19 may 2025

CUENTO: SIN DERECHO A ENAMORARSE.

 

Una garúa sorpresiva, persistente y mordaz empezaba a humedecer su ropa. Ella enfundada en un abrigo negro y largo de cuero, debajo un vestido   color magenta, con su respectiva bufanda   y botas   corte alto del mismo color, apresuraba su paso con destino a la Milonga, “La Viruta Tango”, lugar donde había reservado lugar para una mesa.

 Su visión borrosa aún por la caída de la llovizna sobre su rostro, no obstante, le permitía observar una mano derecha, larga y morena, la que no escapaba de su vista, y que extendida la invitaban al baile que recién iniciaba.

Al soslayo, vio rápidamente al dueño, vino a su memoria, por su gran parecido, las manos que en un tiempo la acariciaron toda, las que tomó y besó innumerables veces, pero las que también, le torcieron   la vida, en cada toque, en cada gesto. 

> ¡Falaz pensamiento inoportuno!> > > Que insensatez > -Pensó, tranquilizando su mente.

Con la punta de su bufanda rápidamente secó su rostro. Quería apartar e su mente esa manía en recordar sucesos, que ahora incitaba a una remembranza clara e impecable, capaz de crear elucubraciones y que creía haber enterrado en la espesura densa   del   olvido.

 Aceptando la invitación, extendió su mano derecha, blanca y perfumada, con un color nude en sus uñas delicadamente esculpidas de sus delgados dedos

 Haberse negado a la invitación, sería una notoria descortesía. Ella se consideraba una mujer más que amable, educada y por esas intempestivas turbaciones de un recuerdo, posiblemente pasajero, no debía rechazar la petición.

 Entonces, tomó la mano del caballero, quien la dirigió al centro de la sala de baile. se escuchaba “Balada para un loco” de Astor Piazzolla.

No era destacada en el baile y mucho menos del tango, que requería destreza, estilo y movimiento, pero podía exhibir, sin avergonzarse, los pocos pasos que había aprendido desde joven de tan sensual arte y de algunas clases recibidas por profesionales en San Telmo.

Sintió las manos del hombre sujetar su cintura, dejándose llevar al ritmo que la hacía desplazar en la pista del salón. El acercamiento de los dos cuerpos era inevitable, y escuchar ambas respiraciones también, así lo exige el compás de la melodía.

Se pegaron las mejillas, la de él, sudorosa con un aliento seco unido a un aroma, por ella conocida: >intense de Hugo Boos>- Otro detalle que con estupor marcaba otro recuerdo.

No había precisado el rostro de aquel desconocido.  Pero, con disimulo, abierta a su propósito, empezó a fijarse   en la faz de su pareja de baile. < hermoso semblante> -concluía en sus apreciaciones, mientras el caballero abría sus ojos, que los había mantenido cerrados, quizás extasiado por el dulce placer de la musicalidad, pero que ella advertía, ojos de color nocturnos, que en ese instante la miraban profundamente, con destellos de interrogación.

< ¡Qué sucede ¡¿por qué tantas coincidencias? <Hoy he salido a regalarme una distracción y me persiguen tinieblas del pasado, irónicos fantasmas que vienen a perturbar mi presente>- Concluyó internamente.

Mientras sus reflexiones hurgaban en su ayer, resonó en todo el espacio los acordes   de un bandoneón que entonaba el tango “Volver”.

No pudo más… la mujer se soltó bruscamente de los brazos del hombre y con unas breves palabras de disculpas, casi corriendo llegó a la salida del salón.

 Afuera se encontró con una férrea lluvia, acompañada con un manto helado de neblina que cubría la vereda.

Se lanzó a la calle sintiendo que una centellada de imágenes la hacía volver a la realidad:

 > Es la pasión retenida, guardada como prisionera que me alucina y embruja> Hablaba para sí.

Agradeció la humedad de la lluvia sobre su humanidad, la que hizo componer su cuerpo…Atrás quedó el febril momento con la emoción del recuerdo que la perseguían.

Saltando las correntías del agua en las vías, vislumbró a través de las farolas callejeras, las calles de Palermo, el barrio donde vivía.

> ¿Sin derecho nuevamente a enamorarme?> Se preguntó.

 

 

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