SINOPSIS
La navidad tiene su magia, sus momentos y diferentes formas de manifestarse. Este cuento es real, lo percibirán quienes hayan tenido su propia experiencia, parecida, diferente o igual, con los llamados ´¨Ángeles del Cielo o de la Tierra"... Es cuestión de fe. Espero les agrade.
“No existe la navidad ideal, solo la navidad que decidas crear como reflejo de tus valores, deseos, ilusiones y tradiciones”
(Bill Mckibben)
Ya había pasado un año, cuando al joven Juan, se le había muerto su hermano ocasionado por un repentino un infarto, un miércoles en víspera de Semana Santa. Eran tres hermanos: la mayor Julia, Carlos José, difunto y él. Aunque ya habían transcurrido el tiempo descrito, Juan siempre lo extrañaba, por lo que cualquier pensamiento que le cruzara por su mente, le regresaba la congoja que representaba semejante pérdida. Eso tenía su explicación: Carlos José, con el producto de su trabajo pudo sostener económicamente a sus dos hermanos, quienes no habían tenido la misma suerte de la prosperidad que habitualmente lo acompañó. Igual manutención mantuvo con su madre, Luz María, a quien siempre le profeso en vida, amor y dedicación, asumiendo desde que ésta enviudara, las riendas de su hogar, convirtiéndose así, en el hijo proveedor y “padre de familia”.
Pero el infortunio de su fallecimiento no solo enlutó su entorno, con éste, la hecatombe económica se hizo presente. La bonanza en las finanzas de la familia ya no existía y con la crisis de recesión monetaria, sucumbió las bases sólidas con que subsistían la madre y sus dos hijos. También se enfrentaban con las pocas oportunidades de trabajo observadas en la zona.
En virtud de ello, Juan tuvo que buscar alternativas para encontrar una labor y suplir las responsabilidades que había ejercido su hermano.
Así fue, como una mañana del mes de mayo, visitó a unas tías maternas, quienes vivían en otra provincia, con el objetivo de observar las fuentes de trabajo que había en esa otra comunidad. Eran tres hermanas: Alberlid, Eva y Luisa, ésta última, la mayor y a quien le respetaban las decisiones, por lo que dispuso que el sobrino pernoctara en su vivienda, una temporada, hasta encontrar su objetivo: una plaza laboral.
Juan tenía espíritu de buen trabajador, empezó pintando fachadas de edificios, hizo de mandadero, vendió frutas y verduras en un abasto ubicado en las adyacencias de su nueva morada. Realizaba y se comprometía en los oficios que le “salían” hasta el punto en que una vez se hizo vigilante y en otra ocasión, logró ser recepcionista en un hotel de mediana categoría en otra localidad.
Pero por mucho que laboraba, a Juan no le alcanzaba para sufragar tantos gastos. Su mamá, a la raíz del fallecimiento de su hijo, fue menguando fuerzas, sobreviviéndole una depresión severa, llegándole al límite de quedar inválida. Así las cosas, difícilmente, podía lidiar con los compromisos económicos, hasta el punto de haberse quedado residenciado en la casa de sus tías, porque no podía pagar su propio arrendamiento.
Lo poco que ganaba, lo giraba para los gastos básicos, medicamentos y alimentación de su madre y hermana. Vivía apenado y entristecido por no poder, aunque hacía un total esfuerzo, en costear todos los requerimientos de su familia.
Se acercaban las navidades, por lo que Juan aceleró el ritmo del trabajo que se había trazado: continuaba barnizando y restaurando los frontispicios, hacía los mercados de los vecinos, pero lo crisis económica se acentuaba al punto que ya era irrisorio el salario mínimo que lograba ganar. No le quedaba a veces, ni para llevarse un bocado extra a la boca, con la suerte, de que sus tías siempre le guardaban una suculenta cena. Gracias a esa caridad, dormía con el estómago lleno. Pero, no obstante, la frustración lo embargaba, por no poder recompensar las atenciones de esas tres gentiles mujeres. Trabajaba demasiado y el salario solo lo destinaba para el sustento de su señora madre y hermana. Quienes también lamentaban la suerte de Juan, en no atinar una labor próspera, que le permitiera vivir dignamente y sin preocupaciones.
En ese vecindario todos eran conocidos, porque la mayoría habían fundado la comunidad y como se acercaban las fiestas, estaban en los preparativos finales para el inicio de las mismas. Se acostumbrada a colocar el pesebre o Belén, programando rencuentros familiares para el intercambio de regalos y el entretenimiento de “los amigos secretos”, así como el de adornar el árbol de navidad, para ser exhibido en los hogares. En fin, todos los habitantes mostraban las mejores intenciones para que las celebraciones fueran todo un éxito. Asimismo, eran preparados los platos típicos de comidas, dulces y demás exquisiteces, para ser degustados en las noches decembrinas.
Una tradición también,significativa, era en reservar la mejor ropa o el “estreno “, que consistían en comprar vestuarios y zapatos nuevos, cuya usanza estaba arraigada en toda la población para la ocasión.
En la medida que pasaban los días Juan, enmudecía de tristeza, por mucho que deseaba asistir a las festividades navideñas y aprovechar esos espacios de alegrías y de disfrutar eventos novedosos, no iba a poder asistir. No poseía ropa decente para estar acorde con los demás, y tampoco, disponía de dinero para dejar un obsequio para los niños y ancianos carenciados, de cuya recolección se encargaban las damas del sector. Por lo que pensó, definitivamente, quedarse en su habitación hasta que transcurriera el día de navidad.
El día 23, víspera de navidad, Juan laboró largamente, llegando en horas muy tarde por la noche, siempre acongojado por el poco salario, a pesar de que la faena era intensa. Como siempre, las tías le guardaron un refrigerio, pero, esa noche, prefirió comer en su habitación. Ya en el interior, de la misma, se duchó y se tiró largo a largo en su lecho. Recordó todo lo que había acontecido en la jornada, sin dejar de pensar en su hermano Carlos José, sintiendo su presencia en todo el aposento. Juan ´percibió que le habló de la fe y del agradecimiento por estar auxiliando y protegiendo a su madre y hermana…Parecía un sueño, pero a la vez no. No tenía seguridad de lo que había ocurrido. Se despertó con la sensación de que algo extraordinario y real había sucedido en ese espacio…
El reloj marcaba las 5:30 de la madrugada del día 24 de diciembre, dos de sus tías, aún dormían, solo la tía Eva estaba despierta, disponiéndose a realizar la primera tanda del café del día. “Bendición tía, feliz Navidad”, con esas palabras Juan saludó a Eva y abrió la puerta de la vivienda, acercándose al porche, que da a su salida, con la intención de disfrutar el amanecer del día de navidad. “Dios te bendiga, querido sobrino”, respondió la tía.
Allí mientras recorría su vista por los arbustos de rosas, que estaban sembrados en el pórtico, no dejó de pensar en lo que había experimentado, sea sueño o no, producía en él, apreciaciones de certeza, como sí, verdaderamente, había platicado con su hermano. Pero, cuando más estaba profundamente, imbuido en su lucubración sobre el mismo, de pronto, divisó que, en la base del portón de la entrada, estaba colocado un extraño paquete. Los ojos de Juan, divisaron que su cubierta era papel liner o “papel marrón”.
Se acercó al objeto y lo tomó en sus manos… en su interior había algo, “no es pesado, ni liviano”, reflexionó … Fue palpando suavemente, en busca de adivinar lo que contenía: “no es comida, no es juguete” y en ese momento, una fuerza anímica, lo empujó y abrió la curiosa envoltura. Al ver el contenido, quedó perplejo, como si le hubiesen rociado una sustancia paralizante en su rostro, que le impedía hablar, expresarse.
En él, estaba delicadamente doblado un pantalón tipo jeans y un par de zapatos casuales de color negro, como destinado para su uso. Juan, miró alrededor, no vio a nadie. Lo habían dejado allí, en todo el umbral, por lo que no había duda, que la persona que lo colocó, lo dispuso, intencionalmente para él, porque en esa vivienda era el único de sexo masculino. Pero… ¿quién pudo ser?... ¿quién pudo haber sido? Una y otra vez se interrogaba.
Aturdido, ingresó hasta la cocina y le mostró a su tía lo que acabada de encontrar. La mujer, aún más confundida, no se explicaba semejante acontecimiento. Ambos detallaron la prenda de vestir y el calzado y para mayor sorpresa, coincidían con las medidas de Juan. Eva hablaba de un “milagro”, las demás tías, que con el alborozo se despertaron, se lo adjudicaron al “Espíritu de la Navidad”.
Pero, a Juan, no se le apartó de su mente, la vivencia con su hermano, quien le habló del credo, y la perseverancia en los objetivos para el logro. No dudó, que era un “milagro”, “esos cuando Dios coloca a sus Ángeles de Tierra para que realicen maravillas extraordinarias, para que el creyente gire sus pensamientos a la esperanza”, reflexionó.
Esa madrugada, sobrino y tías oraron fervientemente y dieron gracias a la Providencia, por los dones que poseían y por los que anhelaban. Recalcándole a Juan, que debía estar agradecido por el regalo recibido y que nunca se apartara de su fe.
La alegría no pudo ser más expresiva en los ánimos de tías y sobrino, quien ya poseía el “estreno” de noche buena y así, poder asistir, elegantemente vestido, a las festividades navideñas que estaban por comenzar.
Juan acudió a los eventos y aún, con el pasar del tiempo, recuerda esa fecha como “La visita de un Angel de Tierra en Navidad” porque para él fue un acontecimiento maravilloso, de esos que solo suceden en días decembrinos, que encantan, que fascinan e ilusionan…
Ana Sabina Pirela Paz
(diciembre, 2020)
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