No tengo la remota idea, de cómo esa mujer llegó a mi
casa. -Solo recuerdo que una tarde noche invernal, tocaron a mi puerta y
apareció ella. Una mujer de aspecto vivaz y que casi a empujones me quitó del paso y entró rápidamente diciéndome, con aires de confiada:
_Sé que no avisé de mi llegada, pero aquí estoy.
Agradezco me tengas un tiempo. Tampoco es mucho, el suficiente que puedas
tolerar.
Y dicho eso como
si adivinara, o la conociera previamente, se apoderó de la habitación continúa a la mía, abriendo de par en par la puerta y tirando al piso la única maleta mediana que portaba y un bolso de color marrón que traía colgado de su hombro derecho.
Ya la había visto, había transcurrido muchas lunas, no
era propiamente una amiga, pero podría decir, que sí era conocida. ¿Que cómo llegó
hasta acá? no lo sé porque jamás fue invitada, ni siquiera una sutil sugerencia
para que me tomara de sorpresa e invadiera un espacio que solo destinaba para
mis huéspedes muy bien seleccionaba con rigurosidad.
Le dije como norma general, de la mejor manera, evitando
se fuera a ofender, que podía disponer de lo que había en la nevera y de los
productos higiénicos resguardados en el gabinete del baño, y que como no existía persona encargaba de realizar las comidas, que,
si bien quería alimentarse, ella misma debía prepararse sus propios alimentos, desde el desayuno, meriendas y cenas, porque yo definitivamente, estaba lo suficiente ocupada con mis clases particulares online. La muy
descarada manifestó:
-No te preocupes, que de lo que menos me alimento es de
comestibles. Mi nutrición está basada en mis ideas,
pensamientos, recuerdos, que les doy vida como cuando el pintor toma su paleta y
selecciona colores y empieza a colorear sobre su lienzo o como el mismísimo escultor
que manteniendo el material en sus manos va moldeando la pieza y el final logra
una obra de arte hermosa, perfectamente diseñada producto de su genial
creatividad con la percepción de sus sentidos.
- ¡Insoportablemente vanidosa!, pensé.
Escuchando esto, no me quedó más remedio que pensar, que la
intrusa e invasora, estaba afectada mentalmente, quizás por algún trauma y la
sensatez me invitaba a andar con sigilo ante sus movimientos.
De lo que vi a continuación nada me sorprendió, ni mucho menos
su aspecto. La mujer descuidó su apariencia física, nada meticulosa, al contrario,
en las mañanas difícilmente se peinaba, se la mantenía en ropas de dormir, con
largas pijamas y ojos exorbitantes pegados al tablero de un computador, donde no
dejaba de mover sus manos, como si tocaran el piano y sentada así, solo con una
taza de café con leche, pasaba sus largas horas de jornadas sentada de día, noche
y medio día en un ordenador de modelo antiguo. Pero, en horas, solo se
oía el sonido del techado veloz, continuo, determinado.
Como si lo que escribiera brotara espontáneamente de aquella cabeza que plasmaba
a través de los dedos en cada tecla la letra idónea, adecuada.
Así lucía, después de un baño corto con agua caliente, su atuendo era el común, de las personas
que se quedan en el hogar: un abrigo de cuello alto y manga larga, sobre
un tapado largo y grueso de mangas iguales, con capucha que le cubría su cabeza. Completaban su atuendo un pantalón largo de lana y sus pies cubiertos con unas medias de invierno y finalmente, sin peinarse, sin maquillarse, solo con la piel perfumada y labios de color rosa, que le daba más dramatismo a su aspecto ojeroso y pálido.
Por esa mujer, al principio sentí miedo, después me di cuenta de que era una aficionada a la escritura,
era una cuasi escritora, en mi opinión de carácter sensible, cercano, jamás
distante y tenía que ser así para poder darle vida creíble a sus personajes.
No se alimentaba bien, solo comía frutas, frutos secos y
de vez en cuando la vi llevarse a su boca unos panecillos dulces o una ensalada,
que ella misma compraba con algún jugo de fruta preferiblemente de durazno o una
limonada.
Con el correr de los meses, así fue su actuación…
escribía anotaciones en unos cuadernos viejos que utilizaba quizás trascribiendo
ideas, palabras o cualquier cosa que se le ocurriera. Nunca la interrumpí, tuve
la impresión de que si lo hacía ella se volcaría contra mí ferozmente o me
dijera palabras ofensivas y no estaba dispuesta a tolerar que, en mi propia casa,
alguien me hiriera de palabra o de obra. Así que respeté su preciado tiempo,
como ella también respetó el mío.
Yo seguía con mi rutina diaria: cinco horas diarias de clases, sí tenía que ir al cine, al teatro o algún centro comercial nunca me detuve por ella. Al llegar siempre la encontré igual: desgreñada, sin vestirse adecuadamente, con los ojos grandes, mirada brillante frente al teclado, ¡¡¡con las manos apresuradas escribiendo!! sabrá Dios qué cosa! en aquellos blogs de notas esparcidos en la pequeña mesa de su cuarto. Forzosamente tenía que verla, porque tenía la costumbre de no cerrar la puerta de su habitación, solo la cerraba muy tarde por la noche, cuando se disponía a dormir.
Debo confesar que esa mujer alteró mi vida, no lo puedo negar y hasta la tranquilidad de la gata Mía Carolina, que se mantenía echada en el sofá, pero cuando la veía salir del cuarto con sus pasos apresurados, la felina brincaba por toda la sala buscando un refugio seguro para esconderse de su presencia.
Empecé a dormir menos,
porque ella se levantaba a cualquier hora, no tenía horario para el descanso
nocturno. A veces lo hacía de madrugaba, prendía la cafetera, y el aroma del café
y el sonido de los utensilios de cocina me despertaban. Igual el
ruido de sus pasos, porque no siempre calzaba medias, y cuando me disponía a
recobrar otra vez el sueño, de pronto escuchaba nuevamente el teclado o ella saltando sobre la cama, viéndola sentada en la mesa del comedor…. En ese
momento, pensé que estaba enloqueciendo, quizás esa actitud imprevista que
desarrollaba me confundía. Vivía con un temor, no infundado, y me empecé a cuidar
de esa casi desconocida a quien le permití no solamente entrar sino a quedarse.
Y así continuaron los meses. En ella no hubo cambio ni en
su vestimenta ni en su actitud, mientras tanto me preguntaba mentalmente - ¿qué editorial estaría
esperando por su producción literaria?, en caso de que fuese así, ¿estaría
cumpliendo el compromiso de las entregas?
Pero, una vez llegué en horas de la tarde y la
mujer no estaba, como tampoco se encontraban sus objetos personales, ni el
bolso marrón que siempre llevaba colgado en su hombro derecho. No usaba teléfono
por lo tanto no podía saber dónde ni cómo ubicarla. Me preocupé pensando en que
algo l4 habría pasado. Bajé hasta la planta baja, le pregunte al vigilante, que
se encontraba apostado en la garita de la vigilancia del edificio, si le había visto,
me respondió que no. Igual respuesta obtuve de la encargada, En virtud
del resultado caminé varias cuadras del sector ver si la localizaba, pero todo fue infructífero,
por lo que regresé al apartamento hinchada de preocupación y ansiedad,
cuando de pronto escuché el llavín de la puerta y entró la mujer con aspecto de
cansancio, cargando con un fardo como de cinco a seis libros sin empastar y
otras cosas sueltas si encuadernar. ¡Eran muchas hojas ¡en ese punto fue cuando
reflexioné y concluir sobre cuánto había ha escrito la mujer y cuánto material había
reproducido para calcular que traía consigo un numero de cinco o seis libros.
Por primera vez me habló abiertamente de lo que se dedicaba. Me
comentó de haber producido dos volúmenes de antologías poéticas y cuatro novelas cortas
de inspiración genuina y sobre un gran número de relatos, cuentos, algunos ya difundidos.
Guardó sigilosamente los fardos de hojas en el cajón de un closet. Allí los dejó resguardados en una tela de color blanco, que había traído entre sus pertenencias, como especie de una bufanda, a eso se parecía, cubriendo en ésta toda aquella producción literaria.
-¿Cuándo tiene previsto publicar? ¿tiene algún
contrato? ¿tiene alguna empresa editorial ya vista?
-Algunas… pero antes debo hacer otras cosas. Respondió,
sin develar cuáles eran esas “otras cosas”. Le di las buenas noches y me dispuse
a dormir. Cosa extraña, esa noche no vi ni escuché movimiento alguno en la cocina ni
el ruido del teclado, todo el espacio estaba en un extraño silencio.
Me desperté, no percibí el aroma del café, ni la mujer estaba en la cocina sentada frente al computador. Recorrí la sala, el baño-... ¡Que susto!!¿Qué pasó aquí?
La mujer despeinada, con el atuendo de dormir estaba sobre mi cama.! Había dormido en mi cama ¡!Sí!! estaba cono un espectro que plásticamente yacía en el lado derecho de mi lecho.
Sumamente aterrada, al querer salir corriendo de la habitación, me detuvo el reflejo del único espejo dispuesto en la pared del lado izquierdo y una parálisis inundó mi cuerpo: frente a ese espejo estaba la mujer despeinada, esa que escribía todo el día, sin respetar horas ni momentos. |! esa mujer era mi propia imagen! Mi verdadero yo y a quién no he podido echar.
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