SINOPSIS
Reflexión sobre las máscaras en tiempos de pandemia
“Qué otra cosa es la vida de los mortales,
sino una comedia en la que unos actores se disfrazan y ataviados con
sus máscaras, representan sus respectivos papeles
hasta que el director de la escena les ordene retirarse de las tablas”
(Erasmo Rotterdam)
Los especialistas en Psicología enseñan que los seres humanos, como arquitectos de su propia vida, asumen actitudes que desarrollan en el tránsito de esta, fingiendo ponerse una “máscara” para ocultar un aspecto, por protección o miedo, con el objetivo de encubrir su auténtica personalidad. Plantean, además, que ese “rol” de enmascararse se torna dañino, solo cuando hacemos de las “mascaras” una conducta habitual y es cuando debe prestársele atención desde el enfoque médico- asistencial.
Etimológicamente, máscara viene del latín: mascus y masca: fantasma y del árabe: maskhah: bufón, hombre con máscara.
Desde la antigüedad fueron utilizadas en diferentes civilizaciones y para usos distintos. Así se tiene, que en la América-precolombina, colocadas en los rostros de los chamanes de tribus, representando entidades sobrenaturales o dioses, como mecanismo para la interacción o comunicación del “más allá”. En África la máscara estaba vinculada directamente con lo sobrenatural. Los griegos y romanos, las utilizaron en sus obras teatrales. En la primera de las nombradas, le hacían honor al Dios Dionisio, llamado también Baco, patrón de la agricultura y del teatro. En Egipto, tuvo una usanza para los cultos funerarios, cubriendo el rostro del occiso para la preparación “a mejor vida”. Pero, quizás las más reconocidas a nivel mundial, fueron las de Venecia, Italia, que, con el impulso de su acogida, le debemos el surgimiento en las festividades carnestolendas.
Haciendo un recorrido del tiempo, ubicándonos en nuestra era contemporánea, nos detenemos en la industria cinematográfica y allí encontraremos las más célebres “máscaras” de los personajes del cine, entre otras anotamos: “La Máscara”( Jim Caray), “La Máscara de Hierro” Leonardo Di Caprio, “La Máscara del Fantasma de la Opera”, “El Silencio de los Corderos “y “Hannibal Lecter” Anthony Hopkins, “La Máscara del El Zorro” Antonio Banderas, La máscara de Jason en” Viernes 13” y las conocidas de los superhéroes: Batman, Darth Vader y otros famosos enmascarados que se quedan en la lista de admirados, gloriosos o villanos. Todos con un papel protagónico con diferentes personalidades, pero con un objetivo común: ocultar la verdadera personalidad, ya disfrazados, emerge otro temperamento, para el bien o para el mal.
El ser humano, cuando utiliza el complejo de la” máscara” la vincula a la interacción, entre él y su entorno, sea social, familiar o laboral, mostrando un conflicto entre “ser” y “parecer”, entre la aceptación y el rechazo.
En este orden de ideas, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis determinó que las máscaras eran objetos que expresaban simbolismo. Jung, señala, que éstas derivan del “inconsciente transpersonal”, no consciente, porque reflejan un problema de identidad, en el humano, porque no coinciden las circunstancias externas con las internas.
En cara a esto, los expertos refieren que las mismas pueden aparentar actitudes falsas que desarrollan en el quehacer diario. Mencionaremos algunas, catalogadas como ejemplarizantes. La Máscara de la Fortaleza: cuando se ponen en práctica posturas como “todo está bien”, “a mí no me afecta nada”. Es decir, simulando una total apatía para no mostrar la realidad. Concluyéndose que posiblemente, detrás de ese antifaz, se oculta una persona que en su interior está herida. La Máscara de la Indiferencia: con ésta la persona se arroga, independientemente de las condiciones adversas y externas, una posición de total felicidad, “yo soy feliz”. La felicidad no se pregona, es observada por los demás, pero como es “máscara” encubre su infelicidad.
Otro patrón, es la “Máscara del Humor”, traída para “sacar” gracia, aceptación, reconocimiento, aplausos, el objetivo es “caer bien”. Encubre tristeza, vacío interno. Aquí nos encontramos con la conocida incongruencia del “Payaso Triste”. Existen otras máscaras como: el Controlador, el Rígido, el Huidizo, el Dependiente, el Masoquista, entre otras posiciones.
En los momentos actuales, estamos frente al escenario de una tragicomedia real, donde estamos obligados a salir al teatro de la vida, con una “mascarilla” para evitar el contagio del covid-19, pero más allá puesta en nuestro rostro, para protegernos del mortal virus, cubriéndonos nariz y boca, nos tropezamos con una paradoja. Después de utilizar tantas máscaras sociales, ahora con una visible, nos redescubrimos a través de ésta y nos percatamos de que pertenecemos a una sociedad mundial vulnerable, donde afloran, a primera vista, personalidades que nos parecían poderosas, eficaces, que en poco tiempo, se manifiestan frágiles, desposeídos, temerosos, y aunada a esa posición, el desplome de un orden mundial, que se vendía igual de fuerte, hoy debilitado, disminuido y además, a la vista de todos, se “caen” las máscaras de los líderes mundiales que siempre exponían personalidad de dominio, de sabiduría, de omnipotencia. A muchos, como arte de magia, se les “cayó la máscara”, pero es que ¡no todo el año es carnaval!!, como diría una sabia abuela, agregando “que no hay mal que dure cien años…”
La máscara de la fortaleza y del poder, se derrumbó, quedando al descubierto la fragilidad social- económica y de salud de la humanidad. En lo personal, apunto tres aspectos que manifestó la cuarentena:1.- La economía se hunde tan pronto dejan de consumirse productos inútiles a las personas sobre endeudadas, 2.- es perfectamente posible reducir la contaminación ambiental y 3.- sectores con peores salarios, resultaron más esenciales para el funcionamiento de la sociedad.
En conclusión, la epidemia del coronavirus sirvió para que la sociedad civil y el orden mundial, representados por sus dirigentes, se despojen de tanta “máscara” inservible y que el que tenga responsabilidades, en cada espacio en el que se desenvuelve, ofrezca un cambio, un antes y un después, que involucre innovaciones en materia económica, social, política, laboral, educativas, de servicios públicos y en superlativo, el de salud. Si de esta situación inédita no surge una innovación en esas áreas, perdemos no solo los derechos humanos, económicos, civiles, ambientales que hemos conquistados, sino el de resignarnos a tener que vivir en un mundo con temor, perdiendo la oportunidad de construir una comunidad mundial más segura, igualitaria y posiblemente, más justa, con una esperanza de un bienestar social global. No quisiera pensar que es una utopía.
Ana Sabrina Pirela Paz
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