16 may 2025

CUENTO LA SENTATEZ DE UNA DECISIÓN.

 




“La paz no puede mantenerse por la fuerza; solo se puede lograr mediante la comprensión”.

Albert Einstein.

 Esta historia narra la situación de dos hombres, en un encuentro que encarna el dolor y las pérdidas, que, mediante una conversación, conjugan palabras y descripciones de un espacio, ayer compartido, ahora destruido, donde se focaliza el retrato de sus propias existencias.  Palabras y episodios protagonizan un trozo de sus realidades. ¿Quedan por siempre las imágenes de aflicción marcadas en la memoria?, sí. ¿Acaso duelen las palabras? también y mucho, pero a través del poder de ellas, la humanidad sueña con una esperanza que se une con gestos de bondad, compasión, solidaridad y tolerancia, reivindicando el valor universal del amor y respeto al prójimo. Jamás el odio, ni la venganza.

 ¿Qué piensan de las guerras y qué hace el resto de los mortales, ajenos al conflicto, percibido a distancia, solo bajo la óptica de los medios de comunicación? ¿Cómo la enfrentan los que realmente la padecen?  Lo que se relata aquí, es solo una porción de un sentir, cuyo objetivo es exaltar la paz, aunque sea a través de una equivocada o no imaginación.  

 

Esta historia empieza así…

 Debería agradecer. Lo he levantado del suelo entre el lodazal y el basural, secuelas de una guerra ¿Acaso se ha olvidado que lo encontré cerca de una zona donde existen objetos explosivos dejados por los combates? Enderezarlo, ¡míreme usted! ...fue   una tarea difícil.

— Me ha dicho que se encegueció por el estallido de granadas en la frontera, cuando quiso penetrar en el área con el resto de las tropas y que, por el cruento combate, rehusaron continuar hacia  la línea divisoria— Que al  desplegarse, fue asistido en su campamento  y que el General jefe al mando, ordenó su baja y lo envió a refugiarse en el área más próxima y que desde  entonces, anda rondando como un paria, sin ayuda, sin rumbo , desprotegido, y que lo que anhela es llegar hasta su pueblo.

— Yo le he confesado que perdí mi brazo derecho — Si, ese, el útil y necesario — Ahora acostumbrándome a ser zurdo, tengo que soltar la sensación de desventura y frustración, para iniciar mi otra batalla, que es la misma que usted debe emprender: continuar sobreviviendo En estos momentos, no existe remedio que sustituya mi brazo diestro, por ello debo aceptar mi nueva condición: soy manco.

Lo que debemos aceptar es que ambos ya no somos útiles, ni para reservas, en las filas de los ejércitos militares de nuestras naciones Somos dos desechos humanos Por lo que sugiero, debemos pensar en una estrategia para que empecemos a beneficiarnos mutuamente, mientras andemos juntos. Será una tarea de sobrevivencia,

Usted soldado, debe conocer las teorías de Karl Von Clausewitz, el militar prusiano considerado el mayor influyente para el conocimiento de las guerras en la edad contemporánea, afirmó< “Solo hay una victoria decisiva: la última > Usted y yo, sellaremos un compromiso con el verbo, una última decisión, para garantizar nuestras vidas.

 Le propongo, el plan es este: sígame, coloque su mano derecha en la parte que quedó de mi brazo, es decir, sujétese al muñón, yo iré en posición delantera. Tengo ojos sanos, le iré narrando, palmo por palmo, el camino que usted perfectamente conoce, el   que elegirá y nos permitirá salir de este infierno.  Me guiará mientras le vaya describiendo lo que observo, ayudará a ubicarnos por dónde debemos seguir.  Yo, pertenezco al otro lado, del que usted intentó penetrar y allí enfermó sus ojos. Ahora me encuentro acá en busca de mí esposa y mi hija de cinco años, que se trasladaron al pueblo natal de sus padres, cuando recién el territorio fue liberado.

  Me perdí, me desvié y lo he conseguido a usted, tirado, desmayado, a punto de fallecer. Los soldados con escuela, guardamos principios. No somos mercenarios. No puedo ir contra la humanidad del otro, aunque pertenezca al campo enemigo, porque existe una razón de peso- ¡Ya terminó la maldita guerra! 

 Debe creer en mi palabra y yo en la suya No recuerdo la región, iré especificando paraje por paraje, todo lo que atisbe y usted me irá diciendo, hacía dónde ir y por dónde transitar y ¡cuidado con una traición! Tengo ojos bien abiertos. Los sentidos me funcionan muy bien, mis órganos también, salvo mi brazo derecho, pero sé utilizar con perfección el izquierdo, ya usted conoce mi pericia, lo logré levantar. Continuaba hablando el hombre manco.

En una guerra, solo existen tres destinos:  se huye, se muere o se vive. Mi esposa decidió vivir, al resguardarse en lo que quedó de esta porción de franja   y yo voy por lo mismo. Mis padres murieron, junto con una hermana en el primer bombardeo y mi otro hermano, está desaparecido, después que escapó por la frontera norte, aún desconozco su suerte. 

Ante nuestras circunstancias, usted es mucho más joven y tenemos una sola y última alternativa: la sensatez. Fue una guerra sin sentido, la motivó la geopolítica y el patriotismo, de ambos bandos, ordenada desde el podio de las naciones poderosas, opino que obedeció a intereses económicos, geográficos y personales. Además, la funesta oportunidad, donde se miden liderazgos mundiales, se exhiba el aparataje guerrero, la tecnología y se promueva el comercio, no solo el de armamentos sino el de infraestructura en general, exponiendo la vida y los bienes de los pobladores civiles, la de nosotros, que ni podemos garantizar.  Usted y yo, estamos unidos por cierta idiosincrasia, cultura e historia y lo más significativo: existen parentelas sanguíneas de este y del otro lado.

Fíjese, yo estudié en la educación básica de esta jurisdicción. Después, cuando se inició el primer conflicto separatista, que dividieron en porciones la geografía y nació esta otra república y luego firmaron   pactos, acuerdos entra ambos paises, mi familia decidió mudarse   en el lado originario, no estaban de acuerdo con los movimientos separatistas.   y por lo que veo, usted quedó en esta parte de la demarcación.  No fue una decisión de nosotros, fueron iniciativas de políticos y gobernantes.

El hombre ciego, que, a lo largo de la conversación se mantuvo en silencio, escuchando las palabras del nuevo compañero, irguió su delgado cuerpo, dejando la posición de cuclillas, antes tomada para el descanso, cuando su interlocutor logró revivirlo, preguntó: 

¿Dónde dice usted que estudió?

En la única escuela estadal que existía, estuve hasta antes de culminar el secundario.     

¿Usted cómo se llama? Preguntó el hombre manco.

  Alexey Ivanov… ¿y usted?

Borys Koval

¿Ivanov? …conocí a una docente con ese apellido. — Me instruyó en clases de historia y de arte.  Esa mujer me enseñó mis primeras reseñas de los sucesos del pasado y aprendí con ella mis incipientes esbozos de dibujos.

Su maestra, me recuerda a mi madre, estudió para el aprendizaje, ofrecía clases, pero no recuerdo dónde, era un pequeñín para entonces. Mi padre vino a trabajar en la industria eléctrica en otro poblado y yo me vine con él.    Allí estudié y después me uní al ejército.  Mi madre nunca quiso salir de su pueblo, quedó con su familia paterna. No he tenido noticias de ella durante meses. Pero tengo una esperanza, un soldado amigo me dijo, que la había visto por las calles con otras mujeres, llevando a cuesta bolsas de alimentos para los huérfanos de los refugios Ella es valiente y disponedora, por eso creo que debe estar con vida. Ahora que terminó la guerra, supongo que debe estar en casa, si acaso no fue derrumbada. Es la única persona que me espera.

Tal y como fue acordado, el hombre ciego se colocó detrás del manco, tocó su hombro derecho y en fila iniciaron la partida. Koval, iba haciendo un esfuerzo en detallando todo lo que sus ojos abarcaban en cielo y tierra. Ivanov, hábilmente, respondía a todas las preguntas que éste realizaba.

Confío en mi intuición, creo que nos estamos acercando a una única   encrucijada que está por este camino, como a cuatro kilómetros.

  Ubíquela, solía tener tres vías, posiblemente, exista una cuarta hecha por los zapadores militares, para limpieza. No elija esa, no es segura, puede haber minas, estará camuflajeada con escombros y restos de vegetación.

Y así prosiguieron los dos hombres, entre señales de alertas en el destruido y desolado paso.

Se acercan pobladores.

No hable usted Existe aún resentimientos contra ustedes. Si hacen preguntas yo responderé.  Conocen su dialecto. Evitemos confrontaciones.

 —¡Buen día!    Se escuchó la voz proveniente de un solo caminante. Los demás iban exhortos, cabezas bajas, cuerpos lánguidos, arrastrando los pies. Solo Ivanov, contestó el saludo.

 Veo las colinas… despobladas Hace meses ambos bandos se atrincheraban en ellas. Fuertes refriegas, todo   quedará para el triste recuerdo y las dolorosas anécdotas.

Creo haber llegado en la encrucijada. Está la cuarta que usted refiere, ¿cuál vía elige?

Siga la izquierda, es toda recta. Pasaremos por lo que fue un punto de control, debe estar desmantelado y a pocos metros, debería estar aún funcionando un centro asistencial. De allí en más, es el recorrido hacia el caserío, de lo que quedó de él Debe estar derrumbada casi toda su estructura, escuché que existen cuadrillas de refaccionamiento. Allí estarán los sobrevivientes colaborando y posiblemente, los ingenieros de campo, perteneciente al servicio estadal de emergencias, haciendo tareas de limpieza y de advertencia sobre los peligros de municiones dejadas en las áreas aledañas.  

Los dos hombres pasaron, casi ignorados a lo largo de la desgastada carretera, ni el puesto de control ni el centro asistencial fueron divisados por Koval.  Solo fueron observados por unos niños, quienes, imitando jugar a la pelota, dándole a unas piedras, se encontraban en un patio adyacente a la vía.

 ¡Seguro que se están haciendo los ciegos¡¡ vengan a ayudar ¡—Gritó uno de los niños. Los demás no prestaron atención.

Koval, con voz baja seguía comunicándole a Ivanov, sobre el paisaje que sus ojos retrataban: ruinas, edificaciones reducidas a cenizas; hombres recogiendo y apartando desechos; mujeres removiendo con objetos improvisados trozos de metal y de cristal, mientras controlaban a los niños y jóvenes, que se apostaban cercanos a lo que había quedado derribado. Todavía la atmosfera olía a humo y al hedor impregnado que deja la descomposición de los cuerpos humanos. 

¿Qué hago?... unas mujeres se acercan, vienen corriendo.

Detente cuando estén cerca Solo vienen a ver si somos alguno de sus hijos que regresan de la guerra.

Koval, obedeció, cuando las mujeres se les aproximaron, detuvo el paso. Ambos escuchaban los jadeos de las supuestas madres y después, los sollozos de desconsuelo, cuando se percataron que ninguno de los dos rostros correspondía al de sus hijos. Lloraron. Los hombres conmovidos, tampoco podían controlar sus emociones, gemían silenciosamente. Después de varios minutos, Ivanov, haciéndose de ánimo habló:

—¡Madres, no se desalienten! Pronto llegarán muchos y más. ¡Regresarán todos!

Las mujeres no respondieron.  Se retiraron al margen de lo que parecía la calzada y solo una, al oír la voz del soldado, se acercó nuevamente.  Lo miró de arriba hacia abajo. Le hincó la mirada en el rostro, semi cubierto con la débil venda que cubrían los ojos. La mujer se estremeció y con un ahogado grito, estalló con lo que le quedaba de vigor:

¡Te conozco!  eres Alexey, el hijo de Irochka ¡Ihna¡¡Inha ¡llama a la maestra, dile que aquí llegó su hijo. Gritaba la mujer con la emoción de alegrar el corazón de otra, mientras que Ihna, se dirigía, casi a saltos, al interior de una de las construcciones que aún se   preservaba.  

Ivanov, petrificado y Koval, turbado, con unas actitudes de haber   llegado al destino, no podían articular palabras. Exhortos quedaron todos, cuando de una de las plantas del edificio, situada a pocos metros de donde se encontraban, otro grupo de mujeres, al oír los alaridos, aparecieron al instante, como si hubiesen estado esperando el momento y alrededor de ellas, chiquillos de ambos sexos

Se avecinó entre el grupo, una mujer mayor, con andar ágil y determinado. Se paró de pronto, solo miró a un soldado… el que estaba al frente y el que no la podía ver. Recorrió   con desespero la poca distancia que los separaban… se le abalanzó al pecho. Dos llantos se unieron y dos cuerpos, para fundirse en el amor, con la certeza que consagraba el esperado reencuentro.

¡Estás vivo hijo mío! ¡Lo demás no cuenta! Gritaba la mujer, quien se había percatándose de la discapacidad visual del hijo. Ivanov acariciaba y besaba el rostro    de su madre, marcado por la tristeza, igual al de las demás progenitoras, rasgos del sufrimiento, otra huella de las guerras: madres huérfanas de hijos. 

Un largo silencio se sintió entre los presentes, posteriormente, habló Ivanov: 

¡Madre, madre ¡mi compañero es Borys Koval, perteneció a un batallón del otro lado. Es el único que me ha ayudado a llegar hasta aquí, terminado el conflicto.  Busca a su esposa e hija.

No están aquí. Miré todos los rostros, igual las caritas de las niñas. Ha pasado casi dos años, pero puede identificarlas, no están   entre ustedes. - Expresó Koval.

Entonces, su hija, debe llamarse Alexsandra Koval, la única de la otra región que quedó registrada con ese apellido. Las otras ya han sido entregadas a sus familiares, aquí recibimos a todos los infantes refugiados, independiente de dónde provengan.  La he cuidado desde que llegó, ahora su madre, cumple servicio de auxiliar de atención médica en el hospital provisorio. La niña está adentro del aula, duerme con el resto del grupo. Dijo la maestra Irochka, girando su mirada a Koval. 

El soldado, le sostuvo la mirada   con detenimiento, >definitivamente, es la maestra del secundario, la que me enseñó historia y arte, solo que ahora con más edad, pero con el mismo mirar profundo y analítico, el que identifica a las personas experimentadas y sabias.”> Pensó.

¡Venga!  Recibirá y se le entregará a su hija La mujer le extendió la mano derecha y Koval, la recibió con la izquierda.

Alexey Ivanov, retomó su paso, apoyándose en el muñón de quien fuera un enemigo de guerra. Koval   emocionado, apresuraba sus pasos, mientras brindaba palabras de agradecimiento, especialmente dirigidas  a su antigua maestra.

Todos se dirigieron   al interior del inmueble, cuya imagen fotográfica   quedará, quizás por un tiempo, como una prueba más, de   las muchas tragedias personales que arrastran las guerras, pero que nunca apaciguará el instinto de supervivencia y el de la búsqueda al sentido de la vida, que debe mantener la humanidad.

 

 

 

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