17 may 2025

CUENTO CORTO: UN HOMBRE SOLO

 





Desde que entró al local, eran las 8:30 am, Rosalba lo vio, era como si estuviera destinado a encontrárselo, a tropezar con su figura y aproximársele como autómata en   busca de una respuesta.   Sin embargo, no lo hizo, un impulso la contuvo, reflexionó: <es un extraño>, pero, una fuerza interior la motivaba a llegar a donde estaba el enigmático hombre.

 Estaba en la cafetería de estilo europeo, frecuentado por los inmigrantes residenciados en el sector. A esa hora de la mañana, el sitio olía a café recién molido, a pan horneado, olores que se mezclaban con las diferentes fragancias de los asistentes, quienes se disponían a desayunar dentro de un torbellino de voces, unas saludando, otras entre risas y susurros, dando la sensación de que se encontraban reunido para la celebración de algún acontecimiento que tenían en común.

La mujer continúo mirando fijamente su objetivo, siguiendo la incitación interna que la empujaba a detallar la imagen masculina, la que se mantenía apartada del resto de las personas, sentado con un periódico abierto en mano, que no leí ni ojeaba. Él tenía la vista desviada, perdida, sin ubicación.

> En cualquier momento, él despertará de su letargo, se sorprenderá y retomará su presente> -Se dijo.

 En ese ángulo aislado de la sala del café, ausente en su mirar y desprovisto de gesticulación, le daba la impresión de que posiblemente, se tratara de una estatua viviente, que, como atracción recreativa y turística adornaba el lugar. igual a las que se exhibían en las calles de San Telmo o de algún otro barrio de la ciudad, pero por un momento se cruzaron sus ojos, por lo que, forzosamente desechó ese pensamiento.

No quería pasar por entremetida ni por atrevida, simulaba no percatarse de la mirada. La de ella persistente, la de él > un reflejo natural de su cuerpo> según su conjetura. No porque habría sentido la perspicaz intensidad de sus ojeadas, sino que, por puro azar, ambos se detuvieron a observarse, como si ubicaran un punto coincidente. Él se preguntaría < ¿quién es? …la conozco?> Ella, le respondería mentalmente: < no te conozco, solo me intrigas.>

 Lo avistaba con más precisión, la edad le era difícil calculársela. El cabello rigorosamente peinado, de color castaño oscuro, escasa barba con puntadas canosas, un semblante muy, muy serio, parecido a los rostros de las imágenes de los héroes nacionales. Sentado en una silla de alto espaldar, estilo Luis XV, se le hacía imposible calibrar su estatura. Así como fue intrincado descifrar el color de sus ojos, de misteriosa y ausente mirada.

Rosalba supuso, que, con la fugaz colisión visual, el caballero   la invitaría a su mesa, pero, no, no hubo tal convite. Pero ella, decidida, obedeciendo a un ímpetu inexplicable, se vio frente al hombre:

 ¿Podemos compartir mesa?   Más perplejo que educado, con una voz queda, simplemente pronunció:

Sí, puede sentarse.

Quiso tomar asiento frente a él, pero, le pareció más que insolente. Así que se colocó ligeramente al lado derecho, donde lo podía seguir determinando, soslayadamente. Un camarero, gentilmente, le trasladó su refrigerio a la nueva ubicación. El desconocido no había ordenado nada, ni antes ni después.

¿Gusta de un café?

No, gracias. No bebo café.

¿Un té, un jugo de frutas, un croissant? o algo de su preferencia.

No respondió. La incomodidad que sintió no pudo ser más mayúscula.  Dedujo que el individuo la tomaba por molesta e inoportuna, pero, como había propiciado la situación, razonó que debía dar un compás de espera antes de despedirse, para suavizar cualquier efecto negativo a su audacia.

Por unos cortos minutos, interminables en su recorrido mental, se analizó a sí misma, y surgió una inesperada revelación, que la volcaría delante de su propio espejo.

Ella acostumbraba a escoger el silencio, si no tenía tema de conversación importante que ofrecer, esos que bien valen invertir tiempo y del que se extraen un fecundo conocimiento. También, atinó en recordar que tenía el hábito de desconectarse, con la habilidad de obviar los obstáculos que se le presentaran   y que, por razones muy personales y por voluntad propia, decidió andar sola, caminar en silencio, sin sombra ajena y así fue forjando un espíritu de vida libre, la que le hacía sentirse absolutamente plena, sin compañía.

Mirando por última vez al hombre, que seguía callado, sin disposición de socializar, concluyó enfática:

->El centelleo de su imagen es mi propio yo, solo que en versión masculina>

La mujer, ya sin la inquietud de la apariencia del caballero, prosiguió desayunando.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

añadir comentario