SINOPSIS
Una experiencia personal en mi sitio de labores , que me obligó a no confrontar, sino en buscar solución.
En el Despacho donde ejercía mi profesión, se encontraba vacante una plaza para ser ocupado por un experto en derecho civil, pero como las políticas de la sociedad entre los abogados, eran exigentes y selectivas, se nos hacía difícil contratar el profesional que reuniera los requisitos para encargarse de los juicios en dicha materia. Para la misión de la selección, fui designada, por tener experiencias en reclutamiento de personal. Tarea que se me hacía incómoda. Se trataba de entrevistar a diferentes expertos dentro del gremio, con cierto nivel académico y que posiblemente, dentro de ellos, me uniera algún grado de amistad. Pero, en cuya selección, debía privar el principio de imparcialidad y objetividad.
En virtud de ello, Aida, compañera, integrante del bufete, me dijo una tarde: “Ana, conozco a una especialista excelente, podría ayudarnos acá. Conversé con ella ayer en los tribunales, le dije, que andábamos en busca de alguien con su perfil, dijo que estaba dispuesta, que bastaba con que la llamáramos.”
Como definitivamente, no deseaba interrogar a nadie, le dije a Aida, que se encargara de ubicarla y que mañana mismo, si así deseaba, empezara, que le delegaba la decisión a ella.
Así, de esa forma, llegó a nuestras oficinas la Dra. Esthela Ruíz. Nunca la había visto, supuse que la causa de no conocerla antes, era porque yo frecuentaba y litigaba en los tribunales penales, constitucionales y contenciosos administrativos, cuyas sedes estaban separadas a los juzgados civiles. Nos presentó Aida y desde ese momento, empezó a ser parte del equipo jurídico, el cual era integrado por otros colegas, un total de doce: cuatro damas y ocho caballeros, de diferentes áreas de la mencionada profesión.
Esthela, a primera vista se observaba simpática e interesada en el trabajo. Poseía buen físico, como de cuarenta años, eso le calculé, de vestir impecable, adecuado a sus funciones. En la medida que transcurrió la semana, la fuimos conociendo y dándole la bienvenida.
Al pasar los días, empezaron los colegas a comentar, que notaban cambios en su conducta. Referían que no mostraba empatía por ninguno de ellos y que revelaba cierta intolerancia hacia la opinión de los demás, cuando discutían los casos, que se hacía con frecuencia los días jueves, en horas de la tarde. Y que esa intransigencia, no era precisamente, para enfocar una alternativa brillante, sobre determinado caso, que ofreciera luces, sino para contrariar, utilizando una entonación de agresividad, que era una forma de ponerse a la defensiva ante cualquier criterio opuesto. La tildaron de presumida, vanidosa y egocéntrica, que solo buscaba enfocar la atención de sí misma, en dichas reuniones.
Transcurrió un mes aproximadamente, cuando dos colegas, Raúl y José Antonio, me abordaron al salir de la oficina, objetándome:
“Ana, discúlpame, debes resolver esa situación con la Dra. Esthela de forma inmediata. Tú eres la responsable de su contratación y ninguno de nosotros, estamos en disposición de soportar un ser que todo el tiempo se deleita en su propio “yo”. ¿O es que no te han informado, que interrumpe las discusiones laborales, para cualquier nimiedad personal, hablando por teléfono o para realizarse a cada rato un “selfis”?
Raúl, el colega más adulto, me infirió, con tono de sarcasmo:
“Ana, aquí no laboramos psicólogos ni psiquiatras, porque los trastornados estamos completos, empezando por mí. Trata de solucionar ese pequeño detalle, necesitamos colegas centrados en su tarea”.
¿Cómo así?, le respondí.
“Trata de asistir a la reunión de los civilistas, este próximo jueves, allí te darás cuenta”, me contestó, José Antonio.
Con esas palabras, me sentí comprometida en arreglar esa fisura surgida entre la relación de Esthela con mis pares. Ellos desconocían, que yo no había entrevistado a ella ni a nadie y, que, quién me la había recomendado era Aída. Por lo que merecían más que una explicación: debía ponerle remedio al escenario.
De inmediato me comuniqué con Aida, exponiéndole sobre lo que acababa de suceder. Ella que ejercía en el área señalada, podía tener una percepción más diáfana sobre lo que estaba ocurriendo. Pero, lo que hizo fue corroborar, lo que me ya me habían manifestado los dos colegas.
“Ana, lamentablemente Esthela desarrolla un comportamiento inaguantable, que ni el personal de secretaría la tolera. En las reuniones suspende la misma, para hablar de sí misma o de temas irrelevantes. La última vez, se puso a ser ejercicios de yoga para presumir lo bien que lo hace, se fotografió por más de cinco veces, tuvimos que terminar forzosamente, la intervención de un colega invitado ¡fue todo tan vergonzoso ¡Estoy tan apenada contigo¡, porque fui yo, quien te la sugerí, pero, sinceramente, desconocía esos rasgos de su personalidad! Esthela exige, como admiración y notoriedad, pero aún no muestra los logros que fundamentan o que respaldad su actitud”.
Así, como me lo solicitó José Antonio, el jueves me apersoné a la reunión de los civilistas, donde se exponían los casos más emblemáticos para reforzar la defensa o corregir las estrategias en caso de una debilidad en alguno de los juicios. Allí estaba Esthela, sentada como los demás, en la mesa redonda, mirándonos frente a frente. Después de un breve saludo, me dispuse a lo que fui: observar su disposición.
En un punto percibí que se mostraba indiferente a las exposiciones de los colegas. Pero, cuando tomaba la palabra, era para no aceptar criterio alguno expuesto, sin argumentos legales sobre los temas tratados, solo se limitó a confrontar, sin ofrecer soluciones de algún discernimiento legal, para coadyuvar en los casos examinados. En un momento donde exponía el Dr. Raúl, entorpeció la participación, para preguntarle a los presentes:
“¿Cómo me observan el nuevo tono del cabello?”.
Pregunta fuera de contexto y de lógica y que por supuesto, nadie respondió. La escuchamos y quedamos en suspenso. Nos miramos el rostro, sin pronunciar palabras. De inmediato, Esthela se levantó e inició su “sesión fotográfica”. Dejó el salón y se apartó en un pasillo, donde podíamos verla, fotografiándose, expresando con gestos sentimientos de grandiosidad, lo que incomodó a los presentes.
Me retiré confundida y sin darle chance a mis compañeros, de que me afrontaran nuevamente, sobre el asunto, de lo que todos habíamos observado: una mujer con un egocentrismo a flor de piel. Allí, sin ser experta en psicología, intuí que Esthela, poseía una disfunción notoria en su personalidad, de eso estaba segura, pero desconocía sobre cuál era su posible trastorno.
Tuve un padre autodidacta, estudioso y aficionado a la lectura. Me atrevo a decir que el ochenta por ciento de lo aprendido en el recorrido de mi vida, fueron las enseñanzas provinieron de él, como mi mejor maestro. En algún tiempo me instruyó, en que las relaciones humanas eran complejas, pero necesarias, pero que, si quería saber del comportamiento humano, tenía que recrearme en la mitología griega, reservorio del conjunto de relatos, mitos y leyendas y que, de ese estudio podía “identificar” rasgos de temperamentos, de caracteres, que estaban marcados en los semi-Dioses, dioses en los héroes de esa historia y que, de esa forma, comprendería más a nuestra especie.
Con esa evocación, recordé el pasaje de Narciso, relatado por Ovidio en “La Metamorfosis”, quien fue engendrado mediante la violencia sexual. Cuando Cefiso, rapta y viola a la náyade Linope, y al preguntársele al sabio Tiresias, si Narciso tendría larga vida, éste respondió:
“Si, siempre y cuando nunca se conozca así mismo”.
Todos hemos leído que Narciso, el joven hermoso, de dicha alegoría, se ahogó intentando besar su propia imagen reflejada en el agua. De allí la génesis del mito del narcisismo, aludiendo, a la posición del amor que se dirige a uno mismo.
Pero, prejuzgar no es bueno, cuando no se tienen las bases ciertas de alguna conclusión. Pensar que Esthela padecía del Trastorno Narcisa de la Personalidad (TNP), era temerario, aunque era obvio, que mostraba la exaltación de sus presuntas habilidades, con aires de superioridad, revelando una excesiva admiración hacia ella misma, pero a la vez, se le resaltaba una debilidad: ella necesitaba, de alguna forma, sentirse “reconocida” ante el grupo de colegas.
Cual investigadora privada, pero en busca de su imagen conductual en las redes sociales, me dispuse a” Stalker” a lo que “colgaba” y fácilmente la localicé. Allí como un dejo de autopromoción utilizaba ese medio, exhibiendo una autoconfianza exagerada y una auto admiración descomunal. Mostraba numerosas series de fotografías, con poses imitando a artistas de cine, con etiquetas de lisonjas a su persona y lo que más me impactó fue la recurrencia.
Como me sentía comprometida ante el grupo y a los fines de buscar una salida amigable, me cité con Esthela en la oficina, invitándola, con la excusa de que colaborara conmigo en un caso, que involucraba aspectos de derechos civiles.
Ya en el encuentro, tuve que sobrellevar su compostura sobreactuada. Le comuniqué crudamente, sobre la posición de los demás colegas ante su nulo aporte en los juicios y frente a los actos que realizaba en las reuniones de trabajo. Ofreciéndome para cualquier ayuda, si así me lo permitiera, en caso de estar presentando algún problema. Para mi extrañeza, me escuchó tranquilamente y me dijo:
“Ana agradezco tú gesto … ¿estás dispuesta acompañarme en la consulta de algún psicólogo? Solo que no conozco ninguno.”
De inmediato, le señalé que conocía a un especialista, le dije el nombre y respondió:
“No lo conozco, pero es muy nombrado en la región, debe ser buen profesional.”
Así fue como me involucré: en acompañarla en la visita del especialista.
Día pautado, la fui a buscar a su domicilio, la esperé en el estacionamiento y allí estaba, con aires de despreocupación, pero a la vez, con una risa irónica, que me mantuvo inquieta desde que iniciamos el trayecto hasta llegar a la clínica.
Ya en destino, esperamos el turno, porque previamente, se ubica la cita.
“Esthela, permíteme, saludar al Dr. Ortigoza, antes de que tú entres, lo conozco desde hace un par de años.” Le indiqué.
“¡Claro¡, salúdalo, es tu amigo”. Respondió.
Pero, antes de que me diera tiempo de entrar al consultorio, el Dr. Ortigoza salió a la sala de espera, nos mira y se dirige a Esthela, diciéndole:
¿Cómo está Usted? Pensé que no estaba en la ciudad. ¡Adelante ¡tome asiento. Antes, permítame saludar a una amiga”. Se me acerca y me da un abrazo:
“¡¡Hola Ana!! gusto en verte, déjame atender a la paciente y hablamos”.
Yo no sé si el Dr. Ortigoza, lo notó. Quedé muda, sorprendida del descaro de Esthela: era su paciente y no me lo había referido. Respiré profundamente…exhalé y después como aproximadamente una hora, salió de la consulta, sonreída, con cara triunfal y cuando reparó la intención de reclamarle su proceder, me vociferó delante de las demás personas, que estaban en dicha sala:
Si, ¡soy narcisista … ¿y qué??
Durante el regreso, no nos dirigimos la palabra. Ella llamó varias veces por teléfono y comentaba algo sobre las redes sociales. La dejé en su residencia y me regresé al consultorio.
Por suerte, aún, Ortigoza se encontraba. Me atendió al finalizar su jornada y le hablé sobre la manera y desde cuándo, conocía a Esthela. Me dijo, que era su paciente desde hace más de tres años, que no era muy consecuente, porque debido a su trastorno, su autoestima era de “vidrio”, muy frágil, pero que ella estaba consciente de ello.
Le pregunté sobre el por qué o a qué obedecía, el hecho de que Esthela me había omitido conocerlo, solo si su respuesta no pecaba con su juramento hipocrático. Me dijo, que en absoluto, que ese tipo de personas, necesitaban dependencia de los demás, es decir, apoyo y que posiblemente, la colega, había visto en mí, una oportunidad para reanudar las terapias. Que no me sorprendiera, que me llamara y me pidiera que la acompañara nuevamente. Que, por lo general, demandan en los demás, la obligación a realizarle favores, pero si no se cumplen, fácilmente se enfadan o se sienten ofendidos.
Y así fue… mi acompañamiento a las diferentes consultas, transcurrió por más de un año…Es un trastorno difícil, complejo. Hay mejoría, pero al parecer, solo se controla. Esthela siguió en el bufete…Solo le pedí al grupo, para ella: tolerancia. Para mí, comprensión: no podía despedir a alguien que con inmediatez requería ayuda. No obstante, ella voluntariamente, se retiró de la oficia a los ochos meses de haber ingresado.
Ana Sabrina Pirela Paz
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