“Produce una inmensa
tristeza pensar que la naturaleza habla, mientras los hombres no escuchan”
Victo Hugo.
A propósito
de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2022, conocida
como COP27, en Sharm el-Slekh, ciudad de Egipto.
‒ He sido el hombre más iluso del mundo, ya me
lo decía mi padre >hijo deje esa utopía, se le va a ir la vida y todo no será
igual, será peor<.
‒ No se castigue por eso, usted cumplió con un
objetivo, con su ideal, y por ello, todos los reconocimientos que recibió, demostración
de sus logros y que aún le resaltan. ‒ Le respondió su interlocutor, con tono de palabras
sinceras.
‒El iluso es
usted… ¿no se ha dado cuenta de mí pérdida de tiempo y desvío de mis expectativas?
¿a quién enseñé? Si bien es cierto, que mi discurso era dirigido para todos, debía
ser recogido por lo que tenían el poder de hacer, de decidir y lo más grave es
que los problemas se han agudizado y se sigue con el propósito, muchos y muchas
activistas perseveran, pero en lo que a mí respecta, colgué los guantes del pugilismo
¡ya basta! -Debo dejar todo y regresar, regresar muy pronto.
El hombre que se llamaba iluso se levantó de su lecho y se dirigió a la única
ventana abierta de la habitación ubicada al frente, desprovista de cristales,
de donde divisaba una montaña. Hacía ademanes con las manos y cabeza, que
mostraban sus ansias de empecinamiento en regresar. Obstinado y persistente no suelta el pensamiento,
su manía de un pronto retorno. Pero él sabe, que una cosa es lo que anhela y
otra cosa, es lo que puede ser tangible para el ejemplo de un colectivo.
‒Oiga usted exagera-
Mire alrededor de la sala de su estudio, condecoraciones, diplomas, estatuillas,
adornan paredes y escritorios. Hasta un homenaje tiene del mismo Ayuntamiento, igual
de la Gobernación y del propio jefe de Estado, por si fuera poco, asistió a
todos los grandes eventos y allí usted era una personalidad invitada, recibida
y reservada una silla o una mesa en exaltación a su posición. Puede que ya no lo recuerde, venga, camine, acerquémonos hasta
la biblioteca.
‒ ¡Tonterías hombre! ¡todo fue una futilidad! Esas
acciones deslumbran en corto tiempo, la espera de que se cristalizara la acción
aguardó y sigue esperando en vano ‒ Andamos por un colapso planetario y pocos
dirigentes han concientizado el mensaje, los negocios, el mercantilismo, obnubilan
la razón y desvían para los fines de los importantes y necesarios intereses.
Pero,
seguía prensando en el deseo que lo consumía. Aspiraba ese retorno, su
apetencia final. Como también estaba claro, que ese sentir debía estar
vinculado a la función conativa del lenguaje y poseer todas las condiciones
junto a su comportamiento, para llevar a cabo su decisión, la que implica, el
acto, aunque no temía que lo creyeran demente > ¡Eso sí ya no me importaría
¡>
‒ Existe una tendencia a reducir el pensamiento
constructivista, el de las grandes ideas que conlleven a lo positivo y
conservador del planeta, a las reflexiones para la afectiva acción, pero ¡no ¡están
más interesados a acabar con la civilización, en vez de mejorarla‒Continuaba su
plática.
Tenía
un carácter voluntario y la rápida motivación, le generaba la combustión
para el funcionamiento psicológico de todo su ser. Por ello, estaba seguro en no quedarse en el solo deseo,
debía impulsar el hecho que venía maquinando desde hace aproximadamente cinco
años <mi afán no debe quedar estacionado>. < Quizás represente
un llamado exagerado de la atención, pero no será en vano< Reflexionaba.
‒ Voy a cumplir mi palabra, lo acompañaré y lo
dejaré dónde me ha dicho y luego, regresaré hasta su casa. Alguien debe dar una
explicación. ‒ Dijo su interlocutor, un hombre que hacía de confidente y
cuidador.
‒ No se abrume
por ello, es mi última acción, dejaré una carta a las autoridades y para
quienes las necesite, inclusive para mis hijos, quienes nunca me han seguido en
ideas ‒Ellos son hijos de la sociedad consumista de ahora, guía esencial de la
actuación de muchos, ellos son mí antítesis, jamás me acompañaron a ninguna
conferencia, aunque les pague boletos y hospedajes, al principio, cuando observé que llegaban al pais anfitrión y se
iban a los centros comerciales y restaurantes de moda, nunca más los volvía a invitar. Me iba con la congregación,
con mis pares.
‒ Así, que salguemos,
a donde vamos no necesito valijas y cuando usted regrese, queme todo lo que me
ha referido: manuscritos y dossier de mis conferencias, diplomas, certificados
de asistencia, cuanta placas de honores solitarias y llenas de telas de arañas
que pendan el muros y tabiques bótelas al basurero, por favor… ¡acabe usted con
todo!
‒No quiero morir como aquella gran zoóloga
estaudinense Dian Fossey, ni como el periodista investigador Dom Phillips y su
colaborador Bruno Pereira, en la Amazonia brasileña, ni como el Gandhi, quien profetizó
su muerte quizás, al manifestar su célebre frase:” La tierra provee lo
suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la avaricia
de cada hombre” y como otros más, que como son tantos, algunos se han olvidado
en el recovecos de mi memoria, pero todos están anotados en mis apuntes ‒Allí los encontrarán.
‒Moriré
derrotado, pero útil: me
hundirse en el mar, en ese oleaje bravío, pero no en un saco ni en una bolsa,
ni hecho cenizas por mi cuerpo incinerado ‒ ¡No, no quiero eso! - Decido seguir siendo ejemplo de mis ideales.
Seré parte de la trasformación que le corresponde al ambiente natural: me lanzaré a las profundas y azuladas aguas, seré
opción de la cadena alimentaria del majestuoso reino animal.
Así profetizó y así se
cumplió.
Ana Sabrina Pirela
Paz
Noviembre 2022
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