El silencio es el
ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos.
(Miles Davis)
Carolina García, sintió que sus fuerzas menguaban, conducía su camioneta 4x4 por la empinada carretera, serpenteando el pedregoso camino, queriendo apurar su llegada, afincando el acelerador y controlando el freno; el hombrillo que ondeaba el margen de la vía le producían, al mirar desde su altura, un vértigo molesto e involuntario. No bastaba con observar las majestuosas montañas que parecían altas paredes pintadas de verde, con la sensación de topárselas de frente, como tampoco ayudaba la neblina, y para colmo, empezaba una tenue garúa que dificultaba su visión sobre el vidrio frontal y el retrovisor del vehículo, teniendo que activar de inmediato el parabrisa.
La habían contratado para restaurar unos
frescos de unas imágenes, donde antes había funcionado un monasterio de alguna
congregación religiosa, hoy acondicionado para la apertura de un moderno resort
para el turismo de la zona.
No existían grandes cambios a la
estructura arquitectónica, pero seguía siendo imponente, solo algunos detalles
matizando el estilo antiguo por un aspecto más moderno. Enclavado en todo el
centro de un valle natural, se erigía el futuro centro hotelero. <Demasiado
apartado, para mi gusto> -Pensó. Pero, al mismo tiempo dedujo que esos
claustros, en épocas pasadas, eran construidos por lo general en lugares alejados, sirviendo de recogimiento y
oración para los creyentes.
A su llegada fue recibida por
Aurora, anfitriona y ama de llaves a la vez.
Mujer experimentada en sus menesteres, de adusto semblante, que, para
opinión de Carolina, mostrando una forzada amabilidad.
Después de hacer un breve trayecto por las
instalaciones internas, la restauradora se tiró a la cama, disponiéndose a
dormir, pero sin dejar de observar la habitación, que para su gusto era vetusta
y lúgubre.> ¿Valdrá la pena venir
a este apartado lugar para restaurar las efigies, que como legado dejó la
hermandad religiosa? < -Se preguntó.
Era un cuarto modesto: una cama de madera de roble tallado, con su
respectiva mesa esquinera, lámparas de arañas colgantes en los techos, lo que
hacían más sobrio el aposento; sobresalía, y quizá los que más le impactaba,
era el gran ventanal, ancho y largo, que permitía divisar el paisaje montañoso,
característico del lugar, que para el momento no podía apreciar, solo un manto
de niebla era todo lo que observaba, a través del relieve de los vitrales.
Bajó por las escaleras,
exactamente a las 20:00 horas, horario que le habían anunciado para el servicio
de la cena y después, aunque se sentía agotada por los efectos del viaje,
decidió dar un paseo por los alrededores externos de la edificación. Un coro de niños escuchó cantar de música
gregoriana, en latín, lo que la hizo salir de sus pensamientos…Extasiada oyó
las plegarias cantadas que al unísono interpretaban voces infantiles. Percibió que las melodías provenían del ala
izquierda del antiguo monasterio.
–¡Qué
extraño!... ¿a quién se le ocurre
ensayar cantos clérigos a estas horas de la noche? - ¿Prepararan algún evento?
> Se preguntó varias veces.
La mujer no pudo conciliar el
sueño, durmió horas intermitentes. A partir de las 9:00 horas de la mañana
inició sus labores. Con su caja de herramientas, , transportando toda la implementaría
que requería, desde las gamas de palillos de madera, bastoncillos de papel,
pinceles, brochas, plumeros, entre otros materiales, vestida con un overol
azul, botas altas, cabello recogido con un turbante, guantes y lentes de
protección, se concentró en el acondicionamiento de varias figuras de los
Dominicos o Frailes de la Orden de Predicadores del siglo XVI.
De vez en cuando, turistas y
huéspedes se acercaban a la sala central, donde se encontraba laborando,
elogiando sobre el cambio o los adelantos que estaba efectuando.
> Son pasadas las 12:00
horas, otra noche más, necesito descansar, no he podido conciliar el
sueño, no puede seguir así> La restauradora se quejaba. Salió de la habitación y decidió ir en busca
de los causantes de su insomnio, que le atribuía al coro de voces cantarinas.
Bajo las escaleras, solo se oía la coral con las tonadas de la salmodia. El
conjunto de voces venía del sótano. Por lo que debía bajar otra escalinata, que
en forma de caracol conducía a éste.
Pero, por mucho que intentó
llegar hasta donde se escuchaban los cantos, no localizó espacio dónde
estuviera la presencia de los chicos. Había varias puertas, unas con cerrojo,
otras no, sin embargo, no vislumbró persona alguna ni instrumentos musicales,
que podía deducir que se estaba realizando algún ensayo. Carolina vencida, renunció a la búsqueda
>Conciliar mi sueño, es más importante>
–Señora Aurora.
¿se hospedan aquí personas o está arrendada alguna habitación para ensayos de
niños cantores, para las misas o algún evento del clero?
El ama de llave, sorprendida
miró el rostro de su interlocutora y le respondió:
– ¿Por
qué me pregunta eso? – Nada de lo que dice, existe acá.
–Tengo más de diez
días que no duermo, me despiertan los cánticos de los niños, los escucho a
veces en las habitaciones de abajo, en otras oportunidades en el ala
izquierda. En estas noches, tuve que
bajar hasta el sótano y no logré encontrarlos, no hay ningún salón que pueda
imaginarme de dónde proceden tantas
melodías. Solo les pediré por lo menos,
que consideren a los que estamos pernoctando.
No solamente estoy yo, están otros huéspedes y desconozco si las otras
personas han reclamado sobre lo mismo.
–No ha
habido ninguna otra queja señorita Carolina. – Posiblemente sea una emisora radial o las canciones
que ahora poseen los móviles, quizás algún visitante las tenga como tono de voz
o repique. – Para lo que
usted manifiesta, no le tengo respuesta. – Concluyó
el ama de llaves.
Respuesta que no convenció a la
restauradora. Ya el trabajo le resultaba pesado, pinturas muy envejecidas, que
mientras se remozaban surgían otras dificultades relacionadas a la estructura
por los materiales difíciles de conseguir. No obstante, estaba dispuesta a
culminar a la brevedad posible, los trabajos encomendados.
Era viernes, esperó las horas de
la tarde para ir a dar un paseo por el pueblo apartado y montañoso. Encendió su
rústico vehículo y salió rumbo a la única salida: una ruta larga y angosta, con
perspectiva ínfima para recrear la vista de su alrededor: hermosas elevaciones de la cordillera andina.
No podía negar, que estaba en una hermosa zona.
Llegó a la cafetería “Ardiente
Cielo “deduciendo que de “cafetería” solo tenía el nombre. Era solo
una fachada de un bar, porque al entrar, al fondo del salón, estaba dispuesta una
amplia barra con sus respectivas sillas giratorias, con una estantería donde se
exhibían diferentes tipos de licores. También, se ubicaba un juego de pool,
entre otras mesas dispersas para los clientes. Un hombre de avanzada edad hacía
las veces de encargado, barman y cajero, de movimientos lentos, por la
discapacidad de una de sus piernas, que casi arrastraba, pero, aun así, hacía
sus labores habilidosamente, ayudándose de sus agiles brazos. <Muy mayor
para lo que desempeña<- Pensó Carolina.
Las sillas de la barra estaban casi todas ocupadas, por hombres ensimismados,
libando alcohol. Carolina se sentó entre ellos y ordenó un whisky a la roca.
–Uusted es la
señorita que está restaurando las imágenes de la cúpula del antiguo monasterio-
Dijo una voz débil, ronca y temblorosa, de un hombre sentado a su lado, que
desde que Carolina entró al sitio, le fijó la mirada. Un mirar ausente, instintivo,
que la mujer pensó, que podía tener discapacidad visual.
–¡Como
corren las noticias en este pueblo ¡mucho gusto, soy Carolina García-
Respondió sin estrecharle la mano.
–Y dígame
usted … ¿cómo la tratan?
–Pues
bien, solo que tengo varios días que no puedo conciliar normalmente el sueño,
unas voces de niños, como si estuvieran ensayando cantos religiosos, no me han
permitido pegar las pestañas desde que llegué. Al escuchar esto, los demás
hombres que se encontraban sentados, cerca de ellos, giraron sus miradas, atentos
a la plática.
–Sé de
esos niños…pensé que ya de eso no se hablaba- Intervino un segundo hombre, introduciéndose
en la conversación.
–Explíquese… ¿cómo es eso?
- Interrogó Carolina.
– Hace
años, se comentó de un feo hecho, por allí anda una leyenda rodando desde hacen
muchas lunas. Se dice, que unos niños fueron abusados, otros ahogados para que
no hablaran. – Eran los niños
que venían del orfanato, un refugio que se llamó “El Santo Abrigo “y los
religiosos, supuestamente, los traían al monasterio para clases de catecismo y
actividades de cantos, lecturas y escrituras, es decir, los catequizaban ,
hasta que no de ellos habló. Le dijo a la monja superior, que al monasterio no
regresaba más, porque allí les hacían “cosas malas”. –La monja habló con el arzobispo, después
la enviaron a la capital, y tiempo después, hubo la desgracia: niños ahogados
en las lagunas cuando los sacaban a pasear
y otros quemados, por los incendios de colchones, que se generaron en
sus propios dormitorios. Como eran huérfanos, nadie reclamó sus cuerpos.
–Muchos
niños murieron, pocos sobrevivieron, pero quedaron incapacitados. Después el monasterio fue decayendo y los clérigos
se fueron. Luego, ese grupo de comerciantes, los que la contrató a usted,
compraron el edificio y pretenden reactivar el turismo, pero está levantando
con esa triste y trágica historia.
–Hubo un día en la
primera semana de apertura de resort, llegaron unos huéspedes de las provincias
cercanas, todos asustados se retiraron al siguiente día, porque escuchaban
alaridos y cantos de niños subidos de tono. Dijeron lo mismo que usted comenta,
que no los habían dejado dormir, se molestaron y abandonaron el monasterio. –
Después, por algunos meses cerraron el
resort y ahora lo están volviendo a reabrir y viene usted y nos cuenta las
mismas causas por las cuales huyeron los turistas en aquella ocasión. Concluyó el
hombre
La mujer miró al hombre. Era un anciano extremadamente delgado, que se
notaba que incrementaba un esfuerzo para hablar en su tono bajo, encorvado, sin
cabellos, le calculó más de ochenta años, con un parche negro en su ojo
izquierdo y parte de su rostro mostraba una vieja cicatriz de quemadura, igual
en ambas manos, que cubría escasamente con unos guantes, sin precisión de
color, desgastados por el uso.
–¿Qué me
observa usted? – Dijo el anciano…si no los restos de lo que me
quedó como sobreviviente. Lo que usted escucha, que para su entender son
cantos, fíjese que no, para los que estuvimos allí, es el llanto inocente
contra el silencio y la opresión. Ese nunca callará.
Carolina, visiblemente
consternada, después de una pausa larga, apuró la bebida y pidió otra más …y
otra más…Lloró, no le avergonzaron sus lágrimas. Los hombres la miraban. Luego, salió bruscamente del salón, con la
convicción de recoger sus enseres de trabajo y abandonar inmediatamente el
monasterio: un lugar fatídico, condenado al rechazo histórico, cultural y
social.
Excelente ,como siempre tus trabajos
ResponderEliminarGracias Edgar por el comentario y consecuencia. Abrazo fraterno!!
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