23 nov 2021

SERIE: HISTORIAS SILENCIADAS EN EL AYER: "ESOS OS PASÁIS POR BONITAS"

 




SINOPSIS

Una historia que en el ayer se silenciaban, hoy se cuentan...sin vergüenza y sin ningún tipo de prejuicios, solo con el propósito, de que las nuevas generaciones conozcan lo que siempre han sucedido y que quizás, continuarán aconteciendo, pero en estos tiempos existen repercusiones jurídicas, sociales y económicas...

 

La historia que se narra a continuación, sucedió en un instituto privado para la educación secundaria católica. Gozaba de destacado prestigio y lo direccionaban las hermanas  religiosas de una congregación reconocida. Eran monjas provenientes de Colombia y de España. La directora originaria de este último país, se llamó Manuelita Alterio, quien después de abandonar sus hábitos , llegó a Venezuela y se dedicó, con el grupo de devotas a fundar el plantel educativo, solo para el aprendizaje dirigido a niñas. Era exclusivo, influyente, muchas alumnas de diferentes partes del país, venían a cursar estudios allí. De costo alto, pero de rigorosa selección, al punto de preferir menos capacidad para no masificar la matrícula. Esa misma predilección, calidad por cantidad,  se la aplicaban a las niñas pertenecientes a familias con reconocida solvencia moral, sin perder de vista el aspecto económico, por cuanto, ambas partes: institución y representates, eran exigentes. Yo fui una de esas elegidas y así, como yo, entramos, varias niñas a cursar el bachillerato, con la clara advertencia, de que teníamos que aprender, aparte de las materias formales, la principal dentro de su pénsum de estudio y de carácter obligatorio: “Religión, teoría y evolución”. La dirección tenía la visión, de que en  esa casa de estudios, se estaban formando las futuras novicas que iban a   engrosar el grupo de la hermandad.

Era un edificio amplio de dos plantas. La primera, conformada por las oficinas administrativas, biblioteca, comedor, baños, lavandería y las aulas. La segunda, constituida por las habitaciones, en virtud de que su modalidad, de régimen internado o seminternado, permitía la permanencia temporal del alumnado.  Los aposentos de las hermanas de la comunidad, se encontraban en la otra ala, espacio catalogado de uso exclusivo y acceso no permitido, salvo para el personal religioso. Afuera muchas áreas verdes, con jardín incorporado, un amplio estacionamiento, una pequeña ermita, una cancha para deportes, un pequeño teatro y hasta un salón recreativo, para tv y lecturas. Así era ese plantel de enseñanza:  completo, modesto, tranquilo y limpio.

Como toda organización educativa, se programaban, actividades de “intercambio” y de “debate”, con otros centros educativos.. El primero consistía en la retroalimentación de conocimiento con otros alumnos de diferentes planteles y en distintas disciplinas,  el segundo, estilo “competencia” con la intención de un sano enfrentamiento de la sapiencia entre los participantes, cuyo resultado, era de mayor orden: los ganadores le añadían a la institución de la cual pertenecían, imagen y excelente reputación.  Al “debate” iban los mejores, los destacados, con el compromiso de quedar “bien”, de lo contrario, si perdían, comprometían y empañaban la afamada notoriedad del colegio.

 Aburrida de ir a las competencias de gramática y literatura, geografía e historia universal, sobre las cuales iba invicta, decidí manifestarle a la directora, licenciada Alterio, mi intención de querer participar en otras disciplinas, prefiriendo matemáticas, solo que necesitaba un profesional, para que me reforzara en dicha área.  No era buena en los números, pero quería presumir de querer saberlo todo. Con ese propósito, la subdirectora Sor Inés Caicedo, me comunicó una mañana, que el sábado próximo, debía trasladarme, conjuntamente con otras compañeras de clase, a una escuela municipal, adscrita al Misterio de Educación, en virtud, de que su director, iba a ofrecer un” curso intensivo” por cuatro semanas, los días sábados y domingos, para que en caso de ir a las competencias, tuviésemos  los últimos conocimientos, por cuanto el docente, era especializado en el área de las matemáticas puras. Animada por la buena noticia, un grupo de cinco alumnas acudiríamos a las teorías y prácticas en dicho plantel, el cual estaba se ubicaba en otra población del municipio.

 

Tal y como estuvo programado, el día señalado, abordamos el “bus escolar” a destino. Al llegar, el director nos esperó con una atenta comitiva. A nosotras nos acompañó la mencionada subdirectora y dos religiosas, docentes, ambas. Éramos un grupo total de treinta jóvenes de diferentes colegios,  del nuestro,  solo cinco niñas participantes. Nos dictaron una clase introductoria, posteriormente, realizamos unos ejercicios, como prueba diagnóstica, para “medir” el alcance de las nociones de los integrantes.

Por supuesto, yo no salí, lo suficientemente bien, lo que ameritaba, que debía regresar e iniciar al día siguiente, domingo, clases intensivas.

Entusiasmada y eufórica el domingo a primera hora, me preparé para mi primera clase del referido curso, conjuntamente con dos compañeras: Mirna y Priscila. En el centro educativo, nos dejó el chofer, comprometido a buscarnos a las 2:30 p.m. horario de  finalización de las clases de la asignatura.

Nos abrió la puerta el bedel, un señor mayor, con cara no amigable, que actuaba como si despreciara su labor. Nos condujo a un pasillo, ubicado en la planta alta, al fondo a mano derecha, estaba una especie de despacho, donde se destacaba un rótulo pegado a la puerta: “Oficina Privada- Dirección”. Allí nos sentamos en un recibidor.

Esperen al director aquí. No vayan para otro lado. No se muevan. Él Llegará pronto”.  De esa forma, el bedel, nos giró instrucciones.

¿Por qué no lo esperamos en el aula de la planta baja, donde tuvimos la clase ayer?  Pregunté.

“-Hoy no abrimos aulas”. Con voz seca respondió.

“Dónde están los demás, los profes y los alumnos, que quedaron en regresar hoy” Interrogó Mirna.

No lo sé. Esperen aquí. Esa es la orden.” Puntualizó.

 Por el tono, nos dimos cuento que no valían más preguntas. Mirna y yo, nos mirábamos con cierta duda. Priscila se mantuvo en silencio.

Como a la media hora aproximadamente, llegó el director. Venía caminando con paso lento, pero seguro, firme, como si marcara territorio. Era un hombre alto, de contextura normal, tez blanca, cabellos castaños oscuro, engomados, con lentes correctivos, vestía  camisa blanca, manga larga, encima un pulóver, fondo blanco de tonos azulados, corbata, pantalón y calzado negros. Al hacer una reminiscencia, puedo confirmar , que el tipo no era mal parecido, posiblemente atractivo, sólo que para la edad que teníamos, nos era difícil, concientizar las cualidades físicas de alguien, como tampoco precisar su edad. Las personas adultas para nosotras, todas eran “viejas” o de” la edad de papá o mamá” Antes nos enfocábamos en nuestros propios intereses: estudios, tareas, juegos, travesuras… éramos las tres, de doce años de edad.

- “Buenos días niñas. Hoy las clases se las voy a dictar yo”.

 Esbozó una sonrisa a medias, nos solicitó los nombres, los cuales anotó en una pequeña libreta, que extrajo de uno de los bolsillos del pantalón y abrió, lo que pensábamos nosotras, era su “oficina privada”.

- “Aquí existen dos “Direcciones”, en la entrada hay otra puerta, que igual dice:” Dirección”. Acotó Priscila.

Se abrió la puerta y salió el director:

“Las reglas son estas: las llamaré y entrará una por una, con el fin de medir el potencial de las tres y observar, las debilidades y fortalezas, para ir afinando los correctivos. Tómenle cariño a las matemáticas, es una ciencia exacta, que, si no poseen el conocimiento debido, no serán nadie en el futuro”.

Dichas esas palabras, icomo preámbulo,  volvió a entrar a su “Oficina Privada”.

“Díaz Lozano, Mirna Gabriela, puede pasar, adelante” Se escuchó la voz del director, salida del interior de la misma.

Mirna acató la orden.…

Mientras tanto, Priscila y yo, repasábamos la materia, temiendo que el director nos hiciera “un quiz”, el cual consistía en una breve prueba, que fungía de evaluación sobre lo impartido. Pensábamos que la intención del docente, era sorprendernos a ver si habíamos asimilado el aprendizaje del día anterior.

Transcurrió como una hora, aproximadamente. Ambas nos extrañábamos, porque la prueba demoraba un tanto, pero, que como era matemáticas, probablemente, ameritaba más tiempo para la concentración y la resolución de los ejercicios prácticos. Eso razonábamos.

Salió Mirna, caminando pausadamente. La recuerdo perfectamente, callada, con gesto que denotaba un gran disgusto. Ella que era tan risueña y entretenida.

Con esa cara, seguro que te aplazaron”. No me respondió ni me miró.

Dinos qué te preguntó, anda rápido… antes que salga”. Precisó Priscila.

Una voz, aguda… afónica, se escuchó:

Que pase la siguiente:  Pirela Paz, Ana Sabrina”.

Entré rápidamente, casi atropellándome. Era una oficina, común y corriente, nada especial. Un escritorio y su silla, destinado para el director. Un sofá negro, frente a éste, una mediana biblioteca, tipo estante y en las paredes unos cuadros con las esfinges de próceres y atrás del escritorio, las banderas del país y del estado, respectivamente. Eso era todo lo que existía en la “Oficina Privada”. Y por supuesto, otra puerta a mano derecha, donde se leía un letrero: “Baño”.

Jovencita adelante, tome asiento en el sofá.”

Llevaba conmigo mi libro de matempaticas , un cuaderno cuadriculado,  hojas sueltas y un lápiz “mongol”. Dispuesta para presentar la prueba “relámpago”.

Cuando entré, observé que el profe se había despojado de su pulóver y corbata.  

El director se incorporó. Se sentó a mí lado y empezó hacerme unas preguntas teóricas, las cuales respondí a mi manera, porque para mí opinión, las matemáticas no ameritaban, memorizar   conceptos o definiciones.

“¿Pirela, me podrá quitarme los lentes? Me lo dijo de improvisto, con tono autoritario.

¡Yo¡… ¿y por qué yo? quíteselos Usted mismo? 

“Se me empañan, las niñas suelen tener las manos limpias. ¡Jovencita, hágame el favor”! Con la mirada y tono de mando, interpreté, temerosa, que debía hacerlo.

Mis pequeñas manos temblorosas, se acercaron al rostro de ese desconocido y le aparté los lentes. En ese punto, pude mirarlo mejor. Posiblemente, poseía la misma edad que mi papá, solo que mi progenitor jamás, me había pedido, ni a ninguna de mis cinco hermanas,  que le   retiráramos sus lentes. No, no, ese proceder, no era costumbre en mi hogar. Eso pensé.

Los lentes fueron a parar en su escritorio. Allí los coloqué, de mala manera, porque el director,  con mirada intimidante, me dijo:

“¡Niña ¡que eres mal geniosa y, además, desobediente”

Inmediatamente, me indicó, realizar unos ejercicios de fracciones, que en la medida que los resolvía, sentía que el cuerpo del director se acercaba al mío. Mientras más me arrimaba al rincón del sofá para alejarme, él cortaba distancia y  rozaba su pierna con la mía.

Profe…apártese para allá, no me deja escribir”

“Jovencita no sea arisca, no ve que cerca de Usted, puedo ver mejor… ¿Por qué cree que le pedí que me quitara los lentes? No veo bien, debo  acercarme al papel”. Con esa excusa, el director justificó su proximidad.

A los pocos minutos, sentí que una mano tibia, alzó mi falda del uniforme escolar, y entró en el interior de mi cuerpo, me presionaba mis muslos, pero, como un resorte, reaccioné.  Me levanté rápidamente y corrí para arrinconarme en una de las esquinas de la oficina. No me dio tiempo abrir la puerta, porque el profe, presionó el botón de la cerradura y antes de alcanzarla, me agarró el brazo derecho y quedé sometida entre sus brazos. Como bestía enjaulada, queriendo su libertad, le mordía las manos y el antebrazo,  pero,  para él  mordisquearlo no era nada, me manoseó mis incipientes senos, pero mis gritos de auxilio, ¡auxilio¡, ¡auxilio ¡retumbaban en la oficina y mis dos compañeras empezaron a tocar la puerta con  fuerza. En ese forcejeo recordé los consejos de mi madre, que siempre, los expresaba, como si estuviera recitando una oración:

Niñas no se dejen tocar de nadie, ni de extraños ni de conocidos y si eso pasara, pidan auxilio, griten, no tengan miedo. No se callen”. Hasta allí llegaba su consejo. No era tiempo para dar explicaciones del por qué, ni indicar las consecuencias… solo señalaban advertencias.

Al profe, no le quedó más remedio que soltarme y pude abrir la puerta y las tres salimos pavorosamente corriendo. Nadie nos abrió el portón de salida de ese colegio, a pesar que se lo rogábamos al bedel, hacía, como si no nos escuchara. Pero, el susto, trae consigo, sus propias defensas. Unas personas suelen paralizarse, otras no, en nosotras, quizás por la inocencia y ayudadas por la delgadez y flexibilidad de nuestros cuerpos, saltamos y pudimos remontar la cerca, una tras la otra y logramos salir del infierno. El encercado era alto, de las que se conocían como “tela metálica”. A Mirna, le salían lágrimas, pero no sollozaba. Priscila nos miraba asombrada y nos preguntaba:

“¡Hey ¡¿qué les pasó? cuéntenme” …

Lo que sentí y siento, acrecentó por años:  ira, repulsión, asco. Con el tiempo, reconocí otras emociones:  frustración e impotencia, con la impresión y la certeza, que, aunque no nos había violado, el toque y el manoseo no consentidos, tienen el mismo efecto, psicológico y emocional.

  Afuera, inquietas y aterradas, sentadas al borde de la carretera, esperamos hasta las 2:30, cuando el chofer fue a nuestra búsqueda.  En esa época no había celulares, para llamar y pedir ayuda, ni podíamos grabar ni hacer videos, que como prueba podíamos conservar. Otro detalle que cobra importancia, no se hablaba de actos lascivos, ni violaciones, ni de abuso sexual, eran tiempos del secretismo, del ocultismo, lo que no significaba, que no acontecían. … Vimos salir al canalla del estacionamiento, en su auto, diciéndonos, con la mano “adiós”, el muy cínico. Ya llevaba puesto su pulóver y su corbata.

Llegamos a nuestro colegio, con las inmensas ganas de darnos un largo baño. Queríamos quitar las huellas del sinvergüenza de nuestra piel.

¿Qué vamos hacer? me preguntó Mirna.

Se lo diremos a Manuelito Alterio, todo lo que nos hizo, el profe”. No teníamos malicia, desconocíamos la gravedad, lo único de lo que teníamos conciencia, era que lo que nos hizo el docente, no estaba en la categoría de cosa buenas, sino de “las malas”.

Yo no voy hablar, no voy a decir nada” Dijo Mirna. También, con el transcurrir de los meses, descubrí que su silencio obedecía a su vergüenza. Callar era la mejor forma o modo, de no vernos señaladas…la repercusión, también “era mala”.

Y yo, ¿qué hago?... no me hizo nada”, Manifestó Priscila.

“Tú, cállate la boca…mantén tú boca bien cerrada”. Le respondió Mirna.

La vi, como siempre, con el rostro adusto, parada firmemente, espigada, con lentes de foco grueso, pelo corto, tez blanca. Estaba entre los arbustos, dándole órdenes al personal de jardinería, con el dialecto inconfundible, agradable y sonoro, del ceceo español. Nos acercamos sigilosamente:

“Buenas tardes licenciada…, Mirna y yo, queremos hablar con usted”. Le expresé.

¿Es urgente?, vosotras nos veréis que estoy ocupada”. Respondió.

Sí, debe ser ya”. Le respondí.

Pasáis a la oficina”. Acotó, con gesto de fastidio.

Con la mirada fija en ambas nos escuchó detenidamente. Sin inmutarse, sin hablar, solo observaba, pero su silencio expresaba más que cualquier palabra. Se fue enrojeciendo, se  le crisparon las manos y de sus ojos salió un atisbo de cólera, de asombro, de estupor. Respiro profundamente, volvió a su color y nos dijo:

Os guardáis silencio, calláis. Habrá castigo si no obedecéis”

Esa fue su respuesta y cuando ya nos despedíamos, nos dijo:

“Eso os pasáis por bonitas”

Manuelita Alterio, salió de prisa de la oficina para el estacionamiento, abordó su coche Monte Carlo, color blanco, giró bruscamente por la acera y se perdió por la carretera…

¿A dónde irá, con tanta prisa? Nos preguntamos.

Seguramente, a moler a palos al profe”, Dijo Priscila.

 

Éramos tres niñas inocentes, en el contexto social del periodo de cuándo se narran los hechos, obligadas a guardar secretos y, además, escuchando, una simulada justificación para el impío: “Eso os pasáis por bonitas”.

 Frase, que, con el tiempo, la hicimos irónica, burlonamente despreciable. La repetíamos constantemente, hasta el cansancio y aplicadas para cualquier circunstancia. Si aprobabas un examen: “Eso os pasáis por bonitas”;   si no lo aprobabas, igual, “Eso os pasáis por bonitas”; ante  un llamado de atención :” Eso os pasáis por bonitas”.

Lo que vino después, fue todo un acontecimiento. Mirna y yo, no omitimos, se lo dijimos a las demás niñas, como contar un cuento y de allí en adelante, nos negábamos a ir a “los debates” y a las competencias. No estábamos seguras, ni teníamos conciencia de la situación, solo la percibíamos, que lo que había sucedido “era malo”. Tampoco nos impusieron el castigo, sobre aquella amenaza de la Licenciada Alterio, en caso de que lo comentáramos. De esa confesión, salieron varios epítetos: “viejo pervertido”,  “viejo verde”, viejo sucio”, viejo asqueroso”, “viejo sinvergüenza”, “viejo loco” …

A la semana, nos dieron licencia para regresar a nuestras residencias. Al llegar, inmediatamente, eso fue lo primero que le narré a mi madre. Recuerdo su rostro, desconcertada, me miraba a los ojos, como lo hizo Alterio, al rato me dijo: “Deja que llegue tú padre, él debe saberlo”.

 Mi padre, era Capitán Mercante de la empresa, Creole Petroleun Corporation y como tal, siempre anduvo en alta mar, lo seguro era que lo viera en tres meses. Esa noche, mi mamá pidió que me quedara con ella en su habitación. Allí dormí y seguía consolidando sus consejos: “Hiciste bien en morderlo, en gritar y pedir ayuda”.” Si eso volviera a pasar, no dudes en utilizar el lápiz, duele más que un mordisco”. Esa noche mi madre me acarició con una ternura especial, como lavándome el recuerdo del mal rato, mimos que me hicieron bien.

Mi padre regresó a los cuatro meses. No sé cómo se lo narró mi madre, pero sí sé que tuvo un resultado. Mi padre ese mismo día, se apersonó a colegio y pidió hablar con Alterio y ambos salieron de la edificación. De esa conversación y de la salida, no supe nada, ni papá me refirió comentario alguno.

Un domingo, cercano a final del mes de julio, el periódico de la colectividad,  reseñaba que el director de aquel colegio municipal, había sido sustituido, pero no se decían sobre las causas de su remoción.

Las secuelas que dejan el abuso sexual y de cualquier manifestación de esa índole, solo las conocen y las sienten las que hayan padecido la nefasta experiencia, por ello, no hay que juzgar. A mí me costó relacionarme, perdí el factor confianza, quedé atemorizada, reacción que mantuve por un largo lapso, hasta en la etapa temprana de la mayoría de edad, me costó mantener un noviazgo.  Esos minutos vividos en la” Oficina Privada” de la Dirección, de aquella escuela, retornaban en mí. Después, ya adulta, concienticé, lo que significaba ser abusada y me representaba en   otras niñas, quizás, voces apagadas, que, con solo llantos, transitaban su pena, porque se les prohibía hablar, por los prejuicios que arropaban la sociedad y sin poseer una interpretación diáfana de la situación.

Odié las matemáticas, todo lo que era números, lo rechazaba…Hasta el colmo de que tuve que realizar, para poder graduarme de abogada, un curso especial, porque en la Universidad, la materia, siempre la llevaba de “arrastre” y si no la aprobada, no llegaba nunca a recibir mi título de cuarto nivel.

Las leyes llegaron, a posteriori, extemporáneas…pero arribaron, porque ya no se podía seguir silenciando. El envase de basura, estaba saturado y un día la tapa estalló…y aún siguen los abusos, pero hoy se castiga y se hace bulla, escándalo, sale a flote…No se sellan labios, tampoco hay complacencias, ni se pretenden excusas, como aquella : “Eso os pasáis por bonitas”.

Pero las niñas, no fueron la regla, igual pasó con los niños, abusados por sus propios cuidadores, por el profesor de educación física, por el sacerdote de la iglesia, por el tío, por su propio padre. Aunque el mundo jurídico ha puesto su parte, para llevarlos al castigo, siguen, siguen atropellando un sector frágil, vulnerable, por un ser adulto o no, perverso, profanador de cuerpos vírgenes y depredador de mentes puras.

Hubo otros intentos… pero siempre estuve a la defensiva. Me hice “la justiciera” entre mis amigas y familiares femeninas, al punto que, si viajábamos con niñas o jovencitas, en vacaciones o campamentos, me atribuía la práctica y la recomendación, de que se “armaran”, introduciendo en sus mochilas, carteras, bolsos o cualquier equipaje: tijeras, destornilladores, cuchillos, tenedores.  Muchos de esos objetos, iban a reposar, cuidadosamente, debajo de la almohada, por si nos sorprendiera la llegada de un” intruso”, sea conocido o desconocido, en el interior de nuestras habitaciones. Así estuve y estuvimos…

Ese episodio me selló, fue el primero. Llegaron otros sinsabores, como si los estuviera buscando, pero logré frenar a los pérfidos. Aprendí forzosamente a actuar con cierta suspicacia, precaución, en nexos amorosos, amistosos y laborales.

Hubo otros hechos, que lo padecimos antes de retirarme de ese centro de estudios. Esta vez, cometido por un funcionario del propio plantel, donde la licenciada Alterio no ofreció pretextos. Uno en la universidad, otro en una consulta médica y   en los espacios de trabajos.

Disculpen los lectores, que no desean leer pasajes bibliográficos, porque son parte personal o íntima de cada quien, pero son hechos que deben tenerse presente y documentarse,  para que las nuevas generaciones  sepan, que siempre han acontecido…Que aquellas “avisos” de nuestros padres, tutores o representantes, eran precisamente, motivados  a que era una realidad, posiblemente vividos por ellos,  solo que se silenciaban…

 

Ana Sabrina Pirela Paz





No hay comentarios:

Publicar un comentario

añadir comentario