Sucedió hace un año, en plena pandemia radical, el 14 de junio, no se le olvida la fecha, primero por el acontecimiento mundial del covid 19 y segundo, porque a pesar, del transcurso del tiempo, aún no logra precisar: si ocurrió en el mundo de su imaginación o si verdaderamente, sucedieron los hechos. Aún recapacita, si su óptica lo percibió o solo fueron imágenes oníricas, que confundieron su raciocinio, que se unieron entre el ensueño y las ilusiones.
Andaba caminando como una sonámbula por un parque que no recuerda su nombre. Había salido de su escondite, de su aislamiento, en el apartamento de dos ambientes, que tenía arrendado por la calle, que conduce en sentido contrario al parque. Caminó de prisa, al salir, tuvo la sensación de haber dejado atrás, la asfixia y el auto cautiverio, que ella misma se impuso, pero que recomendaban las autoridades sanitarias.
Ya su mente y su cuerpo cedían, a resistir los nefastos anuncios de restricciones por la pandemia. Escuchas de todo tipo, alteraban su mente por la: televisión, WhatsApp, Facebook, redes sociales, páginas web, … invadían de información. Eran bombardeos de noticias, que definitivamente, no le eran alentadoras: “El virus del covid 19 contagia al mundo”. “Se agudizan los contagios” “Las cifras de fallecidos han aumentado las últimas veinticuatro horas” “El miedo también contagia a la población.” …
Se detuvo en el parque. Titiritaba del frio. Una corriente de aire helado le traspasaba su cuerpo. Andaba bien protegida, boina en su cabeza, enfundada en abrigo y guantes, medias de lana, que forraban sus delgadas, pero bien formadas piernas, con un suéter manga larga de cuello alto, con bufanda y en como calzado botas que alcanzaban la longitud del ruedo de su falda ancha. En ese instante, respiró profundamente y exhaló una ráfaga de aire tibio, que salía de su pecho. Se percibió agitada, cansada, agotada por el caminar, que apuró su propio paso.
No tenía punto de llegada, no había pensado llegar a ninguna parte, solo salió, de esa puerta pesada, de cristal empañada por el rocío del clima, entrada del edificio donde residía, y que, tras ésta, no divisaba nada, solo el efecto, que nublan espejos y vidrios.
Allí se paró, pocos transeúntes caminaban por el parque. Recta, erguida en el centro de la plaza, con la cabeza levantada, observando el cielo gris, como esperando saliera el sol, el astro que amaba y que nostálgicamente, anhelaba ser acariciada por su calor, ese que deseaba que la arropara cada mañana y tarde...Su nostalgia la transportó, verse en un espacio cálido, de arena de playa ardiente, que quemara la planta de sus pies y los refrescaran las olas, que descansaban en una orilla, de un mar y lugar cualquiera.
Allí, seguía estacionada, frente a la plaza y bajo sus botas húmedas, pisada la alfombra de hojas multicolor, con las tonalidades otoñales: marrón, beige, naranja, ocre…Y por allá, divisaba, no muy lejos, árboles de cuyas ramas descendías sus hojas, las perdían, para reunirse con el resto, sobre el pavimento. Tuvo la impresión, de que los árboles actuaban al contrario de ella: ellos se desabrigaban, ella necesitaba, lo contrario, resguardar más su cuerpo. Por esa reflexión, concluyó, que la naturaleza conspiraba contra ella…
Allí, continuaba detenida, aguardando, quizás un soplo de calor, cuando sintió un peso que se posó en su espalda y en forma imprevista, unos brazos desconocidos, la abrazaron, rodeándole su cintura, y al mismo tiempo, una cabeza se le recostó sobre su hombro derecho, rozándole su rostro. Alguien, a quien no veía, la oprimió lentamente, …calurosamente…se dejó sentir. Le tomó las manos, la soltó y la desplazó rápidamente, por los hombros y se colocó frente a frente, descubriéndose.
Vio un joven, como de veinticuatro años, que de estatura la superaba, le calculó 1. 80, contextura delgada, largas piernas, de ojos negrísimos, como la oscurona, piel blanca y caballera abundante y larga, que la sostenía con una trenza, daba la sensación de haberse peinado como los personajes del samurái de una película japonesa. Ella dentro de su cavilación, pensó que estaba alucinando. Pero, el abrazo lo sintió real y la mirada del joven también. Por lo tanto, estaba presente…
No se inmutó, aunque la llegada del desconocido la seguía apareciendo irreal. Lo captó audaz, irremediablemente atrevido, ya ese ímpetu, en ella, era conocido. Ser docente le había permitido, ver de cerca el comportamiento espontáneo, y seguro de la mayoría de los jóvenes, que no temían consecuencias. Si mediar palabras le posó un beso en la mejilla derecha y a la vez, le entregó un manojo de flores.
- ¿De dónde saliste? Le preguntó.
- ¿Quién eres?...
“Soy yo. Estoy siempre en la plaza. Mirá vos a tú derecha. Allá en aquel lugar, en el local del toldo verde, está la floristería donde laboro. Soy florista, especialista en armar ramos de toda especie de flores para mujeres como vos.”. Le respondió con el inconfundible dialecto porteño.
“Eres tú el confundido o soy yo? Preguntó nuevamente la mujer. “No veo flores”. Se dijo aa su interior.
- ¡Mirá vos … Observá… hay rosas rojas, claveles amarillos, crisantemos, azaleas, azucenas...Mirá, alrededor, todas con hojas de helechos...” Expresó el joven.
“No sigas, que no logro ver nada de flores”. Interrumpió la mujer.
Fijó su mirada al supuesto manojo de flores, por unos instantes se entretuvo, como buscando un indicio ...El chico la agarró desprevenida, la abrazó fuertemente y le buscó la boca, cuyo frenesí, la hizo obligar abrir la suya. Así se unieron dos alientos, se fundieron dos cuerpos en un solo abrazo, que, aunque, el ambiente anunciaba el cercano invierno, la sensación de sus bocas eran tibias, calurosas. Era el fluido de una energía que calentaba la piel.
Así lo sintió ella...mientras veía al chico alejarse de la misma forma, que había llegado: apresurado y de improviso …
Empezó a llover, se le olvidó traer sus paraguas, lo había dejado encima de la cónsola de entrada. Corrió, casi a ciegas, la lluvia no le permitía ver. Con paso apresurado, siguió al intrépido muchacho...Al llegar al sitio señalado por el joven, notó que sí, si había un local, pero no destinado a vender flores...Era una tapicería y se encontraba cerrada, por “remodelación” según un cartel, que colgaba de la puerta de entrada.
Recordó que tenía en sus manos, el ramo de flores que le fuese entregado. Lo miró otra vez, detenidamente. Se percató, que no eran flores. Eran restos de ramas de árboles con hojas de otoño, envueltas en papel celofán, y que alían a tierra húmeda.
Reflexionó y seguía pensando que había experimentado una visión fantasmagórica.
¿Era real o imaginario el joven, con apariencia de samuray? Meditó.
Como recobrando su raciocinio. se interrogó:
- ¿Flores en otoño? ¿Dónde están?
´- ¿Quién me besó tan brusca y apasionadamente?
- ¿Quién me hizo entrar en calor? ¿Quién me hizo despertar de mi alucinación?
De la misma forma, como salió, llegó a su domicilio: corriendo, jadiando y al mirar a través de la misma puerta empañada, ahora más clara, se percató que no traía el tapabocas o el barbijo, como llamaban, las mascarillas para evitar el contagio…Recapituló en su memoria, y trajo la imagen del joven, que la había despojado de éste, cuando encontró su boca. Recapacitación, que aún no tenía clara...
Se tiró a la cama, pero antes, determinó la hora. El reloj marcaba las 14: 25. Se quedó dormida, la que había dejado de hacer, porque el insomnio, últimamente la acompañaba. Ni el hábito de hacer siesta, estaba en ella. Durmió profundamente…
Abrió, los ojos, como si alguien la hubiese sorprendido, se incorporó rápidamente. La puerta de su cuarto estaba semi abierta, lo que le permitió ver una tenue luz que conducía al pasillo de la sala y al mismo tiempo, distinguió un olor en toda la atmosfera, que se le aproximaba al olor a bosque… aroma de pino fresco… y a fragancia… de flores.
Se dirigió sigilosamente. Se detuvo en el ante sala. Allí en la mesa del recibidor estaba un ramo de flores, envueltas con papel celofán. Habían diferentes especies de rosas de variados colores: azucenas, gardenias… y alrededor de éstas, como capa protectora, hojas de helechos. La puerta de la entrada de su apartamento estaba, igual, semi abierta…
¿Quién entró?
¿Quién vino?
¿Quién me ha dejado flores?
Un terror se apoderó en su humanidad. Tres interrogantes, que daban vuelta en su mente.
¿Otra vez desvariando? Pensó.
Entonces, empezó a representarse todo el recorrido que había realizado, desde la salida de su domicilio, hasta la llegada, incluyendo la presencia del joven de suficiente cabello largo, con una” cola de caballo” y que ella, lo asociaba con el corte y peinado, al estilo samurái.
Todo aquello le parecía incierto, ella misma dudaba de haberlo vivido. Pero… allí estaba el ramo de flores y una puerta semi abierta…lo que sí, le parecía real.
- ¡Despierta Mary Carmen! Despierta ¡
Mary Carmen, aún es su habitación, escucha la voz de su madre, que se le acerca. Lleva puesta la mascarilla, guantes y una bandeja, que ya conoce y que la deja encima de una improvisada mesa, que ha colocado como un semi comedor en su cuarto. Sobre la bandeja, puede ver los medicamentos: paracetamol, que debe tomarse cada seis horas, un jarabe para la tos, un vaso de agua, una aspira y no recuerda que otros, que debe tomar para el alivio de su malestar. También, está el termómetro, ese aparatito, que debe introducirlo en su boca cada vez, que sienta arder su cuerpo.
Mary Carmen, tenía la certeza, que esa mujer, que le dejaba los medicamentos, no era su madre. Su progenitora había fallecido hace quince años.
¿Será una enfermera? Se interrogó así mismo.
Le había hecho la prueba del hisopado, tres días antes, cuyo resultado fue positivo. Desconocía, sobre el cómo y el dónde se había contagiado.
“Eso debe de estar en el aire, porque no he tenido contacto con nadie”. Con nadie vivo. Y tengo tres meses que no salgo, sin vida social… trabajo desde mi computador. Todo lo adquiero por las redes, alimentos, medicinas…” Hablaba con ella misma.
“Eso me sucedió, porque dejé abierta las ventanas, por allí se metió. O a lo mejor, se introdujo por la rendija, debajo de la puerta de entrada. Esa misma, que dejé abierta y alguien entró” . Seguía introducida, reflexionando, en su espacio mental.
Salió de la habitación, lo que observaba, lo que tenía ante sus ojos, la atormentó más: Un pasillo atiborrado de personas, unas acostadas en camillas, otras, con trajes extraños , que asemejaban astronautas, que atendían a las primeras…Parecía un campo de guerra. Aquello lo asemejaba con las imágenes de las películas, cuando los heridos llegan al campamento de primeros auxilios y los médicos corren para socorrerlos.
“¿Entonces? …¡estamos en guerra!”. Gritó.
Una persona, que parecía un hombre, vestido con el traje extraño, le habló a distancia:
“No estamos en guerra, son los enfermos del virus. Por favor, entre a su habitación.”
Mary Carmen, continúo parada en el umbral de la puerta y seguía, interrogándose:
¿Sigo alucinando?
Sigue escuchando las noticias:
“Otra cepa del virus sigue propagándose”. “Colapsan los centros de atención médica por falta de camas y oxígenos”. “Las vacunas no son suficientes”. “Se han reinfestados los contagiados,”” las vacunas no inmunizan” …” Este fin de semana, las estadísticas muestran aumento de mortalidad” …
No hay comentarios:
Publicar un comentario
añadir comentario