De lo que se
comentaba, al principio creyó que eran simples habladurías, por las costumbres de los lugareños, quienes aún creían en mitos
y en historias fabulosas imaginarias que suponía eran atractivos para pasar el
tiempo y tenerlo como charlas principales en las tertulias que se formaban en la plaza
central o en los grupos de amigos del único bar que
existía, en aquella apartada región de la capital, asentada en la costa oriental del lago,
perteneciente a la zona occidental del pais.
—¡Bienvenida al pueblo, profesora
Gabriela, gusto en saludarla! ¡Mucho tiempo sin verla ¡Por acá todavía se le
recuerda, sobre todos los muchachos, que ya no son tan muchachos! Esa
generación ha crecido lo suficiente, ya son medios hombre y mujeres.
—Gracias Juan Antonio, un placer
también, de volverlo a ver.
El hombre le abrió la puerta de la casa campestre, cuya
custodia la tenía adjudicada desde la fecha del fallecimiento de la última de
sus dueñas: la señorita Raquel
María Castañeda Paz, quien había hecho funciones de enfermería en el centro
asistencial de la localidad.
Gabriela calculaba pernoctar no más de una semana, tiempo
suficiente para indagar sobre los comentarios de los conterráneos, que después
de veinte años, le perturbaban el recuerdo de la imagen, honorable y limpia,
que había profesado en vida su amada tía.
Ya en el interior de la vivienda, y sin observar detalles de
cómo se encontraba refaccionada, la profesora decidió ir al encuentro de su otra
familiar: la tía Lola, la mayor de sus tías maternas y quien residía en “El Uvero”,
sector colindante y fronterizo con el que visitaba. Abordó su vehículo Toyota y
se dirigió a su destino.
El pueblo seguía casi igual, salvo con más viviendas y
negocios, donde expedían cualquier cosa para los viajeros que abundaban en la
zona, debido al auge turístico que siempre había mostrado por sus bellos paisajes
marinos y por su exuberante flora y fauna tropical.
Después de dejar el vehículo estacionado en el hombrillo de
la única carretera principal, Gabriela avanzó en su paso al domicilio de su
tía. Una especie de casona del siglo pasado, de
color blanco, con portón pesado y metálico, que conducía a la entrada
del patio delantero, el cual estaba dividido por un arco de madera, alto,
suficientemente fuerte, que daba al interior de la residencia. No tuvo inconveniente en entrar,
inmediatamente alguien le dio el acceso, abriendo la contrapuesta.
—¡Profesora Gaby ¡no me reconoce… ¿se
acuerda de mí? Soy Alejandro Núñez, fui su alumno.
La mujer miró a un joven alto, de contextura regular,
aproximadamente de veinticinco años y de mirada curiosa, como queriendo adivinar
sobre el motivo de su presencia.
—¡Claro que lo recuerdo ¡, usted es
el hijo del farmaceuta.
—¡Adelante Gaby! pasa de una vez. - Una
voz grave y aguda alcanzó a escuchar, la que reconocería pese a los años
transcurridos sin ser oída.
Antes que Gabriela terminara de extenderle la mano derecha, gesto
que advirtió la tía y sin responderle el saludo, expresó:
—Creo conocer las razones de tú presencia
por estos lares. Desde ya te digo, no tengo nada que decir, si es verdad o
mentira, inventos o ideas fantasmagóricas, no es de mí responsabilidad ni de mi
incumbencia. Esos dichos sobre mi
hermana los han difundidos, regados como pólvora por extraños y nativos.
Imagínate tú, yo la más perjudicada por las molestias que me han causado… ¿a
quién se le ocurre afirmar que su espíritu aparece debajo del árbol de mango?,
cuyo árbol pertenece a mí plantación de cultivos frutales. - Inició la
conversación la tía.
—De cualquier manera, lo han asegurado
varias personas, pero lo más extravagante, es lo que ha sucedido la semana
pasada, ahora le atribuyen estar lanzando semillas secas de mango al que osa
perturbarla. Fue allí mismo, donde dicen que siempre aparece, a alguien le alcanzó
un semillazo, esta vez fue en la cabeza, Arturo fue la víctima, y se la partió,
tres suturas le tomaron. Después de eso,
el hombre no ha vuelto a limpiar los patios. ¡Has de creer semejante barbarie
de pensamientos y creencias! - Espero que tú le des un toque de raciocinio a
esta gente, que desde meses no me dejan descansar ni dormir, creo que acabaré
de una vez por todas con el cultivo, que sería mi ruina económica porque vendo los
frutos, los que me han ayudado a sobrevivir ante la crisis. Hasta me los compran los revendedores para sus
negocios en el mercado periférico.
- El problema no solo
es en las noches, dicen que la ven rodeando el terreno hasta en horas del día.
Yo no he visto nada, nada, nada de nada… Soportar los autobuses que llegan,
desde el viernes hasta los fines de semana, repletos de personas, atraídos por
semejante historia, ¡ya es suficiente. Gente que me imagino, aburridos de la
ciudad y deseosos de experimentar algo extraordinario y novedoso en sus vidas.
- La mujer hablaba, brotaba sus palabras, sin cesar, como si le hubiese llegado
la oportunidad de sacar todo lo que pensaba y lo que decía estar resistiendo.
—Aquí se ha beneficiado de ese
comentario todo el pueblo-Seguía hablando la tía-Desde el párroco, que envía a
los feligreses a vender cuanta estampitas de santos es conocida, las mujeres,
que han levantado como una especie de feria en los alrededores del corredor peatonal,
los vendedores de la costanera, que la misma municipalidad, después de tanto
esperar, forzosamente lo construyó. Allí comercializan con todo, desde comidas
típicas hasta indumentaria playera: trajes de baños, pareos, lentes para el sol, bronceadores
y se habla también, no me consta, que, bajando al terraplén se han levantado bohíos,
donde ofrecen cervezas, rones, cócteles al turista y el señor alcalde hace
mutis, al parecer el producto es de él y las ganancias las comparte con los expendedores
que son sus propios familiares, eso dicen. - Acotó la mujer.
—¡Vivaracho pueblo ¡Eso son los que
son! Crearon de un drama familiar, muy distinto al que conmocionó hace años a la familia y fíjate en
que nos han convertido, en un poblado supersticioso y por demás, arbolario, acá
se acabó la tranquilidad, la paz que existía en un santiamén. Lo que no les
perdono es que han sacado del sepulcro a mi desdichada hermana.
—¡Pero, para usted… ¿de dónde proviene la historia? - Preguntó
la sobrina.
—¡No lo sé… pero pienso que los
comentarios surgieron de alguien del mismo pueblo con muy malas intenciones al
principio, pero después resultó un beneficio para muchos y así, como si se
hubiesen puesto de acuerdo, un grupo de cómplices, conspiradores entre sí, le siguieron
agregando condimento a la historia… ¿hasta dónde han llegado? al colmo de
asegurar que está viva - ¡Se freirán en el infierno, ¡malvados irresponsables ¡
—¡Tía … ¿me permite acercarme a la
parcela?
—¡Pasa! …y ten cuidado, no vaya a ser
que salgas contagiada por tantos chismes- ¡Alejandro por favor¡, acompaña a
Gaby- Así culminó la tía la plática.
Una plantación de árboles frutales invadió su mirada,
destacándose una gran cantidad de cultivos de mangos, y con estos, guayabas,
naranjos y guanábanas. Definitivamente, acabar con esos sembradíos, era la
muerte económica de la tía, actualmente era su fuente de ingreso. Muchos
comerciantes de restaurantes le compraban los frutos, unos para comercializar como
bebidas, otros para la conserva de pulpas.
Independientemente, de lo que pensaba, podía darse cuenta,
que la historia que removía un pasado triste de su entorno familiar, le había
traído provecho en el mejor momento cuando estaban atravesando la peor
recesión económica que confrontaban.
Desde la plantación, podía bajar la mirada y avizorar la
construcción de la costanera de la que le había hablado la tía. Esa bordeaba el
orillar del mar, majestuoso, cálido y mágicamente hermoso. Sus cristalinas
aguas con destellos brillantes por la luz solar eran imágenes de posteo, ayer
en cámaras tradicionales de fotografías reflejadas en las revistas de turismo,
hoy en las redes sociales de los móviles inteligentes que portaban todos los
que llegaban.
Era un paisaje natural que la remontaba a su infancia, que la
empujaba a escudriñar lo que no pudo hacer otrora: saber la causa de tanto secreto sobre la muerte de
su tía, sobre lo cual sentía que estaba obligada
a conocer y a colocar también, en orden la procedencia de los inverosímiles comentarios, hasta descubrir a los infames que colocaron al escarnio público a sus padres y la tía
Lola, la única sobreviviente de la generación , apoderado en la imaginación, tanto
de los habitantes como del turista.
—Alejandro, dígame. cuál es el árbol
de la historia?
—Más adelante profesora- Está sobre la
mitad del terreno, difícil observarlo desde acá.
Gabriela, caminó un recorrido importante, hasta detenerse en
el árbol especifico, donde referían que debajo de éste, se visualizaba la
imagen de su difunta tía. Planta que se destacaba por su mayor altura comparada
por las demás. Verdoso y frondoso en todo su esplendor, con unos frutos
copiosos y jugosos, pintaban su piel desde el amarillo al rojizo o anaranjado
intenso, daban la sensación de que era la especie más vistosa de todo el mangal.
Posó su mirada, desde la base hasta la última rama del árbol.
Fijó su pupila, abierta y curiosa hacia abajo, donde se apreciaba una tierra
limpia y seca.
— Precisamente, donde está mirando,
dicen que aparece el espectro de la difunta- Intervino Alejandro. - Que suele
aparecer una luz que refleja su figura. Los que la han visto, señalan, que ven una
mariposa con destellos en sus alas o un ave blanca, revoleteando entre los
mangos. Las señoras mayores, que conocieron en vida a la señorita Raquel María,
aseguran que es su misma imagen-Fíjese, una de ellas trajo una fotografía y su
tía Lola, se la arrebató de las manos y la quemó. Fue un día de escándalo,
hasta la policía tuvo que apaciguar los ánimos.
Las palabras del joven, en nada inmutaron a Gabriela, eran
los mismos comentarios, que había leído en los periódicos y en la televisión por
personas que habían acudido al lugar. Todos repetían lo mismo, refiriendo
versiones parecidas.
—Y usted Alejandro… qué opina de todo
esto?
—Pues le cuento, me atrevo acercarme acá de día, pero después
que baja el sol, jamás. Le tengo pavor a todo ese cotilleo que durante meses
nos han tenido intranquilos. Ya es parte de lo que se habla en el colectivo- ¡es
demasiado! - Han asegurado que ella está viva, que es ella misma la que ha
armado semejante bochinche, que se está vengando de alguien. Con el tiempo se descubrirá la verdad, puede
que sí pueda que no, pero no puedo adelantar nada, porque nada he visto. Solo
escucho.
Gabriela, ya en su habitación, creía tener ideas más claras.
Estaba segura de que podía desenmascarar a los culpables de la patraña, que
habían utilizado el nombre de su tía para procurarse beneficios, no solo
económicos, sino de reconocimientos, inclusive para ascensos de cargos
políticos, como el del señor Alcalde, que se había hecho de fama y pretendía
lanzar su candidatura como futuro
gobernador del estado, ayer un desconocido, hoy su fotografía impresas en
diferentes diarios, que cuando le preguntaban por el suceso, respondía con evasivas
o enredos, pero dejando la impresión de que >“algo pasa sobre lo que
dicen del árbol”>.¡ Sinvergüenza ¡ ¡aprovechador¡ desde el cura hasta la
tía Lola, todos tienen un interés en mantener el convencimiento del mito creado
alrededor de la muerte de su infortunada tía.
->Ella murió en el parto, sufrió mucho cuando se
embarazó de ese mal hombre, quien nunca dio la cara. - La pobrecita se nos fue más
pálida que la cera y más triste que la Dolorosa en el sepulcro. -De milagro
sobrevivió el hijo, un pequeñín que no dejaba de llorar y que nos ensordecía a
todas, las tres mujeres que la atendíamos, la partera, la criada y yo, porque
tú madre desconsolada, no podía ni estarse en pie>. Gabriela recordaba lo
que hacía años le había referido su tía Lola.
Pero, también evocaba,
que siempre hubo un halo de misterio en el fallecimiento. Recapituló la presencia de Elvira, la criada, cuando
escuchó comentarle al marido, que hacía de jardinero y de mandadero en la
residencia de sus abuelos, que la señorita Raquel María no había muerto, que
esa misma noche, después que parió, la habían sacado para la isla de La
Ciénega, y que el bebé había quedado al cuidado de la tía Lola. De cuyos hechos
jamás se volvió hablar, silencio impuesto por su abuelo.
También el secretismo con él bebe, a quien solo vio en dos ocasiones:
la primera, cuando en una oportunidad observó
a la tía cuidadora, que lo tenía en su regazo sobre una almohada para
que tomara los primeros rayos de sol, y a quien nadie se le podía acercar y la
segunda y última vez, ya más grandecito, cuando le impusieron las aguas
bautismales, allí mismo, en el interior de un cuarto, en manos de un sacerdote,
amigo de la familia, quien estaba adscrito a otra parroquia. Desde esa vez, no
volvieron a ver más al “pequeñín”, como era nombrado. Después, mucho
tiempo después, tuvo noticias, que lo habían enviado para la capital a estudiar
en un internado católico.
A Gabriela por tantos recuerdos, que ahora afloraban desde su
subconsciente, consternada, pero al mismo tiempo temerosa de descubrir lo inconcebible,
le saltó una pregunta, de la cual ella misma se sorprendió:
> ¿Estaría su tía con vida?>
En caso de que fuera cierto, la teoría de su existencia… >
¿sería capaz, Raquel María, tramar todo lo acontecido para vengarse después de treinta
años de las personas que contribuyeron a su destierro? ¿Por qué ahora? ¿Cuál
era el objetivo? A estas alturas, ¿Quién o quiénes estaban interesados en poner
a la luz la verdad de los hechos?>
> ¿Estará tía Lola detrás de todo este cuento? > Se preguntó.
No sabía por dónde
empezar. Ella tenía once años cuando ocurrió el suceso, sobre el que le
prohibieron hablar. Era como si todos habían pactado en borrar lo acontecido.
No tenía quiénes la podían ayudar a indagar …Pero, sí sabía a dónde acudir.
Al día siguiente tomó el catamarán y se fue a “La Ciénega”,
con la esperanza de encontrar
respuestas de su finada pariente.
El sol reluciente le
bronceaba su piel. Solitaria y sin hacer
preguntas, caminó por las riberas, deteniéndose en las diferentes viviendas,
estanterías de ventas de frutas o en los improvisados puestos de pescaderías
con la finalidad de unir hechos o indicios.
Al final de una bahía,
divisó un restaurante, apostado en la orilla, que en comparación con a los
demás, era el mejor en construcción y ubicación, siendo atendida por un chico nativo, ordenando tan solo
agua.
—¿La
han atendido bien, como se lo merece? —Por detrás de su asiento, escuchó
una voz de mujer con tono amable, que,
al voltearse, vio una cara que cubría
sus ojos con lentes de sol y sus cabellos con turbante colorido, lo que hacía difícil
ver su
imagen con plenitud, pero aun así,
se percibía de delicada hermosura, que sin esperar respuesta, volvió a
interrogar.
—¿De dónde nos visita?
—Del Llano Occidental. — Respondió Gabriela.
—¡Cómo ha crecido el turismo ¡hace dos
décadas, estos ambientes eran vírgenes. Manifestó la mujer.
—¡Mamá llegué! traje
revistas y periódicos donde se publica
el reportaje. — Se oyó
la voz de alborozo de un hombre, quien recién desembarcaba de una lancha,
acercándose a la mujer. Ambos cruzaron
miradas y se encariñaron con un efusivo abrazo, dirigiéndose en el interior de
una vivienda, ubicada al lado del restaurante.
Gabriela
encontró respuesta. Ya sabía quiénes eran los autores del drama que
conmocionaba a la familia y al pueblo, pero no era el momento de decir la
verdad. Prefería guardar silencio.
Aunque estaba segura, que la venganza orquestada por María Raquel y su hijo, no
resultó como ellos la habían planeado, fue exitosa para todo un colectivo y no
era ella, la que debía ponerle el punto final al auge financiero de la zona.
—Así como salí regreso: sin preguntas ni respuestas—Le respondía a familiares y amigos, que
preguntaban sobre el viaje y sus resultados.
—.> Pueblo, ¡sinvergüenza ¡¡aprovechador ¡todos tienen un interés en mantener
la leyenda >
—.> Pero… ¿sabrá tía Lola, que su
hermana está viva? Tampoco se lo diré. —Concluía Gabriela en sus pensamientos:
<Al llegar hago mis maletas y me largo, que sigan viviendo con sus leyendas>
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