“El peor sufrimiento está en la soledad que lo acompaña”
(André Malraux, 1901-1976,
novelista francés)
Morderme los labios para evitar el grito desgarrador y
simular mí aflicción, ¡que desolación!
Espectadora entre la multitud, imagen intangible, desafiando
un espacio que ya no me pertenecía. Hacerme la desatendida, cuando entre
familiares y amigos hablaban de un destino inmerecido.
Recordando, que ocultaba a través del maquillaje vestigios de
profundas ojeras, en noches que, estrujando mi cabeza, descubría las almohadas húmedas, no solo por el llanto sino por la escarcha fría de un tormentoso final, que se hizo cruel de largo rato.
Verlos aquí, ataviados de negro luto, cercanos y extraños,
comentando anécdotas y habladurías, unas ciertas, otras mentiras…Mientras yo, con
figura intangible, sosteniendo la destreza de la serenidad, con imperturbable indiferencia, siento que de mis entrañas se esconde el flujo incontrolable de
desosiego, exacerbación de la ira dormida. Consecuencias de las traiciones, del
desenmascaro de las hipocresías y de cruentas injusticias.
¡Heme aquí! frente a mí féretro, como una hojalata moldeada,
fruto del desespero con la locura. Débil silueta, observando mi propia partida
y agradeciendo mí ida…Todo se vale pensar, cuando inesperadamente cae el telón
de los escenarios que marcan cualquier vestidura.
¡Heme aquí! frente a mí tumba, última parada de una senda.
Desde hoy, casada con la muerte, compañera
inevitable, eterna y etérea.
¿Valió la pena llorar?, ¡absurdo desperdicio!
¿Valió la pena sufrir?, inevitable, cuando no te enseñaron el
no sufrir.
Ana Sabrina Pirela Paz
01-02-2022
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