Como especie de Preámbulo, inicio estas historias, que no es como el” Amor en los Tiempos del Cólera”, que narró Gabriel Garcia Márquez, una de sus obras inmortales. La que se inicia, está localizada en época reciente, relata una manera de amar diferente, porque no “entró” por los sentidos y solo tienen en común con la del “Gabo”: el amor y una epidemia. Pero, como ahora, es pandemia, el mortal virus covid-19, el cual nos deja tres cambios en la vida, en la muerte y en el amor. La buena noticia es que no ha desaparecido el ímpetu del amor, ese conduce al sentimiento universal. Trajo novedades y otras formas de sentirlo, expresarlo y vivirlo. Así principia la primera historia:
A la protagonista, la sorprendió la cuarentena en una ciudad extranjera, en pleno invierno, en el mes de agosto, lejos de su hogar y familia. Se mantiene con el “Síndrome de Ulises”, ya se lo había diagnosticado, un amigo, un psicólogo, que iba en vías de superarlo. Sentía que su corazón y su mente la tenía dividida: querer regresar a su origen y no poder o, quedarse definitivamente en el nuevo lar, cuya ciudad es como una obra de arte en geografía, cultura e idiosincrasia. Se empieza a encariñar con el extranjero país…
Sus pensamientos se hacen torbellinos y solo han transcurrido dos meses de cuarentena, de confinamiento obligado; su labor, como redactora de contenidos, para una revista científica, la realiza desde su apartamento de alquiler temporario, porque su estadía en el nuevo país, solo era por un lapso de seis meses.
Una mañana, el Dr. José Antonio Ruíz, el jefe editorial de la revista, le manifestó:
- “Hola, piba, desde mañana laboras “home office”, no deseo verte contagiada”.
Así que esa misma tarde, Sarait, tomó todos sus implementos laborales y se despidió de aquellos espacios, en cuyo momento tuvo un presentimiento de no regresar jamás, mientras recogía cada objeto y los introducía en un bolso grande y plegable, el cual la acompañaba siempre. Allí cabían algunos artículos personales, desde un peine, hasta un cambio de zapatos y ropa, no porque amaneciera fuera de su piso, sino por precaución, la lluvia afuera y sin auto, la invitaban a prevenir.
Sarait, tenía como hábito, antes de iniciar sus actividades laborales, tomarse una taza de café e ir leyendo las noticias del día, dándole una ojeada a las páginas web de los periódicos más destacado. Así, fue que, en una de esas mañanas, antes de empezar a teclear en el monitor para su rutina laboral, leyó una noticia que le llamó la atención: “Cuatro de cada 10 personas rompieron la cuarentena para tener sexos”. Observando, otros enlaces sugeridos, donde especialistas en psicología recomendaban el sexo virtual en medio del aislamiento y el “sexting” y que las citas “online”, proponían los expertos, que, por prudencia y protección, debían esperar…hasta que se levantara la medida, cero intentar burlar los controles policiales.
Sarait, pensó, que la sexualidad, es un impulso vital y natural como función bio-psico espiritual y social de la persona y alguien enamorado, lo que más deseaba era estar con la persona amada y que posiblemente, esos enamorados, embelesados por el amor, acudían al reencuentro, saltando normas y violando puntos de controles policiales, porque después de tanto encierro, necesitaban sentirse vivos, amados…
- “Enloquecidos por la pasión salen al encuentro de su par.” Reflexionaba Sarait.
“El hombre no nació para vivir en un cautiverio, y ya han transcurrido ¡más de dos meses! desde el decreto de la cuarentena”.
Así se introducía en su racionamiento, ajena a ella, porque después de divorciada, no había mantenido otra relación y no era porque le faltaron pretendiente, ¡no! le sobraron hasta para volverse a casar, solo que había decidió disfrutar de su soltería y apartarse de posibles relaciones, hoy llamadas “tóxicas” y no estaba dispuesta de nuevo, a transitar por esos caminos escabrosos y así se conservó, fiel a su decisión.
Pero, una vez, se levantó y percibió que no había dormido bien y recordó que en casi una semana su calidad de sueño se estaba deteriorando, sintiéndose fatigada, cansada, y que por mucha meditación que realizaba, antes de irse a la cama, no estaba en sintonía en coincidir con sus horas de descanso. Poseía recursos emocionales, pero el aislamiento, la estaba afectando. Resolvió, en busca de distracción, (en virtud de que los museos, sala de exposición, bibliotecas, permanecían cerrados), salir a caminar en horas determinadas y permitidas, a pocas cuadras de su residencia. Pero, eso no le bastaba, el desánimo y la tristeza la embargaban. Temió deprimirse y empezó a hacer ejercicios aeróbicos, a escuchar música, su pasatiempo favorito y a retomar su afición de escribir y así fue cómo inició la redacción de un diario. Escribía todo lo que pensaba, sentía y observaba, durante las horas de confinamiento.
Empezó a reanudar las llamadas telefónicas y mensajes por WhatsApp y Facebook con los familiares y amistades, hasta por llamadas de video conferencias en Skype, pero, fue peor, se enteró de amigos fallecidos, sobrinos enfermos, fueron días difíciles y tristes. Por lo que resolvió, apartarse de las redes sociales y no precisamente por egoísmo, sino para proteger sus psiquis, era suficiente con las noticias diarias, precisaba estar emocionalmente tranquila, no solo por sus actividades, sino que no deseaba sucumbir con depresiones u otra enfermedad que le comprometiera su salud.
Sarait, transcribía todo el tiempo…Sin pretender empoderarse como escritora famosa, en su haber existían, de su autoría, varias piezas publicadas, entre ensayos, poesías, cuentos y leyendas. Una tarde tuvo un impulso y se dijo:
_ “Empezaré a publicar en páginas web de perfil literario, así me entretengo y me relajo, lo necesito.”
Revisando y examinando al azar, ubicó una y allí, desde el día siguiente empezó a “colgar”, algunas de su producto intelectual, dos o entre semanas, no tenía prisa. Era como una distracción. Leía sobre los demás escritores y comentaba, lo que le permitía la plataforma de la página. En la medida de su tiempo dejaba algunas líneas de reconocimiento, motivación y felicitación a los colaboradores.
Una tarde empezó a leer lo publicado por unos de los escritores de la referida página web y para sorpresa de Sarait, se sintió identificada con los puntos de vista, opiniones, conceptualizaciones y conclusiones de dicho escritor. Una emoción diferente cubrió su cuerpo, y se interrogó:
- “¿Cómo es eso? Si estuviera en el mismo escenario y me hubiesen solicitado que expusiera sobre referencias de los temas que aborda, palabras menos, palabras más, yo diría lo mismo”- Pensó, y en forma inmediata, se planteaba preguntas:
_” ¿Quién es? “. ¿De dónde es?”. La intriga, la curiosidad inundaban su mente.
Siempre aspiró conocer a alguien, no que fuera igual a ella en pensamientos y en obras, pero sí, que se aproximara en posiciones, criterios y temas de contenidos profundos, no comunes. Ella estaba harta de la mediocridad, de lo ordinario, de los iletrados funcionales. Siempre quiso congeniar con los literatos de alta y de valiosa factura y allí estaba uno, precisamente en esa Web, con temas trascendentales y notables, que quizás muy pocos tocaban, por controversiales y pocos ortodoxos.
Como Sarait es frontal, directa y no pierde oportunidades, haciendo una lectura y comentario posterior, a una de las composiciones del escritor, le suministró el correo electrónico, a los efectos de intercambiar posibles criterios, posiciones para argumentos relevantes. El escritor al otro día, para sorpresa de Sarait, le envió el primer correo. Lejos estaba Sarait, de pensar que era el primero… de muchos.
Así, empezó una amistad de intelectuales a distancia y “en confinamiento” radical. Ella escribía, él también. Era una retroalimentación de ideas, entraban en temas de interés mundial, regionales, históricos, filosóficos, metafísicos, psicológicos y, en fin, de lo que dos penadores deseaban comentar. La gama de la elección de lo que decidían “hablar” era sumamente vasta y atrayente.
Cada vez, Sarait, razonaba y sacaba la conclusión, que ese hombre se asemejaba en grado sumo a ella, en tendencias y sentires, era su” versión” masculina y así fue, en base a la confianza y al feedback que fluía, empezaron a tratar temas más personales, más cercanos: la familia, las preferencias, las coincidencias, las diferencias, (anotadas muy pocas) y hasta pasajes de cada uno de sus pasados: triunfos, logros, decepciones, pérdidas…
Él la conocía, por medio de una fotografía que identificaba su perfil en la página web literaria. Ella no a él, su usuario estaba desprovisto de imagen, utilizaba un avatar. Sarait desconocía su fisionomía y tampoco se atrevía, pese a la confianza, pero por respeto y delicadeza, jamás le pediría una foto para conocer a ese hombre, tan internamente parecido a ella. Total, tampoco le interesaba mucho la forma, le importaban sus valores y principios, que le parecían venir del mismo vientre de su autora.
Con cuarentena radical, Sarait, salía a la calle para proveerse de lo más necesario, en las horas permitidas, para los lugares de expendio de alimentos o medicinas, en lugares cercanos a su domicilio. Allí por esas calles, empezó a fantasear, verse en compañía del escritor, disfrutando una obra en el teatro, visitando los museos de arte, las ferias de exposición, hasta sentada en los cafés que al estilo europeo abundaban en la zona.
Se sorprendió una noche y durmió inquieta. Recapacitó ante la situación y en ese mismo instante, reparó que ese hombre sin rostro, pero conocido mediante los correos electrónicos, había allanado su mente… ¡Estaba hasta en sus sueños!
¿“Qué me está sucediendo”? se interrogó y advirtió que cuando abría el correo, en la bandeja de entrada y veía la notificación del escritor, era como entrar en un oasis en el desierto lleno de una luz, entre tanta penumbra de expectativas negativas por la pandemia.
Era un soplo refrescante y un deleite en cada palabra, en cada matiz de letras gentiles y sutilmente insinuadoras.
_ ¿Admiración?? ¿Amor? Continuaba, sorpresivamente preguntándose. Y retomando el control de sus ideas, se dijo:
- La admiración surge por algún motivo”, pero, para amar, Sarait no necesitaba motivos. Simultáneamente, le vino a la mente, las palabras de la escritora francesa, George Sand (Amantine Aurore Lucile Dupín de Dudervant) “el amor sin admiración solo es amistad”. Confundida no lograba encajar piezas en lo que pensaba con lo que sentía. Llegó a un desenlace: estaba enamorada del escritor, silenciosamente…y ¡en soledad ¡
No quería entender, no hacía falta comprender. Y como también declamaba poesía, revisó algunos poemarios que al descuido mantenía en su habitación y saltaron al descuido las notas del poeta José Angel Buesa, se escuchó recitar:
“No sé…Te amo. Lo demás lo ignoro”. “Yo te amaré como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar”.
Ese día, Sarait no durmió. Se preguntaba en silencio:
- ¿Por qué? A esas alturas de su vida, alguien, un desconocido, irrumpiera su tranquilidad y la impresionaba solo con palabras, que generaban sensaciones que no había sentido antes. ¡No! reflexionó de pronto, si eso le hubiese acaecido en otros tiempos, ella aún lo recordaría. Ahora eran emociones, efectos nuevos, diferentes. Así transcurrió el día, tras sus propias cavilaciones. Sarait, sentía que ya había puesto al descubierto su sentimiento, que carecía de vergüenza, que no había caso en ocultar lo que sentía, éste escapaba un grito en su piel:
- ¡“Se me enamoró el alma como la canción! exclamó y sus palabras brotaron como un alarido, pero que solo lo escuchó ella.
Con ese remolino de emociones, floreció una inspiración que tenía dormida: la poesía. Descubriendo un nuevo mundo, pero paralelo, era lo que la hacía sentir el escritor. Así, que mañana y tarde, creaba, plasmadas en hojas sueltas, prosas poéticas, recapacitaba y conjeturaba, que a lo mejor la había visitado en el subconsciente Emily Dickinson y que mediante una práctica de escritura automática, la poetisa francesa, la empujaba a germinar todo lo que en mente y corazón latía. Pero, es que ese amor, no tenía génesis en los sentidos. Ella no conocía al literato, solo veía sus letras y se imaginaba, cómo era, por sus propios dichos, concepciones y opiniones. Pero, carecía de rostro y cuerpo…aunque en su corazón existía.
_ “Mi amor ha surgido del alma”, razonó. Y eso sí es que la tenía, grandemente imprecisa, porque para ella, era una forma de amar diferente.
_ ¿“Así se enamorarán los ciegos?”, se seguía increpando.” No, porque los invidentes se tocan,” se respondió. Lo extraño es que esa emoción, al abrir el correo, exaltaba su cuerpo con alegrías, entusiasmo, esperanzas…
Agradeció al destino y a las circunstancias el aislamiento social. En su novedosa experiencia, evocaba el infortunio de un temprano matrimonio fallido. Determinó que, nunca la habían amado y que lo que ella sintió en aquella época, era muy distinto a lo que apreciaba hoy: estaba amando con la conexión del pensamiento. Sarait, se volvía a interrogar:
- ¿El cerebro tiene emoción? Recordó sus clases de otrora de metafísica, y repasó la clase de las Leyes Universales.
- ¿Estaré recibiendo los efectos de la Ley de Atracción, de tanto pensar en el escritor?,
Se mantenía sorprendía de lo que acontecía en su interior. Si el alma se enamoraba, la de ella estaba cautivada, extasiada…
En oportunidades, le enviaba al escritor poemas, sutilmente reveladores, con respeto y prudencia. Él solo le exaltaba un comentario de la expresión literaria, pero jamás de la intención o del mensaje solapado que iba mostrado en las rimas. Sarait, por ello no se sentía mal, ni se ofendía. Suficiente era vivir en solitario, con su agitación que en introspectiva sentía, a no tener, aunque sea de lejos, una compañía virtual.
Así fueron pasando los días y los meses, él le escribía, ella le respondía. Sarait le enviaba un correo, él contestaba. Eran los minutos, las horas, sus días festivos. Eran los momentos de colores, musicales, de deleite, porque cada letra del escritor tenía pinceladas de armonía y gozo en la interpretación de Sarait. Su existencia estaba detenida en la estación de primavera.
Había terminado de limpiar el apartamento moderno y minimalista, donde residía temporalmente y observando sus paredes y pisos blancos, Sarait, sintió un sobresalto, fue como un sentimiento extrasensorial que iluminara su mente, recorriendo su cuerpo a la acción. Así fue bañada de esa emoción disímil. Se duchó, se vistió y salió como enloquecida a la calle, que ya la desconocía por tanto encierro. Se encontró con una multitud de personas que ya llevaban puestos los barbijos o tapabocas. Ella no entendía qué era lo que estaba aconteciendo. Parada en medio de la avenida le preguntó a un transeúnte:
_ ¿Qué sucede, ya no se respeta la cuarentena ni el aislamiento social? El transeúnte respondió:
_” Desde hace más de un año se levantaron todas las medidas. Al covid 19 lo declararon virus endémico, estamos aprendiendo a convivir con él”.
Sarait, enternecida, suspiró fuertemente, el aire le faltaba, pensó que había despertado de un sueño. Pero, no, todo era tan real. Se encontraba en Palermo con Honduras, en Buenos Aires, por el ambiente, deducía que era primavera…Escuchaba el trino del zarzal y la corriente de la brisa le despeinaba sus cabellos. Esa era la verdad: el confinamiento quedó atrás, pero el virus aún vivía.
Sarait, pensó que estaba confrontando un trastorno mental. Se iría. ¿A dónde? Aún no tenía definición, si a su país de origen u otro destino, distinto al donde residía.
_ ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Valdría la pena? y recomponiéndose de tantas emociones, llegó nuevamente al piso. Observó el computador, dudo en abrirlo, porque aún estaba aturdida.
- ¿Y el escritor? ¿fue un sueño? ¿existe? Con desesperación se interrogaba. Estaba como sembrado en su mente, había pasado el tiempo y absorta, acababa de enterarse que no existía cuarentena, ni flexible ni radical.
Abrió el computador. En la bandeja de entrada estaba un último correo del escritor. Era la fecha que marcó, “el nunca jamás” …Él desapareció del mundo virtual. Y ella recordó, que, desde ese día, su cuerpo entró en letargo, no vivió más, solo existió. Pero él, aún impregnaba su mente. Sarait, tomó en cuenta, ya era experta, que volvía a reencontrarse en solitario y que el escritor es y sería su último “él” y que ya no le alcazaba tiempo para seguir pensando en “algo”, que solo le sucedió y sintió ella. Y que, si no fuesen por lo que recordaba en su mente sobre los correos leídos, hubiese concluido, que nada había acontecido, que había sido una alucinación producto de los efectos del encierro pandémico.
Así, que tiró de su ropa de invierno, se recogió su cabello de color castaños, se atavió con un vestido de color azul casual, hizo rápidamente maletas, entregó llaves y recibos del último pago del alquiler del apartamento, lo cual dejó en la conserjería del edificio y llamó a un “uber”. Iría al aeropuerto a adquirir un boleto…aunque no había decidido cuál era su destino, pero antes de marcar el destino de su próximo viaje, visitaría a su amigo el psicólogo:
“Sarait…estás en un proceso alucinógeno, percibes visiones de imágenes, objetos, sonidos, olores, que pata ti son reales, pero no lo son. Es creación de tú propia mente. Por eso estás confundida y desorientada, en tiempo y espacio…La pandemia ya pasó y el escritor jamás existió.
Ana Sabina Pirela Paz
(agosto 2020)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
añadir comentario