SINOPSIS
"Un regalo inesperado", es una historia inspirada en la experiencia de una amiga, que a través de ella, descubrimos que no existen barreras, de ningún tipo, cuando se unen corazones de buena voluntad y sin prejuicios. Espero, sea de su agrado.
Había llegado de su país, huyendo de una inminente guerra civil, aunado a la persecución y discriminación por los conflictos sociales, políticos y sobre todo, a los problemas étnicos y religiosos. Ella provenía de un hogar con creencias católicas-cristianas y su fe era inquebrantable y de dónde venía, dicha devoción, solo representa el 0,7%, no obstante, aún se mantiene el hostigamiento a sus creyentes, a pesar de que el tiempo fija el siglo XXI.
Ahora estaba en tierras extranjeras, con olores, sabores y colores, muy diferente a todo lo que había dejado. Era una profesional, pero, legalizar la documentación que acreditaba su nivel académico, no solo resultaba oneroso, sino complejo, por los trámites burocráticos y tediosos, era casi imposible obtenerlo. Así, que arribó solo con papeles originales y en “copias”, contando con la buena fe y la esperanza en un destino mejor.
Con fervor, lo primero que hizo al llegar en la pensión que había alquilado, fue ubicar una iglesia católica, la cual encontró distante. Eso tenía una explicación: la población donde residía, la conformaban en su mayoría, la población judía ortodoxa. Eso, obedecía, a que cerca de su domicilio, estaban ubicadas dos hermosos edificios: las sinagogas, templos de los que profesan el judaísmo.
Como a diez cuadras, caminando, localizó la iglesia, “Sagrado Corazón de Jesús”, donde aprovechó y agradeció a su Dios, el haber logrado salir de su país. Allí, arrodillada en el frío mármol del piso, oró, una y otra vez. Parecía un sueño, un espejismo verse, en ese espacio, como una figura dentro de un cuadro surrealista, tan ajeno a lo que, a ella, por su religión, en su país de origen, no se le permitía.
Salió y observó, que las calles y avenidas del próximo centro comercial, se cubrían de una espesa nevada. Encogida por el frío y ahogada en el llanto de lo que representaba el recuerdo de tierras, familiares y amigos, logró tomar el tren subterráneo, ese que la dejaría, casi a pocas cuadras de la pensión.
Recorrió la vereda a prisa, pese a la dificultad del pavimento arropado con nieve. Llegó a la hospedería. La recibió Marco, el recepcionista, quien le advirtió de una segunda nevada en horas de la madrugada y de la utilización del calefactor, ya dispuesto en su habitación. Pero, la preocupación de Aisha, no era el mal tiempo. En ella no había espacio para el desánimo, debía buscar trabajo en los próximos días.
En la mañana siguiente, el sol salió resplandeciente, la nieve ya estaba derretida y la correntía de las aguas hacía llevar al peatón el paso más cauteloso. Aisha, no era la excepción. Salió en busca de una labor que le permitiera vivir tranquila y dignamente. Tocó varias puertas, se presentó a propietarios de almacenes, bodegas, restaurantes, pero las diligencias fueron infructíferas. Si no tenía experiencia en oficios, ni documentación legalmente probados, lejos estaba la posibilidad de emplearse.
Presionada, porque se acercaba la navidad y el dinero escaseaba para su manutención diaria y el pago del arriendo, le urgía colocarse en lo que fuese.
Fue una tarde, al regresar de esa búsqueda, cuando Marco le anunció, que una familia conocida del vecindario, necesitaba que alguien cuidara de una anciana, manifestándole que, si no tenía inconveniente, él mismo, la llevaría en las próximas horas para ser entrevistada.
Así que se preparó y ambos acudieron a casa de la familia requirente. Después de las preguntas de rigor, que ella respondió con honestidad y firmeza, Aisha quedó contratada. Debía atender a una señora de 82 años, que, aunque no caminaba, por consecuencia de una caída, que le afectó la cadera, mantenía sus facultades mentales en buen estado, con ánimo de ser una persona conversadora y amable.
Aisha, era empática, inmediatamente, hizo camarería con Jana, que así se llamaba la anciana, quien, extendida plácidamente en el lecho, se entretenía con las charlas que su cuidadora le ofrecía. Ambas se acompañaban e intercambiaban impresiones, pero Aisha, por precaución, jamás le refirió la religión que profesaba. No hablaba de ese tema, como tampoco decía su origen, temiendo que, mediante éste, la identificaran. Sus rasgos físicos, no la delataban, porque su madre había cohabitado con un hombre de occidente y ella y el último de sus hermanos, poseían facciones de su padre, no así, su segundo hermano, que toda su característica física, provenía de los genes de su madre: pakistanís.
Las festividades navideñas, ya estaban encima. En el hogar de Jana, se estaban preparando para la celebración del “Hanuka”, que no tiene relación con el nacimiento de Jesús. La diferencia es, que mientras los cristianos consideran a Jesucristo, el hijo de Dios y celebran su nacimiento en navidad, para los que profesan la fe del judaísmo, lo estiman como un profeta más…ellos aún esperan el Mesías. Aisha, había leído, que dicha feligresía, en el “Hanuka”, recuerdan la consagración del Templo Judío, que data desde el año 165 a.c, tras haber sido profanado por el monarca Antíoco y que, durante 8 días, que tomó la consagración de dicho templo, la menorá, la lámpara de 7 brazos, permanece encendida.
Ella, se conformaría, así lo pensaba, en visitar la Iglesia y recibir el nacimiento de Jesús, observando el Belén, que ya lo exhibían en ciertas vitrinas de los centros comerciales de la ciudad y en el propio interior del santuario en donde asistía todos los domingos a honrar su fe.
Era la mañana del 24 de diciembre, ya estaba en su sitio de labores y animando a Jana para que tomara su desayuno. Pero, esta vez, Aisha la notó triste, alejada en el pensamiento, pero , fijaba la mirada en los ojos de ella...
¿Qué estará pensando? Se preguntó en su interior Aisha.
Pero, ella misma, estaba igual de nostálgica. No había podido adquirir un Belén, el cual acostumbran a colocarlo en el sitio más especial en los hogares católicos-cristianos, para festejar y alabar, en señal de memoración el nacimiento del Niño Jesús, el hijo de Dios.
Ambas, se miraron a los ojos por unos instantes y fue Jana, quien rompió el silencio, en voz queda, pero audible, dijo:
“Estás melancólica y sé y me imagino, el por qué. Los años me han permitido identificar las congojas del prójimo. Yo también, tuve que migrar, quizá, por las mismas razones que te forzaron a ti: asedio religioso, solo que nuestros dogmas son distintos”.
Aisha, la escuchó y analizó sus palabras con detenimiento. Pero, ¿cómo había percibido Jana, sobre sus ideales de credo?
Como escudriñando su mente, la anciana continuó observándola y le dijo plácidamente:
“Lo supe desde el primer día, que entraste a este aposento. Traías, como al descuido, en el interior de tu bolso, sujeto a la cintura de tu vestido, un libro y desde ese mismo momento, deduje, que se trataba de una pequeña Biblia. Nosotros, tenemos éste”. señalando con el dedo índice de la mano derecha, El Torá, que estaba sobre la mesa de noche, junto a su cama. Libro sagrado, que Aisha conocía, precisamente, por haber sido acosada por su devoción, había leído sobre las diferentes doctrinas religiosas.
Aisha no le respondió. Su silencio fue la respuesta, en señal del acierto de aquellas palabras pronunciadas por Jana, que mostraba sabiduría y tolerancia… y así, continúo la conversa:
“Soy hija de judíos…por lo tanto es mí raza. En un tiempo, mi rebeldía, fui vista como una “gentil”, pero me casé con un caballero, hoy difunto, de la comunidad y regresé a mi génesis. Pero tengo recuerdos bien guardados, que no los he confesado. Hoy deseo regalarte un obsequio de esas remembranzas de mi pasado juvenil”
Prosiguió Jana:
“Aisha, abre el último cajón de ese armario. La llave está encima del closet, es la marcada con una cinta roja y allí vas a encontrar una caja forrada con tela de fieltro bordado, dentro de ella, está un obsequio, que supongo, representa una joya valiosa para ti, es tuyo”
Aisha impresionada, más por la confesión de Jana, que por la curiosidad de descubrir lo que le ofrecía. Se dirigió hacia el closet, alzó sus manos y alcanzó la llave. Abrió la gaveta y tomó la caja, con las especificaciones dichas.
Se acercó a la silla, donde minutos antes estaba sentada, frente al lecho de la anciana. Separó lentamente, las tapas del estuche, que aún conservaba su delicado y fino envoltorio.
Aisha, quedó petrificada, por la sorpresa de lo que veían sus desorbitados ojos.
Allí, dentro de la caja, parecida a un joyero, yacía un Belén, con cada una de las figuras del nacimiento de Jesús: San José, La Virgen María y el Niño; la mula, el buey, los tres Reyes Magos, y unos pastores, con sus rebaños de ovejas…Aisha, aún no creía, lo que observaba.
Se levantó bruscamente y con un apasionado abrazo aprisionó a Jana, contra sí. Ambas lloraron … Con evidente emoción. Aisha, agradeció a su Dios y se arrodilló ante al pesebre. No intercambiaron palabras…todo estaba dicho.
Al despedirse Aisha, solo expresó:
“Shalom aleijen”
“Alei jem shalom”. Respondió Jana.
Regresó a su habitación, feliz y complacida. Sintió que al tener en sus manos un Belén, era un regalo de las Alturas, que recibía por intermediación de Jana. Lo colocó en la mesa principal del pequeño recibidor. Allí lucía resplandeciente y acogedor. Ya no se sentía sola, la sagrada familia de la navidad ya estaba presente en su reducida estancia, aunque siempre estuvo acompañada en su corazón, por el amor, la solidaridad y en la paz de los seres humanos de buena voluntad…
Y así fue como Aisha, ese año, celebró el nacimiento de Jesucristo, muy lejos de su país, con alabanzas y cánticos, haciendo de su espacio, un íntimo y pequeño templo.
Ana Sabrina Pirela Paz
(dic. 2020)
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