ejemplos.
Ese sentimiento se supone, nace del aprendizaje hacia los hijos por sus padres. De allí, que un hijo piadoso, debería poseer la fibra de piedad hacia el prójimo, porque lo que nos enseñan con ejemplos, se vuelve aprendizaje significativo, de lo contrario, la instrucción se hace nula.
En este orden de ideas, la familia, base fundamental de toda sociedad, en sentido estricto o restringido, está compuesta por padres, hijos y abuelos. Los tíos, primos y demás familiares, mantienen otra posición, pero, sin dejar de ser importantes en el grupo familiar.
Si se parte de la premisa, en que los padres son los primeros maestros para los hijos, surge una interrogante, en estos tiempos de pandemia: ¿En qué fallamos cuando apartamos del entorno familiar a nuestros padres o abuelos? Si, a esos, a padres o abuelos, a los que adoran a nuestros hijos. A esos seres humanos que dieron vida. A esos de manos arrugadas por el tiempo, de ojos cansados por la vida, de caminar lento por los años…pero, que aún tienen sonrisa, mirada cálida y amor de sobra, sin desgaste. Adornados de paciencia, anécdotas y experiencias.
La pandemia, ha servido para mostrar fortalezas y debilidades, no solo en el sistema de gobierno de los ancianatos o geriátricos, sino a la propia sociedad. Dichos centros, ya sea de administración pública o privada, han puesto en relieve, desgraciadamente, la verdadera cara de algunas gerencias de éstos y de cierta forma, la desidia y el poco compromiso profesional de los que prestan servicios en éstos.
En diferentes partes del mundo, en Europa y en América Latina, la cantidad de fallecimientos de adultos mayores o de la tercera o cuarta edad ha sido desalentadora, y en algunos casos ha podido preverse o controlarse. Las políticas de prevención y control fallaron y entre otras cosas abominables, la indolencia predominó en la dirección o gestión de esos ámbitos de cuidado para el adulto mayor. Hecho notorio y público, a nivel mundial, que merece una reflexión, apartando las teorías conspirativas que han surgido, contra el problema. La realidad es esa, un porcentaje importante y lamentable de muertes se registró en dichos centros.
Sobre el por qué de que estén recluidos en éstos, pueden ser muchas las diferentes razones, culturales o personales. No cuestionamos. Pero, en otrora, nuestros padres o abuelos fallecían en sus hogares, alrededor del calor familiar, era hasta mal visto, recluirlos en esos ámbitos. Entendemos que las sociedades cambian y, por ende, el comportamiento humano. Lo que no debe variar es la falta de piedad, de ver a un familiar, ya físicamente imposibilitado o enfermo y separarlo de su entorno y que queden como depósitos humanos a su suerte y por qué no decirlo, por el egoísmo y la comodidad de un falso confort de atención en los mismos.
Si el humano reacomoda, después de la pandemia, su conducta para enmendar errores, ese tema debe ser tomado en cuanta, en su propia conciencia. El amor, la piedad, el respeto y los derechos del adulto mayor, en cuanto a su dignidad y salud, debe ser reevaluado, porque de lo contrario, le estamos dejando el paradigma a nuestros hijos, de una sociedad despiadada, despreciativa, parafraseo a la novelista inglesa, Taylor Caldwell “el desprecio destruye la piedad.” Concluyo, heredarán una sociedad espiritualmente enferma, sin amor a sus ancestros y sin éstos, no hay historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
añadir comentario