“La paz no puede mantenerse por la fuerza; solo se puede lograr mediante la comprensión”.
Albert Einstein.
¿Qué piensan de las guerras y qué hace el
resto de los mortales, ajenos al conflicto, percibido a distancia, solo bajo la
óptica de los medios de comunicación? ¿Cómo la enfrentan los que realmente la padecen?
Lo que se relata aquí, es solo una
porción de un sentir, cuyo objetivo es exaltar la paz, aunque sea a través de una
equivocada o no imaginación.
— Debería
agradecer. Lo he levantado del suelo entre el lodazal y el basural, secuelas de
una guerra— ¿Acaso se ha
olvidado que lo encontré cerca de una zona donde existen objetos explosivos
dejados por los combates? —
Enderezarlo, ¡míreme usted! ...fue una
tarea difícil.
— Me
ha dicho que se encegueció por el estallido de granadas en la frontera, cuando
quiso penetrar en el área con el resto de las tropas y que, por el cruento combate,
rehusaron continuar hacia la línea
divisoria— Que al desplegarse, fue asistido en su
campamento y que el General jefe al
mando, ordenó su baja y lo envió a refugiarse en el área más próxima y que
desde entonces, anda rondando como un
paria, sin ayuda, sin rumbo , desprotegido, y que lo que anhela es llegar hasta
su pueblo.
— Yo
le he confesado que perdí mi brazo derecho — Si, ese, el útil y necesario — Ahora acostumbrándome a
ser zurdo, tengo que soltar la sensación de desventura y frustración, para
iniciar mi otra batalla, que es la misma que usted debe emprender: continuar
sobreviviendo — En estos
momentos, no existe remedio que sustituya mi brazo diestro, por ello debo
aceptar mi nueva condición: soy manco.
—Lo
que debemos aceptar es que ambos ya no somos útiles, ni para reservas, en las
filas de los ejércitos militares de nuestras naciones — Somos dos desechos humanos — Por lo que sugiero, debemos pensar en una estrategia
para que empecemos a beneficiarnos mutuamente, mientras andemos juntos. — Será una tarea de
sobrevivencia,
—Usted
soldado, debe conocer las teorías de Karl Von Clausewitz, el militar prusiano
considerado el mayor influyente para el conocimiento de las guerras en la edad
contemporánea, afirmó< “Solo hay una victoria decisiva: la última” > Usted y yo, sellaremos un
compromiso con el verbo, una última decisión, para garantizar nuestras vidas.
—Le propongo, el plan es este: sígame, coloque
su mano derecha en la parte que quedó de mi brazo, es decir, sujétese al muñón,
yo iré en posición delantera. Tengo ojos sanos, le iré narrando, palmo por
palmo, el camino que usted perfectamente conoce, el que elegirá y nos permitirá salir de este
infierno. — Me guiará mientras le vaya describiendo lo
que observo, ayudará a ubicarnos por dónde debemos seguir. —
Yo, pertenezco al otro lado, del que usted intentó penetrar y allí enfermó sus
ojos. Ahora me encuentro acá en busca de mí esposa y mi hija de cinco años, que
se trasladaron al pueblo natal de sus padres, cuando recién el territorio fue
liberado.
—
Me perdí, me desvié y lo he conseguido a usted, tirado, desmayado, a punto de
fallecer. Los soldados con escuela, guardamos principios. No somos mercenarios.
No puedo ir contra la humanidad del otro, aunque pertenezca al campo enemigo,
porque existe una razón de peso- ¡Ya terminó la maldita guerra!
—Debe
creer en mi palabra y yo en la suya —No recuerdo la región, iré especificando
paraje por paraje, todo lo que atisbe y usted me irá diciendo, hacía dónde ir y
por dónde transitar y ¡cuidado con una traición! —Tengo ojos bien abiertos. Los sentidos me funcionan
muy bien, mis órganos también, salvo mi brazo derecho, pero sé utilizar con
perfección el izquierdo, ya usted conoce mi pericia, lo logré levantar. Continuaba
hablando el hombre manco.
—En una guerra, solo existen tres
destinos: se huye, se muere o se vive. —Mi esposa decidió vivir, al
resguardarse en lo que quedó de esta porción de franja y yo voy por lo mismo. Mis padres murieron,
junto con una hermana en el primer bombardeo y mi otro hermano, está
desaparecido, después que escapó por la frontera norte, aún desconozco su
suerte.
—
Ante nuestras circunstancias, usted es mucho más joven y tenemos una sola y
última alternativa: la sensatez. Fue una guerra sin sentido, la motivó la
geopolítica y el patriotismo, de ambos bandos, ordenada desde el podio de las
naciones poderosas, opino que obedeció a intereses económicos, geográficos y
personales. — Además, la
funesta oportunidad, donde se miden liderazgos mundiales, se exhiba el
aparataje guerrero, la tecnología y se promueva el comercio, no solo el de
armamentos sino el de infraestructura en general, exponiendo la vida y los
bienes de los pobladores civiles, la de nosotros, que ni podemos
garantizar. Usted y yo, estamos unidos
por cierta idiosincrasia, cultura e historia y lo más significativo: existen
parentelas sanguíneas de este y del otro lado.
—Fíjese, yo estudié en la educación básica de
esta jurisdicción. Después, cuando se inició el primer conflicto separatista,
que dividieron en porciones la geografía y nació esta otra república y luego
firmaron pactos, acuerdos entra ambos
paises, mi familia decidió mudarse en
el lado originario, no estaban de acuerdo con los movimientos separatistas. y por lo que veo, usted quedó en esta parte
de la demarcación. No fue una decisión
de nosotros, fueron iniciativas de políticos y gobernantes.
El hombre ciego, que, a lo largo de la
conversación se mantuvo en silencio, escuchando las palabras del nuevo
compañero, irguió su delgado cuerpo, dejando la posición de cuclillas, antes
tomada para el descanso, cuando su interlocutor logró revivirlo, preguntó:
—¿Dónde dice usted que estudió?
—En la única escuela estadal que existía,
estuve hasta antes de culminar el secundario.
—¿Usted
cómo se llama? — Preguntó
el hombre manco.
—Alexey Ivanov… ¿y usted?
—Borys Koval
— ¿Ivanov?
…conocí a una docente con ese apellido. — Me instruyó en clases de historia y
de arte. Esa mujer me enseñó mis
primeras reseñas de los sucesos del pasado y aprendí con ella mis incipientes
esbozos de dibujos.
— Su maestra, me recuerda a mi madre, estudió
para el aprendizaje, ofrecía clases, pero no recuerdo dónde, era un pequeñín
para entonces. Mi padre vino a trabajar en la industria eléctrica en otro
poblado y yo me vine con él. —
Allí estudié y después me uní al ejército. Mi madre nunca
quiso salir de su pueblo, quedó con su familia paterna. No he tenido noticias
de ella durante meses. Pero tengo una esperanza, un soldado amigo me dijo, que
la había visto por las calles con otras mujeres, llevando a cuesta bolsas de
alimentos para los huérfanos de los refugios— Ella es valiente y
disponedora, por eso creo que debe estar con vida. Ahora que terminó la guerra,
supongo que debe estar en casa, si acaso no fue derrumbada. Es la única persona
que me espera.
Tal
y como fue acordado, el hombre ciego se colocó detrás del manco, tocó su hombro
derecho y en fila iniciaron la partida. Koval, iba haciendo un esfuerzo en detallando
todo lo que sus ojos abarcaban en cielo y tierra. Ivanov, hábilmente, respondía
a todas las preguntas que éste realizaba.
— Confío en mi intuición, creo que nos estamos
acercando a una única encrucijada que
está por este camino, como a cuatro kilómetros.
—
Ubíquela, solía tener tres vías, posiblemente, exista una cuarta hecha por los
zapadores militares, para limpieza. No elija esa, no es segura, puede haber
minas, estará camuflajeada con escombros y restos de vegetación.
Y
así prosiguieron los dos hombres, entre señales de alertas en el destruido y
desolado paso.
—Se
acercan pobladores.
— No
hable usted —
Existe aún resentimientos contra ustedes. Si hacen preguntas yo
responderé. Conocen su dialecto.
Evitemos confrontaciones.
—¡Buen
día! — Se escuchó la
voz proveniente de un solo caminante. Los demás iban exhortos, cabezas bajas,
cuerpos lánguidos, arrastrando los pies. Solo Ivanov, contestó el saludo.
—Veo las colinas…
despobladas —Hace meses
ambos bandos se atrincheraban en ellas. Fuertes refriegas, todo quedará para el triste recuerdo y las
dolorosas anécdotas.
—Creo
haber llegado en la encrucijada. Está la cuarta que usted refiere, ¿cuál vía
elige?
—Siga
la izquierda, es toda recta. Pasaremos por lo que fue un punto de control, debe
estar desmantelado y a pocos metros, debería estar aún funcionando un centro
asistencial. De allí en más, es el recorrido hacia el caserío, de lo que quedó
de él —Debe estar
derrumbada casi toda su estructura, escuché que existen cuadrillas de
refaccionamiento. Allí estarán los sobrevivientes colaborando y posiblemente,
los ingenieros de campo, perteneciente al servicio estadal de emergencias,
haciendo tareas de limpieza y de advertencia sobre los peligros de municiones
dejadas en las áreas aledañas.
Los
dos hombres pasaron, casi ignorados a lo largo de la desgastada carretera, ni
el puesto de control ni el centro asistencial fueron divisados por Koval. Solo fueron observados por unos niños,
quienes, imitando jugar a la pelota, dándole a unas piedras, se encontraban en
un patio adyacente a la vía.
—¡Seguro
que se están haciendo los ciegos¡¡ vengan a ayudar ¡—Gritó uno de los niños.
Los demás no prestaron atención.
Koval,
con voz baja seguía comunicándole a Ivanov, sobre el paisaje que sus ojos
retrataban: ruinas, edificaciones reducidas a cenizas; hombres recogiendo y
apartando desechos; mujeres removiendo con objetos improvisados trozos de metal
y de cristal, mientras controlaban a los niños y jóvenes, que se apostaban
cercanos a lo que había quedado derribado. Todavía la atmosfera olía a humo y
al hedor impregnado que deja la descomposición de los cuerpos humanos.
—¿Qué
hago?... unas mujeres se acercan, vienen corriendo.
—Detente
cuando estén cerca— Solo
vienen a ver si somos alguno de sus hijos que regresan de la guerra.
Koval,
obedeció, cuando las mujeres se les aproximaron, detuvo el paso. Ambos
escuchaban los jadeos de las supuestas madres y después, los sollozos de
desconsuelo, cuando se percataron que ninguno de los dos rostros correspondía
al de sus hijos. Lloraron. Los hombres conmovidos, tampoco podían controlar sus
emociones, gemían silenciosamente. Después de varios minutos, Ivanov,
haciéndose de ánimo habló:
—¡Madres,
no se desalienten! Pronto llegarán muchos y más. ¡Regresarán todos!
Las
mujeres no respondieron. Se retiraron al
margen de lo que parecía la calzada y solo una, al oír la voz del soldado, se
acercó nuevamente. Lo miró de arriba
hacia abajo. Le hincó la mirada en el rostro, semi cubierto con la débil venda
que cubrían los ojos. La mujer se estremeció y con un ahogado grito, estalló
con lo que le quedaba de vigor:
—¡Te conozco!
eres Alexey, el hijo de Irochka —¡Ihna¡¡Inha ¡llama a la maestra, dile que aquí llegó su hijo. — Gritaba la mujer con la
emoción de alegrar el corazón de otra, mientras que Ihna, se dirigía, casi a
saltos, al interior de una de las construcciones que aún se preservaba.
Ivanov,
petrificado y Koval, turbado, con unas actitudes de haber llegado al destino, no podían articular
palabras. Exhortos quedaron todos, cuando de una de las plantas del edificio,
situada a pocos metros de donde se encontraban, otro grupo de mujeres, al oír
los alaridos, aparecieron al instante, como si hubiesen estado esperando el
momento y alrededor de ellas, chiquillos de ambos sexos
Se
avecinó entre el grupo, una mujer mayor, con andar ágil y determinado. Se paró
de pronto, solo miró a un soldado… el que estaba al frente y el que no la podía
ver. Recorrió con desespero la poca
distancia que los separaban… se le abalanzó al pecho. Dos llantos se unieron y
dos cuerpos, para fundirse en el amor, con la certeza que consagraba el
esperado reencuentro.
—¡Estás
vivo hijo mío! ¡Lo demás no cuenta! —
Gritaba la mujer, quien se había percatándose de la discapacidad visual del
hijo. Ivanov acariciaba y besaba el rostro
de su madre, marcado por la tristeza, igual al de las demás
progenitoras, rasgos del sufrimiento, otra huella de las guerras: madres
huérfanas de hijos.
Un
largo silencio se sintió entre los presentes, posteriormente, habló
Ivanov:
—¡Madre, madre ¡mi compañero es Borys Koval,
perteneció a un batallón del otro lado. Es el único que me ha ayudado a llegar
hasta aquí, terminado el conflicto.
Busca a su esposa e hija.
—No
están aquí. Miré todos los rostros, igual las caritas de las niñas. Ha pasado
casi dos años, pero puede identificarlas, no están entre ustedes. - Expresó Koval.
—Entonces,
su hija, debe llamarse Alexsandra Koval, la única de la otra región que quedó
registrada con ese apellido. Las otras ya han sido entregadas a sus familiares,
aquí recibimos a todos los infantes refugiados, independiente de dónde
provengan. La he cuidado desde que
llegó, ahora su madre, cumple servicio de auxiliar de atención médica en el
hospital provisorio. — La
niña está adentro del aula, duerme con el resto del grupo. Dijo la maestra
Irochka, girando su mirada a Koval.
El
soldado, le sostuvo la mirada con
detenimiento, >definitivamente, es la maestra del secundario, la que me
enseñó historia y arte, solo que ahora con más edad, pero con el mismo mirar
profundo y analítico, el que identifica a las personas experimentadas y
sabias.”> Pensó.
—¡Venga! Recibirá y se le entregará a su hija —La mujer le extendió la mano
derecha y Koval, la recibió con la izquierda.
Alexey
Ivanov, retomó su paso, apoyándose en el muñón de quien fuera un enemigo de
guerra. Koval emocionado, apresuraba
sus pasos, mientras brindaba palabras de agradecimiento, especialmente dirigidas
a su antigua maestra.
Todos
se dirigieron al interior del inmueble,
cuya imagen fotográfica quedará, quizás
por un tiempo, como una prueba más, de
las muchas tragedias personales que arrastran las guerras, pero que
nunca apaciguará el instinto de supervivencia y el de la búsqueda al sentido de
la vida, que debe mantener la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
añadir comentario